OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

lunes, 24 de enero de 2011

MICHOU POURTALÉ


le galet

OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS (*)


Algún canto rodado


El canto rodado no es una cosa fácil

de definir, dice Francis Ponge.

Le galet, roma piedra que el mar rescata

delante de mi pie en la mismísima

orilla de esta playa desdibujada

por pisadas anónimas y mendrugos

hachados de caracola partida,

arroja su aplanada cara de

luna con agujero.

Obsesivo el guijarro ocre gris,

heredero directo de un ancestro pétreo,

monologa imperturbable su diáspora,

llama a través de la materia, clama.

Este pasadizo arqueológico

comido dentro del simple oleaje

por sal, medusa, diente de algún pez,

capricho horadado en forma de O,

inserta un tajo oblicuo en mi ojo.

Ranura centrada en piedra,

la nada y el todo centrados en ranura,

ocaso y renacer en el redondo canto

litúrgico de alta marea. Eterno

un rodar de rueda en constante

lenta molienda de arcano cíclico,

hace que le galet muera.

Trémula orfandad fragmentada

en arenillas compactas dispersas

clandestina se acomoda

al golpe de calor, a la nimiedad,

al desprecio.

Cabe preguntarse qué oculto don

se esconde en el circular vientre de siglos

del pedrusco ¿una eterna sapiencia,

alguna loca dádiva? Tal vez sea la extraña

reserva impresa por el maravilloso

engranaje de su rolar, vida al fin sometida

al brutal tratamiento de inmensidad y ola.

Un cordón sostiene el canto rodado

que lánguido cuelga sobre mi pecho

mientras algo de su historia se concluye

otro va a dar comienzo, impredecible.

(en Del mundo de las cosas, de La misma que soy)



Hay un atrás del tiempo que deja

el tiempo al pasar y allí se instalan,

cómodas, las tantas vejeces que fueron

amadas. Zarcillo, muñeca, foto de familia,

cómplice caja laqueada, son simples vejeces

que tuvieron, a título sentimental, un brillo.

Así son ellas hoy. Un algo vetusto sin valor

las muestra apagadas pero dignas,

se diría chapadas a la antigua. Baratijas

en desorden ordenado al fin,

antiguallas que nos resultan íntimas,

con el afecto invaden y atrapan

lugares donde quedan fijas, su calma muda

con un lento resorte al pecho picotea

y llega esa fragancia dulzona

de papiro indescifrable rancio.

Un afán de caricia nos sorprende

justo donde la nostalgia hizo nido,

único punto al que se vuelve

para ahuyentar la molicie del alma.

Este botón de nácar con cuatro agujeritos

me inclina a meditar, correr el velo de la pátina

como atanor que se apaga.

Las vejeces llevan grietas cuyo presente

es pasado, ahora un simple recuerdo.

Ellas son lo ya vivido. Es lo eterno.




El muerto tiene un lugar de pertenencia

sólo suya, sobre la cual hemos inventado

un raro entretejido.

Intelectuales o necios optamos

por algo metafísico o una aceptación

tan difícil como dura de asimilar

por no entender la nada. En esfera opalina

el muerto está desposeído de bienes

y uno se pregunta si lleva impresa

la memoria pasada,

si guarda el recuerdo de las tantas cosas

que amó siendo suyas. Ahora otra mano

toca, resuelve, dispone

sobre esa materia que lo sobrevive.

Del trazo de sus pisadas solo

quedan borrones cada vez más

difuminados, reales fragmentos

que nos hacen demudar

él ya nada necesita y con su tropa,

algún libro o bártulo, ciertos enseres,

retenemos su huella

dentro de su pobre ojo mortal.

(de El coloquio, en La misma que soy)


(*) Michou Pourtalé nació en Azul (provincia de Buenos Aires, Argentina). Ha publicado los poemarios Milenaria caminante (Botella al Mar, 1997); Hombres en sepia (G. E. Latinoamericano, 2000); Signos tardíos (Nuevohacer, 2003); Damero para un cuerpo (El Copista, 2006); La misma que soy (Vinciguerra, Buenos Aires, 2010) Ha escrito ensayos sobre la obra de Francis Ponge y Néstor Perlongher. Participo en numerosas antologías dentro y fuera del país. Es miembro de la sociedad civil que reúne a escritores estudiosos de la Literatura, Gente de Letras, fundada en 1978.

Contacto: michou@fibertel.com.ar