OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

jueves, 31 de octubre de 2013

VII SEMANA DE LAS LETRAS Y LA LECTURA, ROSARIO, SANTA FE, ARGENTINA

TEMPORADA  2013   

VII SEMANA DE LAS LETRAS y LA LECTURA

1998 - 15º Aniversario con la poesía - 2013

Laprida 1235
Rosario

 La Semana de las Letras y la Lectura es un encuentro internacional de poesía, que se desarrollará los días Lunes 4, Martes 5 y Miercoles 6 de Noviembre a las 20 hs en la sala J. Vila Ortíz del Teatro El Círculo. Emprendimiento organizado por la Asociación Cultural “El Círculo”, cuya finalidad es el intercambio con intelectuales y poetas de trascendencia, de distintas culturas y nacionalidades, quienes presentarán sus ponencias en charlas públicas y gratuitas. El medio es la poesía y su contexto social, porque es necesario ahondar día a día en el terreno del conocimiento y del lenguaje ante otras alternativas de la época actual imbuida por el predominio de la imagen sobre la imaginación.


                                                                 


Lunes 04 - 20:00 hs

Jorgelina Paladini - Orlando Valdez - Rafael Ielpi - Eduardo D´Anna - Andrea Ocampo - Susana Cabuchi - Martha Cwielong - César Bisso - Antonio Tello (Argentina/España)

Martes 05 - 20:00 hs

Mario Verandi - Alicia Salinas - Tomas Boasso - María Casiraghi - Alejandro Pidello - Jorge Isaías - Alejandro Schmidt - Lorena Wolfman (EEUU) - Antonio Requeni

Miércoles 06 - 20:00 hs

- Patricio Raffo - Germán Roffler - Marcelo Cutró - María Paula Alzugaray - Mariana Busso. Presenta Miguel Culaciati.

- Marta Ortiz - Ana Julia Saccone - Victor Toledo (México) - Leonardo Martinez - Leopoldo Castilla - Rodolfo Alonso



Organiza: Asociación Cultural El Círculo
Coordina: Hector Berenguer
Colabora:Luciano Savoretti

                                







domingo, 27 de octubre de 2013

TAJA KRAMBERGER (Eslovenia, 1970)*






















Los poemas aquí reproducidos pertenecen al poemario No palabras, ediciones Gog y Magog, versión de Barbara Prejels, prólogo de Julia Sarachu, Bs Aires 2013


El naranjo

El naranjo en el huerto
sostiene menudos frutos verdes.
Tan solo ayer olían a
flores blancas, y hoy
tienen aspectos de
verdes abejorros impregnados
con la mano alzada y el pequeño
puño apretado.

Entre ayer y hoy,
entre el florecimiento y
la formación del cuerpo
se halla la diferencia
que es el motor de la poesía.



Una hilera de ocas

Las palabras dentro de la cabeza son distintas
de las palabras en la boca y
las palabras en la boca son distintas
de las palabras dentro de las orejas.

Las palabras dentro de la cabeza
actúan en silencio,
son intocables y están intactas,
sin forma surgen y desaparecen.
Su reino no es del
todo la cabeza en la que
han aparecido.

Las palabras dentro de la boca
se hallan en la vía hasta el sonido y la forma;
son como una caballería glotal en ataque
que por pataleo rebota en la cabeza.
Pero en el último momento
vuelven a distribuirse y
salen hacia fuera como ocas.

Las palabras dentro de las orejas son
un picor agradable –más bien vibración que sonido,
más bien ritmo que significado
(o bien el ritmo y el significado se separan por un momento
para volver a conectarse de manera distinta).
Su objetivo único es
fecundar las palabras en la cabeza
y meterlas en la boca.

Y así nace el pensamiento.
Y así nace el diálogo.
Y así nace el poema.



Madre, te has mudado a mis sueños

Tu imagen viva
madre mía,
tu rostro claro,
querida Zorka,
se han mudado a mis sueños.

Tan solo allí puedo
tocarte y es allí donde me dices:
“Olvidaos de esos monstruos, no
valen la pena. Despojaos
de las piedras del cuello, iros allí
donde podréis ser felices”.

Tengo nombres para todos querida Zorka,
y tú tenías líneas para todos. Quisiera
que las rayas de tu nombre
al menos una vez más reviviesen en mis letras,
que tus manos tiernas que
me acariciban, volviesen
a tocarme una vez más.

Los sueños son un viaje hacia ti.
tiento sin cesar si el billete sigue en mi bolso.
intento, constantemente, comprar en la estación
dos billetes de ida y vuelta,
pero no puedo.

Entre la vida y la muerte hay
un continente de sueños, donde los sobrevivientes
partimos a viajes nocturnos
para volver a tocar una vez más
a nuestros seres queridos.


Los árboles se levantan desnudos

Los árboles se levantan desnudos como grandiosos
resúmenes de las hojas que han partido.
La obra otoñal sigue su camino.

