OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

miércoles, 12 de marzo de 2025

"EN EL BORDE". UN AÑO DESPUÉS

  • DE LA DIVERSIDAD DE LOS BORDES EN LOS RELATOS DE MARTA ORTIZ,  por Roberto Retamoso ,  en Agencia Paco Urondo (APU), 24 de noviembre de 2024




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DE LA DIVERSIDAD DE LOS BORDES EN LOS RELATOS DE MARTA ORTIZ


TEXTO COMPLETO:

De la diversidad de los “bordes” en los relatos de Marta Ortiz

©ROBERTO RETAMOSO

24 Noviembre 2024


En el borde (Alción, 2023) es un título que, al nombrar, significa. Significa un lugar, un espacio, un ámbito, que es el de la propia escritura.

Digámoslo así: la escritura bordea, hace borde, se vuelve fronteriza (border).

Por ello, separa tanto como une; opone, tanto como identifica. Una escritura fronteriza es una escritura donde las cosas se mezclan. Las cosas son y no son lo que son, aparecen, parecen, desaparecen.

El borde del título es ontológico -remite al ser de las cosas- pero también es simbólico: remite al lenguaje y sus formas. Por ello, el título expone las cuestiones dilemáticas con las que se enfrenta todo escritor, cualquier escritor, y que podrían resumirse de este modo: “¿y qué se hace ahora con esto?”... Donde “esto”, claramente, es el mundo, y “se hace” es escribirlo.

Lo cual supone una serie de problemas que son tanto conceptuales como prácticos, ya que esa pregunta pone en juego, por una parte, la cuestión de “la percepción” y por otra, la del lenguaje.

Porque estos relatos de Marta Ortiz, en su mera acaecer, nos obligan a preguntarnos: “¿qué percibimos?... ¿cómo percibimos?... ¿cuán fiable es nuestra percepción de las cosas?”...

Como nunca sabemos si “lo que percibimos” se corresponde “con lo que genera nuestra percepción”, si lo que vemos, oímos, sentimos es real o es puramente imaginario, si “estamos en presencia de personajes y eventos auténticos o todo transcurre en el terreno de lo fantástico u onírico”, los relatos transcurren sobre una indecibilidad ontológica que requiere de una correspondencia expresiva.

Por tal razón, estos cuentos se sitúan, además, en el borde de los géneros.

En el borde que separa -aunque conectándolos-, el dominio del relato realista y el dominio del relato fantástico.

La escritura de estos textos, también sinuosa y por lo mismo border, no opta por un modelo o por otro, por un género narrativo en desmedro o en contra de otro. Lo que hace, en todo caso, es hilvanar, “zurcir”, si se quiere, materias textuales, sustancias narrativas, para producir una suerte de collage genérico, en el que el realismo no es más que el reverso indispensable del fantástico, y la invención imaginaria un modo posible de simbolizar la realidad.

Todo lo cual está sostenido por una voz femenina que, al tiempo que narra, duda, vacila, se rectifica, tanto como disfruta y goza. De lo que mira, de lo que encuentra, de lo que imagina, tanto como del acto de contarlo, es decir, de escribirlo.

 Y que acaso por ello se permite bascular, libremente, entre el orden de la fantasía y de los sueños, y el de la más cruda realidad. Entre la percepción de estatuas decapitadas y extrañas metamorfosis, y el espectáculo de un niño que amaba jugar con soldaditos de plomo, hasta transformarse después en ese general que provocó una masacre de soldaditos reales, llamado Leopoldo Fortunato Galtieri.



"EN EL BORDE, "RESEÑA IV

"CELIA FONTÁN, MARTA ORTIZ, DANTE TAPARELLI: LITERATURA ROSARINA POR TRES", por Lisandro González, publicada en diario La Capital (Rosario), el 30 de mayo de 2024.

LINK A LA NOTA:  LITERATURA ROSARINA POR TRES


TEXTO COMPLETO:

Celia Fontán, Marta Ortiz, Dante Taparelli: literatura rosarina por tres

©Lisandro  González

 Durante el año 2023 aparecieron tres títulos de narrativa en nuestra ciudad, que presentan, cada uno, sus particularidades e improntas.

