Georgia O´Keefe, The shell
OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS (*)
Llegadas
Vengo
con esta estrella y con este caracol de fondo de río.
A
la vista de los materiales
soy
esto humano y residual.
Un
pequeño hemisferio poblado
con
largos cementerios míos y ajenos.
Soy
esta primeriza y nueva
rodeada
de zócalos y
telas
de araña que tejí
-no
las telas, sino las arañas-
con
el punto cruz y un hilo de sal.
Todo
lo que siento podría estar sucediéndole
a
ése que alza las tres bolas en el semáforo
o
al que espera para restar.
Quiero saber de qué color es el mundo
y cuál es el órgano puro
que late y late
sin peso.
El eclipse
Con un carbón te pintaste la cara
y tomaste el camino al espejo.
Alguien gritó “vengan a ver el eclipse”
y te quedaste alzada en tus propios brazos. Inmensa de
tan triste.
Primitiva de la naturaleza.
Una madre apuró un pañuelo por si alguien decidía llorar.
-Lo que le sucede al planeta, nos sucede.
Lo has sentido cuando remontaste un barrilete
o bebiste con sed de un canal en el Perú-
Ya puedes volver a todos los espejos,
dejar piedras en los caminos
para que algo tocado por tu mano se incorpore al mundo,
o criar a tu conejo de la suerte
afinar los pastos
encontrar tu trébol.
Siempre llega el eclipse cuando están las madres cerca. Y
su secuela
en la costura recién abandonada, seguirá en los años,
comiéndote los ojos.
El agua que chifla sola hirviendo en la cocina;
el gusano del durazno sumergido en su placenta;
el huevo que siempre cae cuando hay un eclipse.
Mi madre es la que gritó, con la blusa a medio prender, y
el cuello
extendido al cielo.
Alguien había dejado un libro sin señalar, otro la taza
por la mitad
y una sábana mojada.
Y yo no caía en cuenta.
A la hora del eclipse, mi madre
era una niña olvidadiza, tremenda de sol,
que yo taparía con tierra.
Edipo vuelve
Llegó el padre.
Porque entre todos los perros,
ladró el que sólo ladra
cuando llega el padre.
Entonces me peino,
estiro las telas que me cubren
para que él vea mi composición
para que vuelva a elegir mirarme
entre las cosas, los papeles,
el pino alto, la santa rita,
el agua de las palanganas
y la ventana que, cuando llega el padre,
es siempre mi enemiga.
Así, compuesta y prolija
espero al padre.
Sonrío para todos los lados
de la habitación.
Hasta que me aparezca su hija.
El olvido
Quiere
ser la santa en la repisa visitada por las arañas.
Con
un vestido celeste construye un cielo
lleno
de presentimientos y asuntos malogrados.
Antes
que la atraviese el color de no poder olvidar,
ella
durmió una tarde entera:
que no quede nada adentro, dijo, y se quitó los
ojos.
Soñó
con un puño cerrado,
como
el de un recién nacido y
con
una botella vacía.
Asi debe ser el olvido, su cuerpo
entero
y sin matar.
Cuando
despertó, corrió hasta las estampas esparcidas en la casa,
ésas,
las
regresantes del milagro
quietas
y escondedoras,
las
que sin volumen, aman.
Ni
los muertos pasan ahora por el fuego de sus velas.
Magia
Estas adivinando.
Sos este animal de brujería cuando estas sola.
Es cuando se suelta la costura que une tu cuerpo con el
pensamiento
y sin gobierno, pastas entre los pastos,
mientras pasan por el aire, giratorias muñecas, ojos de vacas,
lágrimas sueltas, hojas del otoño anterior.
Y late más tu dedo índice.
Y late menos tu hombro: el cargador sombrío y brusco, su
persona toda
sin nada que hacer.
Está la que produce las preguntas y se pierde en lo que
dispara.
Y aquella que vio morir a su madre y se quedó sin país,
con todos los fondos de calles y los muertos de miedo.
Y una cabeza de terciopelo, natal, que sale de un útero.
Todo esto que pasa por el aire cuando estas adivinando,
con las fechas precisas.
Los adioses
Con
el vaso vacío apagué la vela.
Pedí
disculpas al dios y a la santa.
Me
sumergí en el aire.
No
le dí tregua a mi corazón de antes,
ni
luz a mi foco encendido
y a mi luciérnaga.
Iba
en los trenes arrojando cáscaras y semillas.
Volvería
para ver si crecieron mis mandarinos.
La
pala de desenterrar fue lo único que quemé
al
llegar a nueva estación.
Soñé
hijos, fortuna, leches, maíz.
Nunca
más me miré en los espejos.
Tanto
sol suficiente.
Ahora
hago señales con el ala rotosa.
Los niños muertos antes del bautismo
no van a parar al limbo.
Plantas:
¿Cómo dejar de brotar?
¿Cómo?
(todos los poemas que aquí se reproducen pertenecen al poemario EL HUESO DE LA SOMBRA, Ediciones Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2011)
(*) María
Julia Magistratti
nació en 1976 en Azul, Buenos Aires, Argentina.
Egresada de la carrera de
Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Buenos Aires.
Libros publicados: Alasitas
(ediciones Honorarte, Buenos Aires, 2004), EA (ediciones El Mono
Armado, Buenos Aires, 2007) y El hueso
de la sombra (ed. Ruinas Circulares, Buenos Aires, 2011)
Con el libro Alasitas ganó el Primer Premio Concurso
Internacional de Poesía Letras de Oro 2003 de la Fundación Honorarte.
Participó en varias antologías
entre ellas: “Poetas Argentinas 1961-1980”
selección Andy Nachón, Ediciones del doc; “Poesia
Argentina” Aquitrave, Colombia, 2008”. Es Coordinadora de la Unidad
Institucional de la Comisión Nacional de Bibliotecas Populares (CONABIP).
contacto:
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