Vivimos en mantas apretadas de nuestras pieles.
Cuando los abandonamos para andar errando a través de
                                                      [pensamientos o versos,
nuestros cuerpos se preparan para el despojo de la temporada.



 Lectura de Taja Kramberger en el Festival Internacional de Poesía de Rosario

 

 

 

 

*TAJA KRAMBERGER (Eslovenia, 1970), poeta, traductora, editora, profesora universitaria e investigadora (Doctora en Historia y Antropología histórica), aboga en la esfera pública por los derechos humanos. Ha publicado nueve libros de poesía. Su obra fue galardonada con el premio Veronika 2007, premio de poesía. Vive en París.

 

 

 

 



lunes, 21 de octubre de 2013

COLECCIÓN DE ARENA (MARTA ORTIZ)


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

COLECCIÓN DE ARENA (Editorial Fundación Ross,  col. NARRATIVAS CONTEMPORÁNEAS, Rosario, 2013) 



(Reseña por Marta Aponte Alsina (Cayey, Puerto Rico) en Suplemento SEÑALES, diario LA CAPITAL, Rosario, publicada el domingo 20 de octubre de 2013)


enlace a La Capital:

http://www.lacapital.com.ar/ed_senales/2013/10/edicion_242/contenidos/noticia_5021.html

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El texto de Marta A. A., sin recortes:

 

Lujos de la escritura

 

por Marta Aponte Alsina

 

Colección de arena reúne los relatos que Marta Ortiz ha escrito después de El vuelo de la noche, un libro premiado por la Bienal Internacional de Literatura Puerto Rico 2000 y publicado por la Editorial de la Universidad de Puerto Rico en 2006.
¿Puede el cuento comunicar la densidad del mundo? El detalle que da espesor y riqueza a la novela no ha tenido buena suerte en las poéticas funcionalistas del cuento. No obstante, ese espesor es la respiración de los cuentos de Marta Ortiz, poseídos por una rara calidad orgánica; dejan la sensación no tanto de verosimilitud en las acciones como de encontrarnos, en situaciones que no suelen ser extraordinarias, ante objetos palpables y autónomos, quizás lo desconocido que se desprende de la cosa más pequeña (Flaubert). Contrasta la transparencia quirúrgica del instrumento con la complejidad del objeto, pues el ojo es el lente de estos relatos orgánicos como las perlas de un collar que se disparan cuando la protagonista sufre una violación que pudiera ser imaginaria, el efecto de su identificación con las mujeres violadas (“Lunares de sol sobre el verde del césped en el parque”).

Colección de arena festeja la densidad del lenguaje exuberante, incluso extravagante, como un lujo verdadero, porque hay lujos verdaderos y la vida más ascética los tiene. El dolor, al iluminarnos, bordea la belleza que estos cuentos atrapan. En más de uno, la protagonista es una mujer venida a menos. Si hombre, lector y despistado. Los personajes masculinos tienen un don que alguien llamó el ojo femenino para el detalle y una perversa tendencia a la fascinación engañosa (“Muñecas”). La complicidad entre crueldad y belleza siempre ha sido perversa.

Hay cuentos de familias empobrecidas en un gran país “bananero” (40); cuentos que contrastan la opulencia con la carencia en un cumpleaños de frívolos personajes (“Cumpleaños”); cuentos que reflejan la fragilidad de la clase media en un enigmático relato donde el automóvil tomado por los mendigos, detenido en el barrio marginal de la costurera de la protagonista, parece una variación de la casa tomada cortazariana (“El vestido de moaré”).

El ojo es el lente, pues, y la pérdida el móvil, pero la metáfora es el medio que privilegia la relaciones de oficio entre la costura bien medida y el oído y la paciencia: “Mi madre cosía y sostenía la tela bien tirante para que la costura no se frunciera y yo pasaba horas mirándola, oyendo la lluvia rebotar en los techos… Tardes de costura, de papel de molde, de hilachas; recortes de géneros diseminados por la galería donde se instalaba la Singer cuando hacía calor, tardes que estiraban el tiempo elástico que vertebraba los veranos de barrio” (“Cumpleaños”, 25-26). En “El piano alemán”, cuento que hace juego como un gemelo con otro cuento del libro (la casa libro de “Sicómoro”), la música baila al son de la costura, con esa “tendencia familiar al bordado y recamado de historias, atizada por el sonido que replica en el aire”, ese “tejido mítico bordado y recamado aleteó por años en los alborotados interiores de la casa” (130-131) y, justamente como una obra hecha de aplicaciones, inserta lo que podría ser el bosquejo de una novela histórica, ambientada en la ciudad embrionaria donde se asienta el piano, ciudad que pertenece a “un país con vientre de plumas que fue capaz de ahijar a miles de inmigrantes nostálgicos” (129).  El piano y la casa son estuches. La maestra de piano se llama Cora, como la enfermera del cuento de Cortázar. Ese piano, la casa de la infancia, la mesita de ruedas llena de frascos y algodones de la enfermera, son figuraciones de la memoria que, además, traen recuerdos de las manos que los fabricaron. El piano encierra una historia de ultramar, replica en la memoria de la niña, así como otras “imágenes seriadas sobre una luz opaca” (Cierto: es opaca la luz del recuerdo. Cierto: el instrumento supera la vida de sus fabricantes y de sus dueños).