Marta Ortiz, que ha publicado en poesía Diario de la plaza y otros desvíos, Casa de viento y Fuera de foco, y en narrativa El vuelo de la noche y Colección de arena, ha dado a conocer su libro de cuentos En el borde, por Alción Editora.

Con recursos por momentos propios de la literatura psicológica, jugando con los discursos mentales y con un relato no necesariamente lineal, sus textos demuestran un esmerado trabajo formal y atisban un mesurado hermetismo incluso en algunos momentos. “Transcurren en la frontera entre sueño y vigilia, apariencia y realidad” dice Celia Fontán en la contratapa, agregando que “algo atraviesa la cotidiano…, dejando entrever una zona oscura, como si la lógica del sueña se impusiera con disimulo”.

Remedando en ciertos tramos a Clarice Lispector –de quien incluso hay una cita-, ensambla paisajes urbanos y oníricos, asediando ese “borde” de lo real y del pensamiento en los dieciocho cuentos del volumen.

Encontramos en estas páginas desde las estatuas sin cabeza de la plaza Pringles, la propia hija en un rincón lejano del mundo, un particular helecho, un accidente doméstico, un perro inoportuno, hasta la miseria y la desigualdad social, Malvinas, el todavía hoy desparecido Bruno Gentiletti, conviviendo también con numerosas referencias culturales (Cheevers, Hopper, Emily Dickinson, la Bossa Nova, Amelia Biagioni, Katherine Mansfield).

De este modo, Marta Ortiz muestra una prosa trabajada, pulida y a la vez intensa, consiguiendo una significativa densidad en esta lograda y madura narrativa.

 En el caso de Dante Taparelli, artista plástico, diseñador, modisto y gestor cultural nacido en Santa Fe y residente en Rosario hace años, su primer libro trae relatos de su infancia, en el que con presteza enhebra recuerdos donde la inocencia no esconde la crueldad, ni la dicha perdida tapa los momentos de amargura.

En Todo el cielo para mí: antología de infancia, coeditado por H. y A. Ediciones y GatoGrillé Ediciones, la madre, el padre y el resto de la familia aparecen con defectos y virtudes –y algún abuelo autoritario sin tantos matices--, en un rico anecdotario donde el autor propone darle entidad y vida a la memoria -como bien dice Patricio Raffo en el prólogo, “Dante Taparelli cierra los ojos para recordar y, a la vez, abre su pluma para compartir sus recuerdos”-.

Y precisamente: “Desde que recuerdo, todos los lugares me quedaron chicos. Siempre quería saber algo más, abría los cajones de mi madre, revisaba los libros, revisaba la ropa de los roperos y baúles, iba al taller y abría los estuches con las herramientas.” En este libro, esa ansia de expansión y de búsqueda se hace patente en el recorrido de la niñez, junto a la añoranza de aquel tiempo de la vida que, más allá de los claroscuros, fue para para Taparelli una estación de dicha. “Espacio de la infancia siempre deseado, cada verano que mirábamos hacia arriba”.

Y de la mano de las historias, palpita esa remembranza de lo sensorial que solo las palabras pueden atisbar. “Así conocí el olor de las pinturas guardadas en los anaqueles de la tía Lea, el olor de la comida fuera de la heladera, delos quesos en los armarios, el olor de las telas, el olor del Gamexane, de los galpones con cucarachas”.

 Finalmente, Celia Fontán -quien ha publicado entre poesía y prosa Ha crecido el césped, Los árboles rebeldes, De cruces y señales, Hijas del mar, Los habitantes de Valdra, Restos del navío, Un taxi a Bucarest y Herbarium-, los textos de La guerra en los jardines, editado por Ediciones la mariposa y la iguana, son los que, pese a haber elegido el formato de la prosa, más se acercan a la poesía en cuanto a género.

Son escritos breves –“relatos” para la propia autora y “microficciones” para el sello editorial-, donde en general una única anécdota es la que los alimenta y les hace producir esa reverberación que es natural a la poesía –a la buena poesía-. Y es por eso que es un gran libro, donde en cada página brota la intensidad sin estridencias y en el que se puede advertir el cuidado de los detalles, propio de quien también comparte la pintura como vocación artística. 

