OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

lunes, 26 de septiembre de 2011

NICOLE BROSSARD (*)


Georgia O'Keefe: Escalera a la luna

Poemas tomados de "En el presente de la pulsación"
(Au présent des veines, trad. Sara Cohen y Alicia Genovese, Botella al Mar, Buenos Aires, 2000)

3.

aproximar los rostros

el agua que restablece los colores
quedar pegada al follaje de la noche
entre dos palabras de pasaje
traer hacia sí

todas las formas de figuración

hacia donde el cuerpo no duda

en el alba envolvente del ser

3.

rapprocher les visages
l'eau qui répare les couleurs

me tenir collée au feuillage de la nuit

entre deux mots de passage
ramener vers soi
toutes les formes de figuration
ou le corps n´hésite pas

devant l'aube étreint de tout l´être


17-

tener un lugar toda la vida

en su lengua materna

goce de la vida tenerla allí por donde ella pase

orilla que excava su metáfora

no hay agonía

solamente el relato


17-

avoir lieu toute une vie
dans sa langue maternelle

joie de vie l'avoir là où elle passe

rivière creusant sa métaphore
pas d'agonie

seulement le récit


(En el presente de la pulsación)


son siempre las mismas voces
grandes objetos de palabras
luz noche o silencio
los mismos pájaros la tarde
el ruido del otoño y otro
párrafo más allá de las palabras
aun cuando respiro
la respuesta huye

ce sont toujours les mêmes mots
grands objets de paroles
lumière nuit ou silence
les mêmes oiseaux l'après midi
le bruit de l'automme un autre
paragraphe en decà des mots
quand je respire
la réponse qui fuit

(Fiebre a lo lejos)

13-
a cada civilización un volumen tal
de huesos y de silencio

en el paisaje
la naturaleza hace rizos

agujeros de nacimiento en el ser

sin consideraciones hacia el ego gentil

obligado a caminar entre las granadas

13-

à chaque civilisation un tel volume

d'os et de silence

dans le paysage

la nature fait des boucles

des trous de naissance dans l'être
sans égard pur l'ego gentil

obligé de marcher entre les obus


(Noches de verano de 1 a 19)

(*)Nicole Brossard Nació en 1943, en Montréal, donde reside.
Su obra, iniciada en 1965, comprende una treintena de títulos de poesía, ensayo y novela. Ha sido traducida al inglés, alemán, español, italiano y neerlandés. En 1994 ingresó en la Academia de Letras de Québec y en 2010 recibió la distinción de Oficial de la Orden de Canadá. Su último libro es Piano blanc (2011). Libros de poesía traducidos al español son Instalaciones (UNAM), Vértigo del proscenio (El Toucan de Virginia), En el presente de la pulsación (Botella al mar), Camino a Trieste (Mantis editores) y Cuaderno di rosas y de civilización (UNAM). También han sido traducidas al español sus novelas El desierto malva (Joaquín Mortiz), Barroco al alba (Seix Barral), Ayer (Editorial Aldus) y Diario íntimo (Bajo la luna).

domingo, 18 de septiembre de 2011

HORACIO LAITANO


Edward Hooper, Halcones de la noche (1942)

OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS (*)

Poema I

No estoy aquí.

Ya lo sabía.

Sospechaba de mí

desde hace un tiempo.

Un extraño temblor

me desvía la mirada

hacia puntos oscuros

y lejanos.

No sé aún

si es temor o desconfianza.

Pero apenas me observan

me incomodo.

Empiezo a repasar

cada una de mis cosas,

las prendas de vestir

y los muebles de la casa.


No consigo saber

si ya he salido

o si estoy por regresar

al mismo sitio.


Poema II


En este silencio

que almidona las palabras

edifico otro silencio

más severo.

Más duro y cerrado

que las piedras,

más viejo

que algunos pasatiempos.


Sumergido en el agua

de sus días

sólo alcanzo a nadar

cuando me duermo.


