OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

lunes, 13 de marzo de 2017

ORIENTE, de Olga Suárez (Texto presentación por Marta Ortiz)
































Texto presentación de Oriente (Olga Suárez, Alción Editora, Córdoba, 2016)


Palabras que cortan la niebla

©Marta Ortiz




Prendida de la cadencia y belleza de la palabra Oriente, me abro paso en su espesura semántica. María Moliner me da la primera pista: del latín “oriens, -entis”, de “oriri”, nacer, Oriente significa “nacimiento de una cosa”. También es el Este o punto del horizonte por donde sale el Sol, y por su situación respecto de Europa, el “conjunto de países asiáticos”, Oriente Próximo y Lejano Oriente; sin olvidar las perlas, las buenas se distinguen por la intensidad de su brillo, precisamente, por su oriente. En términos de búsqueda de orientación y dejando marcas de lectura como guijarros en el camino para no perderme, con esos pocos elementos, penetré una selva poética imprevisible: la que abría ante mí el poemario de Olga Suárez, recientemente publicado por Alción Editora.  

A la vuelta de las primeras páginas, se cruza en mi camino una segunda palabra, también de las más bellas que enriquecen nuestra lengua: Clepsidra, título del primer apartado de los tres que articulan el libro (Clepsidra, Eros y Los plátanos); impecable soporte simbólico para una serie de poemas que apelan a la memoria. Se trata de un tiempo mítico que se ha escurrido en gotas de historia personal, regresado en la metáfora de la lágrima, como si esa infinitesimal porción de agua pudiera contenerla: “me sumerjo en la lágrima”, dice la primera línea del primer poema, a sabiendas de que abrir la caja del tiempo implica riesgos, abrir es sentir arder el silencio: “Si te abro me desarmo / como un tronco seco”.

Clepsidra es también el nombre de un largo poema segmentado en XIV unidades. En ellas el clima onírico recorre el conjunto: el rastreo se apoya en sueños y ensoñaciones. Se nombran “colinas del sueño” y “la escala del sueño”; alguien “sueña entre las flores” y habrá una “trampa del sueño que retorna” y “damas negras que se columpian en el sueño”. Avanzando páginas, se dirá: “Me encerraba en sueños de acertijos / y crucigramas para acallar el miedo.” Tal vez no exista materia más proclive a la recuperación de la imagen poética anclada en el pasado, que el sueño y la ensoñación. “Recuerdo, te abro al tiempo”, dice el verso que inicia el primer poema y remueve, en la apelación, una genealogía que roza la leyenda: el rapto de Mónica la bella por Juan de los llanos, acto violento y aventurero de sesgo romántico que no desató una guerra como el rapto de Helena, y sí en cambio fundó una estirpe: “…lo no nacido / que viene una y otra vez a golpear la puerta”. Imagen iniciática que la clepsidra interrogada ha devuelto a escala de sueño, entre girasoles encendidos.

Un hombre sueña entre flores, dice el poema IV. De una raza de Oriente, vendrá del Este. El Oriente imaginado expresa aquí un Deseo: el futuro ilumina, un “punctum estelar”, se dice. En los poemas V y VI, el camino de la revisión resignifica esa “estación de Oriente” conjetural. Se nombra un tú que puede ser un yo. La propuesta vislumbra un regreso al canto, al trino, volver a ser alondra “para ser avistada” y elegir el nido: “…deja regresar tus pasos a esa casa / que nunca se deshabitó ni pidió cuentas”. La casa y el canto, es decir la Poesía, o la suma de sus voces: “insistirá aquello que el corazón te señale / para gorgear al unísono”.

El uso frecuente del prefijo trans va más allá de cualquier límite, no reconoce frontera temporal y en las trans-figuraciones, trans-mutaciones, trans-formaciones nombradas, se llega al presente de un yo lírico ensoñado en paraísos perdidos donde es posible rescatar ruecas, durmientes, príncipes que deambulan en triciclos, espejos. El territorio de la Poesía conecta especialmente con la infancia y lo maravilloso. Leemos en el poema X: “La ensoñación dejará / una marca imborrable”, y aquí cabe la palabra de Gastón Bachelard, tomada de su Poética de la ensoñación: “Soñando con la infancia, volvemos a la cueva de las ensoñaciones que nos han abierto el mundo” (*), y también: “Descubrimos así en nosotros una infancia inmóvil, una infancia sin devenir, liberada del engranaje del almanaque” (**)

En esa línea, el clima onírico que Olga Suárez imprime al conjunto, recobra con naturalidad a la niña que fue en su fuga “hacia el país de cigarras encendidas.” Buscando su Oriente, ella encontrará en la calesita, el agujero por donde deslizarse. Aún en el marco del miedo y la sobreabundancia de uniformes verdes –alusión a los años de plomo-, el juego siguió su curso. Se indaga en el pasado para encontrar las claves del presente; para intuir, “atesorado en relicarios”, un futuro.