“Delicadas miniaturas” dice bien Sonia Scarabelli, “minúsculas colisiones entre lo imposible y lo probable, entre lo probable y lo inverificable”.

El encuentro de una chica con un gato muerto y “el agua, al secarse”, que “iba tomando la forma de un gato corriendo con la cola en alto”; la maestría de El quetzal, donde un hombre no logra fotografiarlo pero sí al japonés que lo miraba, y donde “todos los que vieron la fotografía del japonés vieron el quetzal”, son algunas muestras de estos textos que por momentos nos recuerdan ciertas atmósferas cortazarianas, y que tienden el puente de la palabra entre la realidad y la irrealidad, para poder vislumbrar los destellos de la belleza impactan en el lenguaje.


"EN EL BORDE", RESEÑA III

 "ALGUNAS DE LAS FORMAS DE VER TODO COMO LA PRIMERA VEZ", POR JUAN AGUZZI, PUBLICADA EN DIARIO "EL CIUDADANO", EL 12 DE FEBRERO DE 2024





ALGUNAS DE LAS FORMAS DE VER TODO COMO LA PRIMERA VEZ

Algunas de las formas de ver todo como la primera vez

por Juan Aguzzi

En su tercer libro de relatos, "En el borde", la narradora y poeta Marta Ortiz ofrece, con afán de orfebre, una serie de delicados y minuciosos cuentos, ricos en modulaciones e imágenes, en los que parece buscar una suerte de ensoñación que destella súbitamente en cada hecho o situación descriptos.

 

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Dos epígrafes bien señeros, uno de Joseph Brodsky y otro de Grace Paley, que refieren a experiencia, lenguaje, realidad e invención, y destino, y abren la lectura de En el borde (Alción editora, 2023), reciente libro de relatos de la narradora y poeta rosarina Marta Ortiz, condensan algo de la materia con que los textos fueron trabajados o, mejor, signando cuál fue la urdimbre sobre la que la autora tejió una serie de situaciones desviadas o extraviadas de la ordinaria normalidad para ir adentrándose hacia alguna verdad íntima, derivada de una mirada que parece volver a ver todo por primera vez. Como a veces se ve en un sueño.

No se trata de extravagancia, ni de tintes fantásticos, sino de relatos de experiencias espaciales o temporales entre lo rutinario y lo azaroso; donde van surgiendo analogías, a medida que se enfocan ciertas direcciones por donde “pasear” miradas y sentimientos, como si Ortiz, valiéndose de un lenguaje rico en modulaciones e imágenes, ilustrara sus pensamientos hasta encontrar una suerte de ensoñación, destellando súbitamente en cada hecho o situación descriptos.

Hay también en estos relatos pequeñas revelaciones que surgen del miedo, la soledad, la sorpresa, de todo lo que puede guardar el acontecer cotidiano, siempre frágil y misterioso según se lo mire; espacio por donde se deambula y donde luces y sombras van contextualizando los movimientos de la narradora o de los protagonistas mientras miran de frente eso extraño o terrible que acecha o se instala sin más. Hay un principio vital en este libro y es el de la multiplicidad temática; a cada relato, un mundo inesperado, raro y a la vez familiar, trágico como “Río lúgubre” o “El límite”; alegórico como “Soldaditos”, nostálgico como “Rondas al atardecer”, este último ubicado en una coda llamada “Borde vintage”; caudalosamente sociales como “Reina Clementina” y “Des-bordes”, con dimensiones épicas y brutales, como si cierto espanto fuera un resplandor por donde se hacen visible las injusticias.

Tiene hallazgos como el brevísimo “La tela que Hooper nunca pintó”, en el que de la mano de una aguda y contagiosa observación, Ortiz vuelve luminoso un paisaje quieto, definido, transmitiendo la emoción que podría despertar cualquiera de los cuadros del norteamericano, una emoción detallada en la reverberación de la quietud y soledad del entorno. O “El cuaderno rojo”, donde a través de un desplazamiento continuo, la autora explora las posibilidades del lenguaje en un juego entre realidad y espejismo –la extrema geografía ambiente lo permite– apelando al vértigo, a la confusión, al temor a perderse en barrocas encrucijadas.