Fatigas


La bruma

de un sedoso pasatiempo

se disuelve entre fatigas.

Nadie puede pensar

modestamente

en armar su descanso

en otro sitio.

Esa vaga sensación

que filtraba nuestras voces

es ahora un oscuro sedimento.

Un recuerdo vidrioso

en cada noche

apretando

nuestros párpados cansados.


Paisaje


Alcanzaron

espinosos horizontes

que apretaban

en su mente.

Mentalizados

como tales

anduvieron después

por las orillas.

Ciudades capitales

y campos arrasados.

Troncos secos

pegados al camino

en medio de la niebla.

Pasajes que ocuparon

la mirada

Hasta entrar en el alma

del viajero.


Observador oculto


Oculto en la escalera

observa los escasos movimientos:

el hombre que sonríe de mañana

la mujer que agita su plumero

o aquél que entre vagas intenciones

se decide a saludarlo.

Las palabras tropiezan

y acarician sus oídos.

La radio del vecino

murmura sus ásperas noticias:

informes apretados por el miedo

oscuros pasatiempos que se olvidan

y una leve tendencia

a creer en lo increíble.


El cielo apagado del domingo

se escurre finalmente en su memoria.


La casa

Los recuerdos, esas sombras tan largas de nuestro breve cuerpo…

Vincenzo Cardarelli

La casa estaba en la esquina de los peces. Un lugar donde ellos se encontraban para poder reconocerse. El agua se enturbiaba con frecuencia debido a la presencia de otros seres. Pero ellos continuaban, pese a todo, llevados por su afán de subsistencia.

La casa no tenía ni puertas ni ventanas. Apenas un borroso contenido, similar a las casas de otros tiempos. Los peces entraban y salían, sin que nada consiguiera detenerlos. Las noches y los días tamizaban los recuerdos. Ese frágil sostén de la vida de otros seres que los peces rozaban suavemente.


(en “Los años anteriores”, Botella al Mar, Buenos Aires, 2009)


(*)Horacio Laitano (Pergamino, 1955). Reside en Buenos Aires. Publicó: “Pensado en otoño”, “Diálogos con la lluvia”, “Memorias de la noche”, “La mandrágora secreta”, Los apuntes del Sr. Quq”, “Humores familiares”. Participó en antologías de poesía y publicó en diarios y revistas literarias nacionales y extranjeras.

jueves, 15 de septiembre de 2011

CUENTO


Gato y pájaro Paul Klee, 1928

El visitante
(la imagen sepia)

Lo sorprendente es la obstinación del eterno retorno, de lo cíclico. La sedimentada belleza de lo recurrente. No hay que rastrear, la secuencia visual reaparece espontánea, abarca mi espacio entero. Una meticulosa pintura móvil.

El primer borrador arrastra la imagen desbordada de una sobremesa estancada en la siesta de un día bochornoso. Verano de barrio. Las moscas zumban atontadas buscando el almíbar dorado de las uvas negras. El calor nos marchita a todos. El hule azul a rayas blancas, las migas, las gotas de vino como perlas moradas, los restos.

La niña contempla la escena, amodorrada. El padre cabecea en el viejo sillón de mimbre, la madre se pierde en el interior de un curioso, volátil entramado de adormiladas visiones veraniegas. Las hermanas mayores cuchichean novios y sonrisas cómplices veladas tras el ruido lluvioso de los cacharros que se lavan en la pileta del patio de atrás.

Un marco que reincide: la claridad meridiana, lívida, apenas interrumpida por algún nubarrón espaciado en la siesta de domingo.

Súbito, el aldabón de la puerta de calle retumba en la fresca profundidad del zaguán. El sonido hueco del bronce se propaga circular en la tarde dormida. Desbarata el letargo, apaga el zumbido monocorde de las moscas, invierte la línea ascendente del sopor, el vaho espeso, húmedo. La manecita de dedos finos y puño de encaje vuelve a sonar, imperiosa, hasta que la madre, espantándose las moscas y las ensoñaciones estivales, se pone de pie, atraviesa el zaguán, sale a ver quién es.

