Puerta
Ahí estás, cerrada igual que un párpado,
como si detrás no hubiera
un evaporado país, tronar de un corno
de la fantasía:
llanura,
mueca o sonrisa
para cada ahogado acontecer.
Raja,
con esplendor vibrando
en el hábito de lo efímero,
cada línea, cada línea,
como el dolor
pidiendo aire, corriendo el cerrojo
de una indestructible
eternidad
desmantelada.
De La forma humana, 1999
¿Oís el río, Okusai? No está lejos.
Tiene el sonido ambiguo de la vida.
Son como cascotitos limpiándose
con la corriente, algo múltiple.
Prestá atención. Detrás del ruido
se ve el nacimiento rudo de las cosas,
eso íntimo, desesperado casi, casi
enorme en su notoria nimiedad.
¿Oís, Okusai? ¿Ves? No necesito
que me pongas esa cara de tintorero
feliz. Dejate ir nomás, un poco.
¿O vinimos nada más que para esto?
En Palermo
Hoy es día de mojarras, Mario.
La superficie del lago es transparente
y no parece sensato intentar de nuevo
la suerte del mediomundo.
Al fin y al cabo, fue casi por azar
que sacamos la bestia imaginaria.
¿Te acordás?, se reía de nosotros
con esa boca llena de felpudos sarcásticos.
Algo bíblico.
Sí, es día de mojarras, che.
El cielo brilla indiferente y produce
ese efecto gregario que nos ablanda a todos.
Además, quién oye la canción de los mansos.
Yo te había comprado el helado de palito
con el que señalaste de pronto la profundidad
y mirá, ahora estamos aquí
a merced de las palabras.
No valen intenciones. Que vengas
y te enfundes en el vistoso pilotín amarillo
con la red en la mano
no es argumento suficiente. El agua
es peligrosa siempre, ¿viste?,
te refleja y no te refleja,
pero no hay monstruos cada dos por tres
en el lecho del lago.
Te lo digo así, para que no insistas.
¿Dónde estará ese sueño de vapores
y ronquidos felices?...
Mario,
no creo que la vida dé oportunidades.
Eso sí, cuando arrojaste la red
te oí el grito más tierno, más ilusionado
y éramos dos titanes, ambos
tirando de la caña.
Madre patria
En el fondo de casa tengo a mamá partida a machetazos.
Vuelve la pobre, no se conforma y me obsede
cada año bisiesto. Los febrero 29, por ejemplo,
la saco de la bolsa, y la llevo a pasear
por lo cerrado de la noche. Después procedo.
No es agradable, es cierto, salir a la avenida olfateando
muerte. Y más, con mamá en los brazos. Me basta
con cerrar los ojos para verla un poco despeinada
hablando de la carestía de la vida. Como si la vida
fuera barata o cara. Qué se yo. Cosas de mamá.
Me encanta, eso sí, cuando nos sentamos a tomar la leche.
Si cae en viernes, me la llevo lejos a almorzar
y me la como con furia. Somos gente de carácter.
Quien más quien menos, en la familia, tiene
algo de ayunador o de caníbal. Estilo que le dicen.
De las pesadillas, mire, prefiero no hablar. Son un cine.
Un espectáculo asombroso, horrible sí y con finales
bruscos. Pero las guardo conmigo: es lo único
que sigue, cuando la miseria aprieta y no hay amigos
o la cana llega, como usted, diciendo no se sabe qué…
Ahora la encuentro en las palabras. Ahí la llevo por partes
en esta forma de lenguaje, un poco enajenado tal vez,
pero tan querible, tan íntimo, que no sabría decirle
si lo prefiero decididamente a mamá. Es más callado,
menos inquietante y no depende de los años bisiestos…
de La verdad se mueve (Del Dock, 2008)
Coro
La prolijidad, desdichado lector,
no se corresponde con la índole
de mi carácter. Me maldispone
trabajar de prólogo, (amén
de este atavío arlequinesco).
Digo: como pueblo
soy una caricatura del primer mundo.
Debiera componer un mundo, ¿no?
Ahora salgo para advertir una razón:
la melancolía no era el único pasto
de las aves. Comedia o no,
cada quien arrastra el trayecto de su risa.
Lo supo Aristófanes, frente a la amargura
ateniense; y el inefable Fidel Pintos,
cuya fealdad sin palabra
nos consolaba de nosotros mismos.
Está dicho: para un pueblo joven, lo risible
compromete innumerables músculos.
De Canción del samurai, 2004
Elogio de nosotros mismos
Nosotros, los que mentimos a diario,
los que encarnamos el difícil arte
de la locuacidad vacía,
nosotros, los embaucadores
de sordos,
temblones mediocres del infinito
abismo, los artistas consumados
de la transmutación y la astucia,
raza de enanos
irredentos, de perdularios
a domicilio, nosotros,
los sabios, los mezquinos, paralíticos
de la alegría, los entusiastas
del odio, los magníficos,
los elegidos desde siempre
para juzgar y condenarnos.
Deliciosa inteligencia.
De Solos de conciencia, 1985
El nadador
Las últimas piletas son agrias. Llueve
tanto o más de lo pensado, aun
cuando los jazmines revienten
y las enredaderas se aúpen a los árboles.
Creeme..., no se puede creer. Los huesos
hablan y el animal afina por debajo
una canción indescriptible. Igual,
no se quiere dejar de sonreír.
Hay algo en los recuerdos, vale decir,
en el seco ahora, en el puro y desaforado
ahora, que no importa demasiado
si el resto se vuelve confuso y breve,
fragmentario. Lo interesante está aquí,
en este aquí del tiempo, aunque la casa
finalmente esté sola... o vieja... o devastada.
(*)Javier Adúriz (Bs.As. 1948-2011), poeta y ensayista. Ha publicado ocho libros de poemas, entre otros títulos: Canción del samurai (2004), La verdad se mueve (2008) y Esto es así (2009).
En otro orden, se considera un posclásico, perspectiva estética que ha defendido en sus últimos ensayos. Codirigió la colección "Época" de Ensayos del Dock.
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