La condición femenina se nutre de otras fuentes: modelos míticos en los poemas Hécuba, Pentesilea, Dido y Helena. Mujeres valientes, destinos trágicos. Pero Olga Suárez es mujer del siglo XXI en la Argentina de Ni Una Menos y rearma el mito y define una postura: “No somos devotas ni enlutadas / buscamos sin fortuna un lugar en el mundo”, dice un verso de Hécuba; y también: “No me veo delante del fuego en la estirpe del fénix” (Dido). Sin embargo, los cuerpos se amontonan en la pira, “La trama se escribe en femenino” y el objetivo común construye la estrategia: “robar el fuego / ni elegíaco ni épico / para nosotras”.

 En la segunda parte, EROS, la poeta ya no indaga en la lágrima, sino en “la calma de Eros escondido”. Las ensoñaciones ‒cargadas de la intensa sensualidad‒, son aquí boscosas, se trata de “florecer en el camino del paisaje”. Y el paisaje señala, entre otros misterios terrenales, el misterio que para Olga encierra la letra O: “no deja de perseguirme”, Ser Olga como Olga Orozco y como ella, ser poeta. La constante onírica evoca un “sueño áureo” que aviva el juego de la homonimia y la semejanza: oro y oro, Orfeo y Orión, osadía de Delfos, oráculos. “Es una boca abierta que clama”, dice, y aunque no podemos no pensar en aquel célebre grito de Edward Munch, la duda se despeja cuando el verso aclara: “Es un ojo / que todo lo ve”.

Los poemas de Los plátanos vuelven a la exploración de la marca familiar, pero desde otro ángulo: la huella que fundaron las palabras: las de la abuela Fiorina, oídas al rirmo de la puntada, entre hilos; las de ese hombre que contaba el diccionario como un cuento. De su madre almacena “esa lengua nómade / que apaciguaba por momentos el terror / hoy las letras se desbaratan en aquella sopa primigenia / recobran el sabor de la infancia”. Pero la memoria ha tendido su trampa y el olvido erosiona el nombre grabado en la piedra, el recuerdo no es precisamente cristalino. A contrapelo de recetas proustianas, sólo la palabra será capaz de recomponer esa inmovilidad ajena al almanaque que menciona Bachelard. Una voz enseña la “contraseña estelar de las palabras”, se dice en el poema Odradek. Olga Suárez ha desenterrado la letra aprendida y se define “escriba de lo impronunciable / en busca de certezas”. Depositaria de ese tesoro que hoy la construye, reescribe el mandato: “Pronuncia / una nueva lengua / que te transforme / en telar de enredaderas”. Y una certeza: “Solo poseo / palabras punzantes/ para cortar la niebla”.

Los plátanos de la infancia cobijaron en la casa derruida, aquel tiempo que se puede volver a habitar. “Cada palabra porta su odradek”, se dice. Nos preguntamos cuál es el Odradek de Olga. ¿Será ese pasado que fulgura en los plátanos cerca de la Estación Rosario Oeste, será ese Oriente deseado, cardinal, que es también una zona, un espacio a re-visitar, a habitar, allí donde las palabras brillan a nuevo porque fueron interrogadas?

Oriente refugio, piel y poesía, recobrado en la cifra orientadora de la infancia o el hilo dorado que lo emparenta a la poética de Rimbaud, el visionario, quien escribió: “esa vida de mi infancia, la gran ruta accesible en todo tiempo”, y buceó en la inmensa riqueza de las vivencias infantiles, a medias recordadas. Era imperioso regresar al Oriente  primitivo, que leemos no sólo como instancia cultural sino también como territorio primitivo personal.

 “No hay nada más, sólo creer.”, se afirma en este otro Oriente de Olga, y la frase queda resonando. Creer que siempre existirá un lugar de fuga, recinto cuyos interiores reflejen nuestro deseo, uno de ellos, el que permite unir voces en un clamor común: la Poesía.



*-Bachelard, Gastón, Poética de la Ensoñación. Página 155

** Ídem: 177

Ofelia, Francisco Nakayama, 2009