Por el ¡¡¡ohhh!!! de sorpresa y el tono de voz comprendo que ha llegado Andrés, el primo que esperábamos y también su valija de cuero marrón, el impermeable y las cajas de alfajores que deja en las manos de mi madre.

-Para las golosas de mis primas, tía -y la sonrisa ancha.

El reproche ínfimo, la caricia, los platos interrumpiendo su andar por el interior de la pileta enlozada, la canilla abierta, qué suerte que viniste; las moscas que ceden su lugar a las voces, los ademanes cálidos, la siesta que pasa a otro día. La charla que se instala, crece, nos cubre: un manto de voces. Contame de los parientes; prometeme que no se lo vas a contar a nadie; ¿sí?, ¿vooos?, ¿cuándo?, ¿noovia?, ¿tenés novia?; no te puedo creer, me parece imposible. Las voces se enroscan, engordan, se retuercen, zigzaguean, se achican, no las oigo más. Agrando mi mundo pequeño y juego a la payana sentada a los pies de mi primo. De a ratos, sin interrumpir la conversación, hunde los dedos en mi pelo como quien acaricia una mascota querida. Mi hermana Lucía trae un café, intercambia guiños con el adolescente grandote y alto que a mí me parece todo un hombre.

El sol se ha inclinado hasta casi apagarse. La hora trae grillos, chicharras, conciertos dispares de pájaros distantes. Se espeja en la copa oscura, borrosa, del cedro azul. El gato ronronea, curva el espinazo, los pelos erizados. El jardín revela un pozo de sombra y Micaela desde el piano deja volar los Cuentos del bosque de Viena que se esparcen como una lluvia de chispas sonoras sobre cada rincón, sobre la mirada brillante de la niña que juega con muñecas de trapo y casitas de fantasía.

Esa misma noche se estaciona entre nosotros, sueñera, la segunda sobremesa. Morosa, opulenta de dulces y bebidas. Otro empedernido borrador de la memoria, un atisbo. Oigo contar historias del campo, relatos polvorientos en las paabras de los mayores: el cadáver milagroso de la Difunta Correa, no se qué de la luz mala, que el hombre lobo aparece cuando hay luna llena y hay que tener cuidado con las gallinas, que Pancho Sierra era un gaucho bueno de pelo blanco y largo, que la Madre María se llamaba María Salomé, que el gauchito Gil esto y lo otro, que nadie cree en las brujas pero que las hay, las hay; que no por nada las quemaron vivas. Una miríada de mitos sentados a la mesa, compartiendo. Y el sueño amodorrado hecho bostezo inmenso, un ser vivo con ojos, boca, orejas, pelos, ojeras, letargos, cerrándome los párpados. Quiero ganarle al miedo. La pesadez sin límites, mi muñeca de trapo y la búsqueda del abrigo tibio de la sábana acaban ahogando el espanto. Cierro los ojos, me duermo por fin.

Un murmullo creciente respira entrecortado en lo oscuro, intercepta el descanso. Bisbiseos como truenos en la noche estrangulada. La niña oye una voz: despertate, este no es uno de tus sueños comunes, esto es una horripilante pesadilla. El sobresalto, la taquicardia, el sacudón.

Una multitud de caras, racimos de caras de difuntas y difuntos aureolados de luces malas y hogueras crepitantes crecen a pocos centímetros de mis ojos, me despiertan sacudiendo mis hombros con manos frías y huesudas. Tiemblo de miedo, me tapo los oídos, la boca reseca, las palabras sin voz. Oigo un sonido apenas rítmico, ligeramente cadencioso, una loca evolución de escalas agudas a graves, acordes como cristales acribillados, desafinados, inarmónicos, brotando inesperados del piano sin que yo pueda reconstruir la melodía.

