OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

domingo, 24 de enero de 2010

CON VOLUNTAD DE ORFEBRE (por Marta Aponte)


Joseph Cornell, Crystal cage

Publicada en Señales (diario La Capital, Rosario), reseña sobre Diario de la plaza y otros desvíos, de Marta Aponte:

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Texto completo:

La ciudad natal, la casa y el paisaje sustentan desde siempre el diseño de la poesía. Obras humanas, son extensiones metonímicas de la voz. Si bien el hablante lírico nunca ha sido del todo equivalente al escritor de carne y hueso, es a partir de Baudelaire que se profundiza la distancia entre el yo lírico (máscara desrealizada, sujeto retórico) y el "yo individual del escritor, cargado con su historia personal, con su estado social, y con su psicología" (Dominique Combe).

Diario de la plaza y otros desvíos, de Marta Ortiz, es ejemplo de cómo ese sujeto lírico rebasa el testimonio autobiográfico. Conocer la entrañable relación de la escritora con los lugares de su ciudad, Rosario, los datos de su biografía y el perfil de sus afectos familiares es privilegio de sus amigos y conocidos. La escritura de este diario poético, no obstante, renueva tropos de sólida tradición en la narrativa y la escritura y es a partir de ellos que se configuran las imágenes estelares de la constelación que es el libro.

Se trata de una autora que saca brillo a las palabras con voluntad de orfebre. Su oficio impecable no busca sumirse en la oscuridad o la representación del caos sino iluminar las cosas familiares y la melancolía que provoca su desgaste, como si el trazo pretendiera fijar el rastro de esas pérdidas.

El Diario consta de cinco secciones: "Goteo", "Diario de la plaza", "Mapa, "Contexto" y "Periplo". La primera da cuenta de la chispa que incita a escribir: los objetos atesorados en la memoria, los sentidos deseantes. La segunda encierra en el libro el universo, como otra versión del aleph; magia reductora que construye un modelo en miniatura de la plaza, con sus árboles transformados en otra superficie de escritura. "Mapa" es el rastro del cuerpo en sus deseos y patologías y también una relación de las vocaciones: la escritura, el canto, el arte, la simpatía cultivada. "Contexto" y "Periplo" se refieren a un entorno dominado por la influencia mediática global con su equívoca ilusión de proximidad, cuando su mecanismo radica en reproducir lo efímero mediante un abandono del yo, semejante al de la zona estéril de los aeropuertos, donde los pasajeros esperan, tras someterse al examen de sus pertenencias, el traslado a otras coordenadas.

El título del poemario des-cubre uno de sus principios dinámicos. El prefijo des se repite a lo largo del libro. La poesía es cortina de sonidos, de aliteraciones, de ritmos: desvío, desmenuzo, des-aireado, des-enterraban, deslíe, des-pintada. Uno de los significados de des, justamente el sentido que cobra en la palabra desvío, comunica la vivencia de apartarse. Esa distancia que se acentúa al revisar lo escrito separa el dolor inefable que se siente de su fantasmal destilado poético.

El prefijo homófono de apunta a otro concepto: la posesión. Además, relaciona las palabras destello y destilar. En su des-usado origen, destello significaba gota (stilla) que chorrea y brilla. Destilar — purificar — refinar — gotear — destellar. "Goteo" de la tinta que destila, destella y deslumbra.

El oficio de Ortiz, la limpieza del trazo en poemas breves, intensos y precisos, es tan libre y disciplinado como la pericia de quien atrapa una mariposa con un solo movimiento de la red. Arte de la escritura miniada, afín a la magia simpática que al reducir domestica y posee. Los tropos dominantes aluden a las pérdidas y a la gracia de amar en medio de las ruinas: el musgo, las grietas, el óxido, la humedad, el olvido, la familia, la memoria, el gesto que se repite, el revoque descascarado, el vagabundo, las madres de Plaza de Mayo, los libros de la infancia, la casa perdida, la cajita de hojalata donde se guardan objetos banales que nadie más valorará en su secreta memoria, de esos que a la hora de nuestra muerte recobrarán su destino de vagabundos desamados.

Esa caja de recuerdos evoca el arte de Joseph Cornell, maestro del assemblage apreciado por los surrealistas, fabricante de cajas de objetos que en el encuentro fortuito revelan su magia des-atada. Cornell, citando a Nerval, llamaba metafísica de lo efímero al aura de las cajitas deslumbrantes.

por Marta Aponte Alsina

jueves, 21 de enero de 2010

LETRA



Empiezo a ver

arañas veloces

deslizarse por el techo.


Quiere decir

que leí demasiado,

las letras yuxtapuestas

rehúsan someterse

a la sintaxis de rutina.


