OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

lunes, 2 de mayo de 2011

JAVIER ADÚRIZ (1948-2011)



Puerta

Ahí estás, cerrada igual que un párpado,

como si detrás no hubiera

un evaporado país, tronar de un corno

de la fantasía:

llanura,

mueca o sonrisa

para cada ahogado acontecer.


Raja,

con esplendor vibrando

en el hábito de lo efímero,

cada línea, cada línea,

como el dolor

pidiendo aire, corriendo el cerrojo

de una indestructible

eternidad

desmantelada.


De La forma humana, 1999


¿Oís el río?

¿Oís el río, Okusai? No está lejos.

Tiene el sonido ambiguo de la vida.

Son como cascotitos limpiándose

con la corriente, algo múltiple.

Prestá atención. Detrás del ruido

se ve el nacimiento rudo de las cosas,

eso íntimo, desesperado casi, casi

enorme en su notoria nimiedad.

¿Oís, Okusai? ¿Ves? No necesito

que me pongas esa cara de tintorero

feliz. Dejate ir nomás, un poco.

¿O vinimos nada más que para esto?



En Palermo

Hoy es día de mojarras, Mario.

La superficie del lago es transparente

y no parece sensato intentar de nuevo

la suerte del mediomundo.

Al fin y al cabo, fue casi por azar

que sacamos la bestia imaginaria.

¿Te acordás?, se reía de nosotros

con esa boca llena de felpudos sarcásticos.

Algo bíblico.


Sí, es día de mojarras, che.

El cielo brilla indiferente y produce

ese efecto gregario que nos ablanda a todos.

Además, quién oye la canción de los mansos.

Yo te había comprado el helado de palito

con el que señalaste de pronto la profundidad

y mirá, ahora estamos aquí

a merced de las palabras.


No valen intenciones. Que vengas

y te enfundes en el vistoso pilotín amarillo

con la red en la mano

no es argumento suficiente. El agua

es peligrosa siempre, ¿viste?,

te refleja y no te refleja,

pero no hay monstruos cada dos por tres

en el lecho del lago.

Te lo digo así, para que no insistas.


¿Dónde estará ese sueño de vapores

y ronquidos felices?...


Mario,

no creo que la vida dé oportunidades.

Eso sí, cuando arrojaste la red

te oí el grito más tierno, más ilusionado

y éramos dos titanes, ambos

tirando de la caña.


Madre patria

En el fondo de casa tengo a mamá partida a machetazos.

Vuelve la pobre, no se conforma y me obsede

cada año bisiesto. Los febrero 29, por ejemplo,

la saco de la bolsa, y la llevo a pasear

por lo cerrado de la noche. Después procedo.


No es agradable, es cierto, salir a la avenida olfateando

muerte. Y más, con mamá en los brazos. Me basta

con cerrar los ojos para verla un poco despeinada

hablando de la carestía de la vida. Como si la vida

fuera barata o cara. Qué se yo. Cosas de mamá.


Me encanta, eso sí, cuando nos sentamos a tomar la leche.

Si cae en viernes, me la llevo lejos a almorzar

y me la como con furia. Somos gente de carácter.

Quien más quien menos, en la familia, tiene

algo de ayunador o de caníbal. Estilo que le dicen.


De las pesadillas, mire, prefiero no hablar. Son un cine.

Un espectáculo asombroso, horrible sí y con finales

bruscos. Pero las guardo conmigo: es lo único

que sigue, cuando la miseria aprieta y no hay amigos

o la cana llega, como usted, diciendo no se sabe qué…


Ahora la encuentro en las palabras. Ahí la llevo por partes

en esta forma de lenguaje, un poco enajenado tal vez,

pero tan querible, tan íntimo, que no sabría decirle

si lo prefiero decididamente a mamá. Es más callado,

menos inquietante y no depende de los años bisiestos…


de La verdad se mueve (Del Dock, 2008)


Coro

La prolijidad, desdichado lector,

no se corresponde con la índole

de mi carácter. Me maldispone

trabajar de prólogo, (amén

de este atavío arlequinesco).


Digo: como pueblo

soy una caricatura del primer mundo.

Debiera componer un mundo, ¿no?

Ahora salgo para advertir una razón:

la melancolía no era el único pasto

de las aves. Comedia o no,

cada quien arrastra el trayecto de su risa.


Lo supo Aristófanes, frente a la amargura

ateniense; y el inefable Fidel Pintos,

cuya fealdad sin palabra

nos consolaba de nosotros mismos.


Está dicho: para un pueblo joven, lo risible

compromete innumerables músculos.


De Canción del samurai, 2004



Elogio de nosotros mismos

Nosotros, los que mentimos a diario,

los que encarnamos el difícil arte

de la locuacidad vacía,

nosotros, los embaucadores

de sordos,

temblones mediocres del infinito

abismo, los artistas consumados

de la transmutación y la astucia,

raza de enanos

irredentos, de perdularios

a domicilio, nosotros,

los sabios, los mezquinos, paralíticos

de la alegría, los entusiastas

del odio, los magníficos,

los elegidos desde siempre

para juzgar y condenarnos.

Deliciosa inteligencia.

De Solos de conciencia, 1985


El nadador


Las últimas piletas son agrias. Llueve

tanto o más de lo pensado, aun

cuando los jazmines revienten

y las enredaderas se aúpen a los árboles.

Creeme..., no se puede creer. Los huesos

hablan y el animal afina por debajo

una canción indescriptible. Igual,

no se quiere dejar de sonreír.

Hay algo en los recuerdos, vale decir,

en el seco ahora, en el puro y desaforado

ahora, que no importa demasiado

si el resto se vuelve confuso y breve,

fragmentario. Lo interesante está aquí,

en este aquí del tiempo, aunque la casa

finalmente esté sola... o vieja... o devastada.

(*)Javier Adúriz (Bs.As. 1948-2011), poeta y ensayista. Ha publicado ocho libros de poemas, entre otros títulos: Canción del samurai (2004), La verdad se mueve (2008) y Esto es así (2009).

En otro orden, se considera un posclásico, perspectiva estética que ha defendido en sus últimos ensayos. Codirigió la colección "Época" de Ensayos del Dock.