-Shhh, silencio, hay ladrones en el comedor -susurra alguien.

Inmovilidad, latidos, latencias, hormigueos, sudor frío, manos que tientan, se buscan, ahogos, temblores... La voz insegura de la madre, la decisión inquebrantable del padre, el revólver sin balas. Sigilo. Avances estratégicos. El piano que suena otra vez, un galope disonante en las teclas, la luz que se enciende, la escena al desnudo: asustado, el gato maúlla, gruñe, muestra el filo de las uñas, los ojos inquietos; alza las patas, se defiende; las desploma sobre un re o tal vez sea un fa o un do o cualquier nota desafinada hasta detenerse, el lomo tenso, curvado, sobre el marfil del teclado en un último, vibrante acorde final.

Caen también los brazos de todos y suben los suspiros de alivio y el espacio deviene un espacio enrarecido, una extraña postal de familia: el padre armado, la madre atónita en un revuelo de puntillas, Lucía, Micaela, Andrés y yo más atrás, mudos.

La frescura inesperada de la brisa nos devuelve el movimiento y el habla. Entró por la ventana que mi primo - dormía en un sofá cama cerca del piano- dejó abierta porque el calor insoportable no lo dejaba dormir. La misma ventana por la que entró el gato y saltó al teclado que Mica, en un descuido, se olvidó de cerrar. Y también las estrellas y la luna, de ronda por los tejados y las calles desoladas.

La noche clara veteada de oscuro. El susto bordado en hilos de plata, para siempre.

La niña se demora, escruta sombras movedizas y otras cosas indeseables en la sala. Se asegura: la tapa del piano cerrada, las celosías herméticas, los vidrios apenas entornados. Controla que no haya nada debajo de las camas. Cada recoveco, los reflejos en los techos, en las paredes...

La noche inmóvil rebalsa su escasa compostura cuando se nos escapa la carcajada que intentamos ahogar en la cocina. Lo inconveniente no parece la carcajada estrepitosa, lo inconveniente es la hora de la madrugada en el barrio donde la espesura del silencio es un crescendo de pequeños sonidos que se pegan a los tímpanos. La risa escapa, impúdica, un vaho misterioso que atraviesa hendijas, ventanas entornadas, claraboyas; fluye ingrávida desde el ámbito tibio de la cocina donde nos fuimos congregando, como quien acude a una cita olvidada, sonámbulos. La excusa del agua fresca, el té de tilo que calma el sistema nervioso, la leche tibia, el guindado.

Un rato después se apagaban lentas las risas, las luces. El último borrador trajo sonidos: la desmesurada sordina del silencio estalla en mis tímpanos. Otra vez la noche honda late el bombeo húmedo de mi corazón. Y el sueño reaparece limpio, recién estrenado, terapéutico. Las sábanas frescas, la muñeca blanda; el brazo seguro de papá abraza mi cuello ahora relajado. No más gatos, no más ruidos, no más cuentos de terror a la hora de las largas, inconmensurables sobremesas de verano.

por Marta Ortiz
(en El vuelo de la noche, La Editorial, Universidad de Puerto Rico, P. R. 2006)

sábado, 3 de septiembre de 2011

Mis poemas en FLEDERMAUS



Ya está a la venta la edición Nro 14 (año 6, julio de 2011) de la revista literaria FLEDERMAUS que editan en Chivilcoy las escritoras Inés Legarreta, Griselda Marenda y Zulma Zubillaga.
Además de una impecable factura contiene imperdibles ensayos de Marcelo Peluffo, Elena Garritani y Clara Manavella; textos narrativos de María Lyda Canoso, Andrea Fontán e Inés Legarreta; un texto dramático de Griselda Marenda y poesía por Marta Ortiz, y Zulma Zubillaga.
Poemas de mi
Diario de la plaza y otros desvíos en las páginas de Fledermaus: