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miércoles, 12 de marzo de 2025

"EN EL BORDE, "RESEÑA IV

"CELIA FONTÁN, MARTA ORTIZ, DANTE TAPARELLI: LITERATURA ROSARINA POR TRES", por Lisandro González, publicada en diario La Capital (Rosario), el 30 de mayo de 2024.

LINK A LA NOTA:  LITERATURA ROSARINA POR TRES


TEXTO COMPLETO:

Celia Fontán, Marta Ortiz, Dante Taparelli: literatura rosarina por tres

©Lisandro  González

 Durante el año 2023 aparecieron tres títulos de narrativa en nuestra ciudad, que presentan, cada uno, sus particularidades e improntas.

Marta Ortiz, que ha publicado en poesía Diario de la plaza y otros desvíos, Casa de viento y Fuera de foco, y en narrativa El vuelo de la noche y Colección de arena, ha dado a conocer su libro de cuentos En el borde, por Alción Editora.

Con recursos por momentos propios de la literatura psicológica, jugando con los discursos mentales y con un relato no necesariamente lineal, sus textos demuestran un esmerado trabajo formal y atisban un mesurado hermetismo incluso en algunos momentos. “Transcurren en la frontera entre sueño y vigilia, apariencia y realidad” dice Celia Fontán en la contratapa, agregando que “algo atraviesa la cotidiano…, dejando entrever una zona oscura, como si la lógica del sueña se impusiera con disimulo”.

Remedando en ciertos tramos a Clarice Lispector –de quien incluso hay una cita-, ensambla paisajes urbanos y oníricos, asediando ese “borde” de lo real y del pensamiento en los dieciocho cuentos del volumen.

Encontramos en estas páginas desde las estatuas sin cabeza de la plaza Pringles, la propia hija en un rincón lejano del mundo, un particular helecho, un accidente doméstico, un perro inoportuno, hasta la miseria y la desigualdad social, Malvinas, el todavía hoy desparecido Bruno Gentiletti, conviviendo también con numerosas referencias culturales (Cheevers, Hopper, Emily Dickinson, la Bossa Nova, Amelia Biagioni, Katherine Mansfield).

De este modo, Marta Ortiz muestra una prosa trabajada, pulida y a la vez intensa, consiguiendo una significativa densidad en esta lograda y madura narrativa.

 En el caso de Dante Taparelli, artista plástico, diseñador, modisto y gestor cultural nacido en Santa Fe y residente en Rosario hace años, su primer libro trae relatos de su infancia, en el que con presteza enhebra recuerdos donde la inocencia no esconde la crueldad, ni la dicha perdida tapa los momentos de amargura.

En Todo el cielo para mí: antología de infancia, coeditado por H. y A. Ediciones y GatoGrillé Ediciones, la madre, el padre y el resto de la familia aparecen con defectos y virtudes –y algún abuelo autoritario sin tantos matices--, en un rico anecdotario donde el autor propone darle entidad y vida a la memoria -como bien dice Patricio Raffo en el prólogo, “Dante Taparelli cierra los ojos para recordar y, a la vez, abre su pluma para compartir sus recuerdos”-.

Y precisamente: “Desde que recuerdo, todos los lugares me quedaron chicos. Siempre quería saber algo más, abría los cajones de mi madre, revisaba los libros, revisaba la ropa de los roperos y baúles, iba al taller y abría los estuches con las herramientas.” En este libro, esa ansia de expansión y de búsqueda se hace patente en el recorrido de la niñez, junto a la añoranza de aquel tiempo de la vida que, más allá de los claroscuros, fue para para Taparelli una estación de dicha. “Espacio de la infancia siempre deseado, cada verano que mirábamos hacia arriba”.

Y de la mano de las historias, palpita esa remembranza de lo sensorial que solo las palabras pueden atisbar. “Así conocí el olor de las pinturas guardadas en los anaqueles de la tía Lea, el olor de la comida fuera de la heladera, delos quesos en los armarios, el olor de las telas, el olor del Gamexane, de los galpones con cucarachas”.

 Finalmente, Celia Fontán -quien ha publicado entre poesía y prosa Ha crecido el césped, Los árboles rebeldes, De cruces y señales, Hijas del mar, Los habitantes de Valdra, Restos del navío, Un taxi a Bucarest y Herbarium-, los textos de La guerra en los jardines, editado por Ediciones la mariposa y la iguana, son los que, pese a haber elegido el formato de la prosa, más se acercan a la poesía en cuanto a género.

Son escritos breves –“relatos” para la propia autora y “microficciones” para el sello editorial-, donde en general una única anécdota es la que los alimenta y les hace producir esa reverberación que es natural a la poesía –a la buena poesía-. Y es por eso que es un gran libro, donde en cada página brota la intensidad sin estridencias y en el que se puede advertir el cuidado de los detalles, propio de quien también comparte la pintura como vocación artística. 

“Delicadas miniaturas” dice bien Sonia Scarabelli, “minúsculas colisiones entre lo imposible y lo probable, entre lo probable y lo inverificable”.

El encuentro de una chica con un gato muerto y “el agua, al secarse”, que “iba tomando la forma de un gato corriendo con la cola en alto”; la maestría de El quetzal, donde un hombre no logra fotografiarlo pero sí al japonés que lo miraba, y donde “todos los que vieron la fotografía del japonés vieron el quetzal”, son algunas muestras de estos textos que por momentos nos recuerdan ciertas atmósferas cortazarianas, y que tienden el puente de la palabra entre la realidad y la irrealidad, para poder vislumbrar los destellos de la belleza impactan en el lenguaje.


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