Un atinado texto de contratapa de la también escritora y poeta Celia Fontán define muy bien algunas de las estrategias y los efectos de lectura que producirán los relatos de En el borde, que podrán estar, en todo caso, en el terreno de lo inexplicable, y que resultan fascinantes justamente por la gama de insinuaciones que conmoverán al lector, sobre todo en su habitual modo de entender la realidad.

Así, en este libroOrtiz arroja un caleidoscopio de relatos (18 en total) construidos con delicadeza y minuciosidad buscando lo impreciso, lo fragmentario, lo qué hay detrás, para oír voces, inventar miradas, buscando siempre que lo “otro” pueda emerger.

Antes de estos relatos, Ortiz publicó los libros de cuentos El vuelo de la noche (Editorial de la Universidad de San Juan, 2006) y Colección de arena (Editorial Fundación Ross, 2013), y también los poemarios Diario de la plaza y otros desvíos (El mono armado, 2009); Casa de viento (Alción Editora, 2015) y Fuera de foco (Alción Editora, 2019). 

RESEÑA A MI LIBRO DE CUENTOS "EN EL BORDE"



"APUNTES PAARA UNA LECTURA DE EN EL BORDE", POR IMELDA FERRERO, PUBLICADA EN MIRADOR PROVINCIAL DE SANTA FE (12 / 12/ 2023)









TEXTO COMPLETO: 


Apuntes para una lectura de En el borde

 Marta Ortiz, En el borde, Alción Editora, Córdoba 2023

                                                  ©Imelda Ferrero

 Esta lectura temblará entre el título de los cuentos En el borde‒ y el primer epígrafe: “uno nunca sabe qué engendra qué: una experiencia un lenguaje, o un lenguaje una experiencia”, según el poeta Joseph Brodsky; o bien con el segundo epígrafe que postula, en palabras de la cuentista Grace Paley, el destino abierto de la vida (opuesto a la línea recta que suprime la idea esperanzadora del atajo), para todos los seres: reales o imaginarios.

Los tiempos antiguos y contemporáneos se fusionan ante las estatuas decapitadas de la rosarina Plaza Pringles: —“¡¡¡Que le corten la cabeza!!!”, sentenció la reina de Alicia en el país de las maravillas—, y los disparates maternales que evocan una infancia saturada del vuelo de pájaros migrantes, de emociones persistentes.

Lo fantasmagórico del cine y su juego de luces y sombras se perpetúa en la evocación de las “Escenas con relámpagos” que incluyen a la narradora protagonista, Leo y “una mujer decorativa, muda, decolorada”, sujetos de un sueño macabro con un tren desaforado que perfora cualquier utopía dispersando los cuerpos entre las vías, recuperados luego por la metempsícosis griega.

Penélope no dejó a Telémaco cuando su padre Ulises los abandonó. Tampoco lo hará su versión reciclada con los viajeros extraviados de “El cuaderno rojo” que entre la tierra y el mar eligen la trama azul de la telaraña para jugar así la Partida del desvío en las páginas del cuaderno de tapas rojas.

¿Cómo imaginar el cuadro inexistente de un pintor como Hopper? “La tela que Edward Hopper nunca pintó” nos acerca a la imposibilidad de la sustitución de la imagen por la escritura en tanto nos sumerge en una temporalidad del paisaje real que, en su soledad más absoluta, parece desconocer nuestra mirada.

Si la estatua petrifica el tiempo y el espacio de una vida, la protagonista de “Interiores” recupera, con la inmovilidad de la medusa detenida, un instante de su vida pasada. Sonámbula en el recuerdo de lo familiar entre colecciones de objetos, de juguetes usados y casi destruidos o ropajes infantiles o la fascinación de la claridad matinal, su insomnio se transforma en peregrinación nocturna ante la inminencia de una mudanza: el “caótico destierro de mis fantasmas”, al estallar un nuevo día.