Por Marta Ortiz

jueves, 14 de enero de 2010

UNA LUZ QUE ENCANDILA, cuentos de IRMA VEROLIN



PREMIO CIUDAD DE EL COLORADO
(Municipalidad de El Colorado- Formosa- Argentina)

El “mundo” secreto de Irma Verolin

por Marta Ortiz

Verolin, Irma; Una luz que encandila, Premio Ciudad de El Colorado, Formosa, 2009

Lo primero que se aclara a partir del acápite que abre el primer apartado de Una luz que encandila (colección de diez cuentos agrupados en tres secciones), es el tenor de lo narrado. No se apelará a historias extraordinarias ni “rutilantes”, sino que habrá “…un replegarse intenso de los acontecimientos”, como esos movimientos geológicos –se agrega- que originaron las altísimas montañas. En otras palabras, nada fuera de rutina pero sí historias sólidas como montañas. Dicho repliegue intenso del acontecimiento alude –creemos- al relato de raíz auto-referencial, a esa materia múltiple que la experiencia aporta y que el oficio de la escritora transformará en ficción. Ficción que en el caso de Irma Verolin obedece a un oficio narrativo largo y sedimentado (dos libros de cuentos y una novela publicados, narrativa infanto-juvenil e inéditos) que ha encontrado el tono exacto y la fluida voz personal que da cuerpo a un libro que con toda justicia ha sido merecedor en 2008 del Premio Nacional Ciudad de El Colorado.

Dentro de este espacio narrativo, por lo general un lugar concreto y de rutina, como podría ser una casa, un supermercado o un auditorio, llama la atención el uso reiterado de la palabra mundo y la particular ubicación que adopta la narradora (siempre en primera persona, singular o plural), cuando dice, por ejemplo: “soy una persona que a veces siente que el mundo está vacío y otras veces, demasiado lleno. Pero siempre estoy del otro lado. El mundo se encuentra allá y yo estoy aquí”. Su mirada se abre interrogando a un espacio exterior que se evidencia como lo otro opuesto, diferente al sujeto narrativo: el mundo que se despliega, puede ser tanto devorado en forma de alimento: “la gente se devoraba el mundo mientras el mundo se dejaba devorar”, como es posible en la misma línea imaginar una sucesión de madres alimentando el mundo cuya solidez de pronto resulta carcomida y perturbada por la muerte; un mundo que se percibe como espacio-escenario donde la comedia humana habrá de jugarse hasta la muerte: “su cuerpo se iba retirando del escenario del mundo”. La narradora se ubica en su mirador de uso exclusivo y desde allí observa y entra y sale a voluntad de él: alguien “me rescató del silencio llevándome con sus dos manos hacia el mundo”.

Algunos cuentos crean climas hiperbólicos, destacan absurdos y ridículos que en ocasiones alcanzan crescendos kafkianos. Es el caso de Congreso de escritoras, el primero de la primera serie, que se propone una suerte de bichero o ensayo de taxonomía de las escritoras asistentes a un congreso (las nativas, las extranjeras, las consagradas, las inexpertas, las tímidas, etc.). La aguda mirada de la cronista que al final del relato se descubre en un yo que la delata como testigo, aporta un sesgo crítico que podríamos relacionar con el llamado “silencio histórico” de las mujeres: “…como si pidiesen permiso para ocupar el espacio con sus voces […] Escribir y desaparecer eran verbos idénticos”, para otras lo normal era ver su propia imagen con un espejo de aumento.

Una luz que encandila, segundo cuento de la serie primera, da nombre y forma a un sensible homenaje a la escritora Libertad Demitrópulos, quien fue amiga entrañable de Verolin y cuya materia es la narración de una experiencia extrasensorial. En El techo ajeno, se asiste a la crónica de un accidente casero y el intenso reflejo en la escritura del vacío creado por la falta de memoria a causa de una caída. La necesidad de rellenar ese vacío justifica el esfuerzo por tomar distancia de sí y dar con la forma objetiva del accidente del que no existe recuerdo. Preciso estudio de los alcances de memoria y olvido, se presenta como un espacio decantado de recuerdos: “Entre la mujer que pisaba las canaletas de zinc y la que despertó en aquel sitio gris no hay enlace, no hay memoria.[…] Dos mujeres diferentes se hacen presentes en el interior de mi cabeza”. La mirada sobre el personaje es cruda, por momentos grotesca: “El lado derecho de mi cuerpo no existe, se quedó colgado en el techo de zinc como una guirnalda de carnaval.”

Los relatos de las series dos y tres envuelven al lector en un clima detallista por momentos opresivo (estudio de la muerte y sus prolegómenos), hasta dar con el final impecable que no hace sino revelar la profundidad del iceberg que ha dado origen a la escritura. Así, Juegos apasionados, a partir de un tierno humor irónico revierte la idea estándar de pasión, adaptándola a un matrimonio viejo que se “apasiona” por un intrascendente juego de cartas: la escoba de quince. En Comida para los astronautas una triste mirada infantil revela la paradójica relación entre las latitas que alimentaron a los astronautas en el espacio y un padre que -según el mito familiar circulante- logrará (ídem latitas mediante) la “hazaña” (como lo fue pisar la luna) de vencer una enfermedad terminal. Pero en verdad la historia contada es solo la punta del iceberg, como ya dijimos, el pretexto citado para escribir el hondo calado del dolor. Los gestos agónicos se continúan en El cuerpo de mi abuelo. Aquí una voz reflexiva refleja sin tregua la progresión de la muerte que, como el agua, envuelve a sus implicados aun después de haber cruzado el límite, como el curioso personaje que dejó instrucciones escritas en infinidad de papelitos para ser tenidos en cuenta después de muerto.

La colección culmina con el magistral relato Diario de la muerte de mi abuela, que va aún más a fondo en este original registro. Aquí el tono refleja paciencia, resignación, ironía. La ternura en la mirada: “…esa abuela arrugadita y evocativa…”, de un renglón a otro puede transformarse en humor negro (“…enjaular y desenjaular a la abuela, la nueva rutina que la muerte exige…”) o dibujar el contorno de una caricatura: “…mi abuela que ya es una pajarita declarada…”. Pero las anotaciones diarias dicen que esta abuela que va a morir es portadora de historias, reservorio, cantera. Y la autora del diario a quien Irma Verolin presta su voz se reconoce a la vez la oyente requerida y la única depositaria del material. Escucha y atesora y es juguete de ese viento que detrás de la puerta teje las palabras; al fin y al cabo, se pregunta: ¿qué es la vida? , “nada entre las manos, palabras”. Por lo tanto, tal vez solo queda escuchar y retejer lo escuchado en tanto la abuela se niega a calzarse el vestido de la muerte y se refugia en sus palabras, en el sonido de su propia voz hilvanándolas, y con ellas "...rehace y deshace su propia vida en un juego sensual que no se acaba nunca.” La espera es larga, pero la que escucha y escribe cuenta con toda la paciencia del mundo. Habrá un límite que la ubicará en otro lugar, otro mundo, fuera del constrictor cerco de la muerte: “Cuando mi abuela muera y la historia deje de repetirse en su voz, el bronce mostrará su perfil de bronce y yo podré buscar el oro en otro sitio”.


domingo, 10 de enero de 2010

LA POESÍA DE ARNALDO CALVEYRA


La poesía de Calveyra (Mansilla, Entre Ríos, 1929), es materia maleable, dúctil, leerlo es dejar que se nos abran entre las manos los pétalos de una flor rara.
Siempre a cuenta "de mayor espejo", su letra expresa celajes del inasible misterio que la precede.

Lectura imprescindible.


Palabras a no dudarlo, palabras, no otra cosa. Palabras en lugares, las mismas en diferentes textos, palabras vueltas del revés desde la primera letra. A punto de poema. Halladas en ocasiones, en lindes de un olvido, en manos aún torpes de aprendices de sol y de sombra, ¿poesía qué, cuándo, poesía cómo?

Acentos tales. Palabras que quieren decirnos algo oculto desde siempre por las parcas de los sueños, escondido entre los pliegues.

(de Apuntes para una reencarnación)


Tardes, ustedes eran jardines en lectura, jardines observados desde lugares que de tan próximos nos llegaban como brotando de manantial.

Leídas palabras, leídas tardes. A medida que avanzaban ( y nosotros a penetrar en su esplendor) daban en una lengua desconocida, dialecto de poema, borrador que llegaría a casa un día.

A cuenta de nuevas sílabas. La palabra fresquita entrando en un verso. De mayor reflejo. A cuenta (siempre) de mayor espejo.

Ocasos por llegar, y ya por irse.

Podías tocarlas con la mano.

Escribir, seguir escribiendo el libro de poemas mientras la luz se retira; detrás de cada sílaba recién llegada, del horizonte hasta ahora tan de nosotros.

Indescifrable dialecto (que, al cabo, terminaríamos por ser). Como en las inmediaciones de un gran poema, la hora de pastizal vuelto anónimo.

(de Apuntes para una reencarnación)


Jugando con la tarde por compañera a vayamos al bosque.

Éramos barriletes atados junto al cielo de la casa.

Correrías entre páginas de libros llegados con la tormenta grande…estaban allí todos los árboles…su pertenencia eran, sus hojas sueltas arremolinándose en busca de un otoño.

Y nunca llegaba el lobo acariciado en sueños.

Para el patio –sus rincones- éramos hojas sueltas que revolotean en el viento.

(De: Apuntes para una reencarnación)

Poemas tomados de: Poesía reunida, Adriana Hidalgo editora, Buenos Aires, 2008