OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

jueves, 6 de octubre de 2011

Tomas Tranströmer (Estocolmo, Suecia, 1931)



Nobel de literatura 2011 para el poeeta sueco Tomas Tranströmer:

Un poema no es otra cosa que un sueño que yo realizo en la vigilia. El sueño y el poema vienen de la misma persona. Tienen algunas leyes compartidas. Tengo una relación de mucho amor con el sueño. Me voy a la cama como si fuese a una fiesta. El despertar es casi siempre una desilusión.

del diálogo de Tomas Tranströmer con el poeta español Juan Antonio González Iglesia en El país, Madrid:

http://www.elpais.com/articulo/cultura/Transtromer/poema/cosa/sueno/vigilia/elpepucul/20111006elpepucul_4/Tes


Después de una larga sequía


Ahora mismo el verano es gris; noches extrañas.

La lluvia se desliza desde el cielo

y en calma aterriza

como si se tratase de sorprender a alguien que duerme.


Los círculos de agua pululan en la superficie de la ensenada

y es la única superficie que hay

-lo otro es altura y profundidad,

ascender y hundirse.


Dos troncos de abeto

emergen y se estiran en largas, huecas señales de tambor.

Lejos están las ciudades y el sol.

El trueno está en la hierba alta.


Es posible llamar a la isla de los espejismos.

Es posible oír esa voz gris.

Para el rayo, el hierro es miel.

Uno puede vivir con su código.


(de La barrera de la verdad, 1978)


Siesta

Pentecostés de piedras. Y con lenguas crujientes...

La ciudad ingrávida en el espacio del mediodía.

Sepultura en luz hirviente. El tambor que acalla

los palpitantes puños de la eternidad cautiva.

El águila sube y sube sobre los que duermen.

Un sueño en que la piedra del molino se vuelve como el trueno.

Pasos del caballo con la venda en los ojos.

Los palpitantes puños de la eternidad cautiva.

Los que duermen cuelgan como péndulos en el reloj del tirano.

El águila planea, muerta, en las cascadas que fluyen del sol.

Y resonando en el tiempo —como el ataúd de Lázaro—

el ombligo que late, de la eternidad cautiva.


de Secretos en el camino (1958), traducción, Roberto Mascaró

Respuesta a una carta


En el último cajón del escritorio encuentro una carta que llegó por primera vez hace veintiséis años. Una carta aterrada que aún ahora, al llegar por segunda vez, respira.
Una casa tiene cinco ventanas: a través de cuatro de ellas el día brilla claro y tranquilo. La quinta da a un cielo negro, relámpagos y tormenta. Yo estoy en la quinta ventana. La carta.
A veces, se ensancha un precipicio entre el martes y el miércoles, pero en un instante pueden transcurrir veintiséis años. El tiempo no es una línea recta sino más bien un laberinto, y si uno se acuesta contra la pared en el lugar adecuado puede oír los pasos apurados y las voces, uno puede oírse a sí mismo transitar allí, del otro lado.
¿Tuvo esta carta alguna vez respuesta? No lo recuerdo, fue hace tiempo. Los incontables umbrales del mar continuaron pasando. El corazón continuó dando sus brincos segundo a segundo, como el sapo en la hierba húmeda de la noche de agosto.
Las cartas no contestadas se hacinan en lo alto, como nubes cirrostratos que anuncian mal tiempo. Ellas debilitan los rayos solares. Un día contestaré. El día en que esté muerto y por fin pueda concentrarme. O por lo menos esté tan lejos de aquí como para que pueda volver a encontrarme. Cuando vaya, recién llegado a la gran ciudad, por la calle 125, en el viento de la calle de las basuras danzantes. Yo, que amo el deambular y el desaparecer en la multitud, una letra T en la interminable masa del texto.

(de La plaza salvaje (1983), incluida en Para vivos y muertos, Hiperión, 1992, Madrid, trad.:Roberto Mascaró)

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