¿Qué metamorfosis quería el Minotauro de Ariadna? En la “Metamorfosis de Ángela “, Clarice Lispector comparte el hallazgo de la salida para “Ángela, la huyente”. Ni el shopping ni el tarot le fueron propicios a esta viajera incansable por sus laberintos melancólicos. El ovillo de hilo de su sueño y la visión de sus pies desnudos “anudó” la red entre sueño y vigilia a los telares de lo real.

Si un poder se ramifica empieza la lucha desigual entre un vegetal y un ser humano. En “Crónica de arborescencias” un helecho  y un niño pequeño se enfrentan por la supervivencia de uno u otro. Ambos se expanden para no perecer, aunque finalmente la poda de unos tentáculos vegetales acaban transformando un balcón en canchita de fútbol. Casi la aceptación de un veredicto irrefutable.

Lo real, lo simbólico y lo imaginario no se fusionan en “Fractura”. Como los casilleros del tablero de ajedrez, cada uno se delimita por el otro: la “realidad” de la fractura se reconoce en el dolor punzante de una rotación ósea. Una palabra —mariposa— entra en escena y transmuta el dolor en el engendramiento imaginario de la larva: “un cortejo de mariposas en danza”.

“¿Un lugar en la chacra o en el vientre de la ballena?” quizás se siga preguntando “Reina, Clementina”, ante el desalojo intempestivo de su vivienda precaria que la condenará a un exilio en el cual ni la casualidad ni el azar ocuparán un lugar.

Entre un fresno en la vereda y un helado de “Crema de maracuyá”, sucede la historia de una historia de amor deshilachada por la rutina de la convivencia familiar.

Estamos “en el borde” o “al borde” o en los “Desbordes” cuando el Paraná anuncia su creciente. No se sabe, sí quizás se presiente, que la vida y la muerte juegan con la cercanía y la lejanía en la frase de Proust rescatada en el texto: “algo acaba de perder el ancla”. ¿Qué se conserva o qué se pierde? ”Hoy vivo en una casa edificada en otro mundo, otro barrio”, declara la narradora, imagen que petrifica los desbordes.

¿Se mira nuestro Paraná como el remolino de la vida y la muerte? En “Río lúgubre” la mirada se comprime con el vacío del ausente: “Demasiada búsqueda por cielo y por tierra, y también bajo tierra” y “ya no son niños y los padres están más viejos”. Y vacíos, en el balneario la Florida de Rosario.

Es en el vaivén de las fronteras donde se juega “El límite”, otro relato que despliega el horror humano ante la invasión animal (virus o murciélagos) en la nocturnidad de lo onírico. Maca en su insomnio ensaya estrategias bélicas para combatir fantasmas o una táctica siempre solidaria con la escritura “que reescribe el miedo en todas sus versiones”.

 “Soldaditos” conecta dos puestas teatrales: “Carne de juguete” (2015) de Gustavo Guirado y Guerra de Malvinas (1982). En la primera opera lo lúdico de la ficción y en la segunda la lucha descarnada del cuerpo a cuerpo de Los pichiciegos de Rodolfo Fogwill, quien afirma, en el prólogo a la edición de 2010: “no fue escrito contra la guerra sino contra una manera estúpida de pensar la guerra y la literatura”. Y el fragmento de Susan Sontag que abre “Soldaditos”: “La guerra desmembra”, y el subtítulo de Los pichiciegos, “Visiones de una batalla subterránea”, nos instalan en la Palestina-Israel de nuestra difícil contemporaneidad. Rememorando la escena malvinense en el relato de Marta Ortiz: “un ejército invencible de soldaditos recién destetados defendería esa patria indeleble que él (Galtieri) no alcanzaba a rescatar del letargo”.

Permanecer en la Primera Parte de En el borde de los primeros cuentos y al mismo tiempo rastrear otra orilla en la Segunda Parte con el Borde vintage: “Oración perruna” despliega un luto infinito en la vida de la protagonista adolescente por la muerte de su padre, aunque al mismo tiempo la amistad con un ovejero alemán se vuelva “un anclaje que en los últimos meses ella había creído perdido para siempre”. La casa de la infancia y sus espacios familiares se redondean con las letras y las voces de lo que se cantaba en aquel tiempo cuando se jugaba en rondas o se tarareaba un tango en “Rondas al atardecer”, en tanto el acápite de la poeta Amelia Biagioni sentencia: “Hubo una vez un rey, un reino. Nunca más”. Y Marta Ortiz concluye: “no me quejo”.

En el relato que cierra el volumen, tras la sucesión de los textos anteriores inmersos en climas enrarecidos que basculan entre lo real, lo fantástico y lo onírico y no obstante se sienten muy cercanos a la vida cotidiana, la confusión babélica esculpe la incertidumbre. Se avecina una tempestad, se huelen panes recién horneados, se prepara un picnic campestre entre fotos antiguas y libros con olor a nuevo. Sin embargo, cada uno de estos detalles no será más que una ínfima parte del boceto a carbonilla que esboza el abuelo: “Orilla del mar con bañistas”, y los lectores desconcertados quizás puedan entrever el paisaje bucólico de un picnic cercado por lavandas evocadas en lengua inglesa, una canasta con mantel a cuadros no muy lejos de un arroyito y un abuelo que es leyenda, de quien se dice: “cuando el servicio militar lo recluyó a la defensa de la línea de frontera con Chile, él cabalgó desiertos”.                      



RESEÑA II A MI LIBRO "EN EL BORDE" (CUENTOS)

 "EL LÍMITE DONDE NACEN HISTORIAS", POR LILIAN ALBA, PUBLICADA EN  ROSARIO12 (PÁGINA12) , el  7 DE ENERO DE 2024





EL LÏMITE DONDE NACEN HISTORIAS


TEXTO COMPLETO:


El límite donde nacen historias

 

Marta Ortiz, En el borde (cuentos, Alción Editora, Córdoba 2023)


©Lilian Alba

La escritora rosarina publicó 18 relatos con una prosa siempre poética que mixtura lo onírico, lo fantástico y lo real.

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En el Borde es un libro de cuentos que se sitúa entre lo onírico, lo fantástico y lo real, un viaje destinado a recorrer emociones, a sacudir contradicciones y dejar a quienes lo leen en un estado de desconcierto. Los personajes y la escritura de Marta Ortiz están en el borde de los dieciocho relatos que lo conforman. Los relatos pasean por distintos escenarios y personajes, historias que parecen no tener un eje pero que se entraman desde la imposibilidad de pensarlos como reales, a pesar de que la autora cuenta las anécdotas que superan la realidad y que dispararon cada cuento.

“Decapitadas” es el primero, pone en juego las estatuas de la plaza Pringles y la cabeza de quien las observa, Marta Ortiz aclara a este diario que “las mujeres tienen muchos dichos relativos a su cabeza, tenés pajaritos en la cabeza, dónde tenés la cabeza, no pierdas el tiempo leyendo, cosas que una recogió de chicas, eran comunes. Lo de adentro no importaba”, como esas estatuas decapitadas que muestran la cáscara de las mujeres. Más adelante se encuentra “El cuaderno rojo”, un relato inverosímil dedicado a su hija, en el que un mundo mágico envuelve a la pareja protagonista de la historia, los trasmuta y los devuelve sanos y salvos al camino perdido. Un cuento de terror se presenta de la mano de un helecho serrucho en “Crónica de arborescencias, una planta desmesurada y amenazante que devora silenciosamente la tranquilidad del hogar y la seguridad del hijo.

Dos  relatos nos llevan a la memoria reciente, “Río Lúgubre” que rememora a Bruno Gentiletti y su búsqueda infinita por parte de su familia, y “Soldaditos”, inspirado en la pieza teatral Carne de juguete de Gustavo Guirado, traza un paralelismo cruel entre el juego de los soldaditos de plomo, la guerra de Malvinas, la embriaguez ante la decisión de la guerra y la figura del niño futuro Teniente Coronel.

Una segunda parte del libro propone Bordes vintage, tres cuentos color sepia que navegan entre el dolor, la crueldad y lo heroico. Narraciones descarnadas que hablan sobre la infancia, los duelos, la inocencia y los afectos.

Marta Ortiz es rosarina, profesora y licenciada en Letras (UNR), publicó dos libros de cuentos y tres poemarios, escribió reseñas críticas y textos de creación en distintos medios culturales argentinos e internacionales. Edita el blog Vuelo de noche. Según la autora, su escritura “está toda centrada en la experiencia, ¿qué podemos inventar que no hayamos visto u oído? Hay gente que tiene una literatura realista, copio eso que está pasando, y esa experiencia también es propia, lo que estoy mirando, lo que estoy viendo. En mi caso todo se mezcla, la realidad, lo que soñé, que es parte de lo mismo si se quiere, lo que me imagino. Creo que hay depósitos de sentido en la cabeza de una, está yuxtapuesto, la vida real y lo que tenés adentro producen esos cruces y sale lo que sale, ese es el misterio. Es como que uno es la contraparte del otro”, y recuerda que Carson Mc Cullers se pregunta “¿Pero hay algo más íntimo que la propia imaginación? La imaginación combina memoria con intuición, combina realidad y sueños". Este libro está en ese borde, entre lo real y lo increíble, “es como que el borde se ejerce en la escritura misma” dice Marta y aclara que realmente no sabe dónde está el borde porque la escritura es misteriosa.

La autora escribe poesía desde la adolescencia, al principio, según sus propias palabras, “eran malos en general, era todo lo que los chicos de esa edad escriben. Después empecé con cuentos, pero mi escritura es una escritura poética, se debe mucho a lo poético si vos la mirás. Paralelamente arranqué a escribir poemas, y en un momento dado tenía un libro de poesía, y fue mi primer libro”.

Las experiencias producen para Marta embriones de escritos que dan vueltas en su cabeza hasta poder escribir una o dos líneas y de allí se transforma en un poema o un cuento, en un objeto distinto al que se dispara, por eso también la posibilidad de asombrarse a releer algunos de sus trabajo, “¿quién escribió eso? ¿Lo escribí yo? Está bueno reconocerse, sale eso que también te ayuda a entender por qué lo querías escribir o qué te estaba pasando para llegar a escribir eso”.

La escritora dice no escribir para un o una lectora específica. “Creo que cada uno lee con todo lo que ya tenemos leído, cada uno le saca lo suyo de acuerdo a las lecturas que tiene, son muy valiosas. A veces son cosas que yo no pensé, mandan cositas, pequeños escritos, que les gustó tal cuento porque tal cosa y bueno, fantástico. No es lo que yo pensé pero la palabra es polisémica y de ahí estalla, sale. Y tiene que ser así, porque así cada quien aprovecha y saca lo que puede. Hay lecturas que son muy livianas, muy llanas, muy fáciles de comprender y hay otras que son más sinuosas y te llevan a pensar más. Si leíste a Faulkner tenés que avanzar y retroceder, por eso no sé cómo puede ser un lector ideal, tal vez Borges, que se las sabía todas, que haya leído todo para poder entender todo”.

La idea de un cuarto propio de Virginia Woolf se presenta cuando la autora habla sobre su proceso de escritura y el cruce con las maternidades, no siempre puede sentarse a escribir cuando lo necesita. Los tiempos laborales no son los mismos para un escritor que para una escritora, muchas de estas molestias fueron cobrando forma en los talleres de Angélica Gorodischer sobre género y escritura, a partir de la lectura de autoras. "Ahí me relacioné mucho con la escritura de mujeres, antes no porque en la facultad había una lista larguísima de escritores para lecturas y eran todos varones, menos Virginia Woolf que era la última, por orden alfabético. Ahí me di cuenta de la infinita cantidad de mujeres que no conocía, algunas había leído, pero la mayoría no. Angélica sacaba autoras de la galera, algunas eran amigas de ella o conocidas. Tenía todo un trabajo hecho previo y creo que inclusive influyeron mucho en mi propia escritura, muchas de ellas, sobre todo cuando empecé a publicar, Katherine Mansfield, Clarice Lispector. Me relacioné por ese lado, empecé a entender un montón de cosas que no era que no me las había planteado, sino que no las podía entender.” Ortiz se considera feminista, apoya y comparte todas las luchas y activa en La palabra colectiva, grupo de escritorxs, editorxs y correctorxs centrado en activar contra las violencias machistas.