Marta Ortiz es maestra de escritores en su taller rosarino. El cuento de taller convencional suele ser un cuento “bien hecho”, con mudas, cortes y cierres claros. Sin embargo, jamás en sus cuentos incursiona el lugar común de los cuentos vulgares, con sus cierres impostados. En “La puerta del paraíso” una anciana sospecha que han sido asesinadas unas amigas en un asilo e insiste en tocar los cadáveres y constatar la temperatura de los cuerpos, sospechando que un asesino anda suelto. Un sesgo hábil, un giro al final, reubica todas las piezas y se aleja de los caminos andados del thriller. En “Sector de abedules”, la ramificación de las relaciones familiares encuentra un centro de gravedad provisional y abierto en un lugar común dicho al vuelo, y que por su familiaridad en el habla de las pérdidas, colocado aquí exhibe toda su ironía.  En otros desenlaces la autora se atreve a quebrar las reglas ortopédicas y a construir lo que no necesita mucha más extensión para ser nouvelle (“Lunares de sol”, “Sicómoro”).

Un cuento espléndido con evocaciones de Aura (Fuentes), y por supuesto de Henry James y de Cortázar es “Sicómoro”. Cómo lo logra es la pregunta que se harán los lectores centrados en la factura, como si cada pasaje en cada estancia fuera el capítulo de una novela donde se sumerge la narradora desde el primer gesto que la lleva “a tientas por el zaguán estucado en la gama de los verdes como apartando aguas profundas”. (44). La casa puede evocar la fantasmal de Aura, o el vestíbulo donde Alicia se enfrenta a las puertas de su destino, en todo caso la narradora cambia de identidades y roles y repasa su autobiografía en familia, centrándose en la anodina imagen paterna. Las cosas que se aman del padre superan a los odios que el viejo ha sembrado. Porque el padre es lector de diccionarios y en la entrada que corresponde a un árbol, el sicómoro, está su cifra: “Mi padre vibraba con los árboles de acá y los de allá, pero no se movía de su lugar para verlos y tocarlos” (54).

La dictadura militar satura el clima ominoso de cuentos como “Zapatos de fiesta”, Cada palabra se construye como una sospecha, porque tras la euforia provocada por un partido de fútbol hay una “experiencia extraña, la tierra podría romperse y tuviste miedo de caer en sótanos solapados, porque la tierra no servía solo para plantar ciudades o árboles, también albergaba túneles inconfesables” (“Zapatos de fiesta”, 61)

Ruina moral, ruina económica y el fetiche de los zapatos de fiesta y la ropa de modista. ¿Dónde, en esos paisajes aterradores, se recuperan los lugares del contacto, la pausa para el encuentro? Ya no se habita sin más en la ciudad en ruinas o capciosa, ciudad de memorias duras; se encuentra un foro más abierto en el espacio virtual. Habla el argentino que regresa de Europa y relata a un amigo la historia de Belinda Wong, una mujer indigente que ilustra acaso como paradigma, el arte máximo de estos relatos, convertir el horror en belleza: “Acondicionaba el espacio, buscaba rodearse de cierto confort, limpiaba los lunares blanquecinos de caca de paloma con pañuelitos de papel… Arrogancia. O sobre estima, o vaya uno a saber qué. Tuve la impresión de que la plaza arbolada era la sala de un trono; los árboles, cortinados de pana verde; yo, un bufón con gorro de cascabeles” (“Vigilia con estrellas”, 68). Así son también las mujeres violadas y cargadas de historias: “pero ni aun dispuesta al corajudo cruce del pasillo en la oscuridad, porque el óxido inutilizó el farol de la entrada, pierde esa pátina de princesa venida a menos esquivando macetas, algún triciclo destartalado, trastos en el pasillo” (“Lunares de sol”, 115).

El ojo de Magritte puede engendrar cuchillos (“Vigilia”, 69) o, de nuevo, cristales: “La esperanza es una pasión débil, pero a mí me da forma, forma díscola, pero forma, sentido, ¿viste por el ojo de un calidoscopio cómo se atraen y aglutinan los trocitos de vidrio?” (“Vigilia”, 79). Ese ojo quijotesco del lector que devora y deforma está presente en la sátira “Muñecas” como un valor añadido, un velo tendido entre la percepción y las cosas, veladura de alucinaciones hechas de literatura: “En cuestión de segundos, cuanto percibo se carga de la referencia libresca capaz de contenerlo” (“Muñecas”, 83). Y en “Quiet Zone”, el cuarto clausurado construye una metáfora extendida de la caja negra del libro y un homenaje al insomnio de Proust, que desmenuza un recorrido alucinante por los planos sobreimpuestos y sus complejas conexiones en misión ojiabierta: “cada gota de insomnio confirma mi deseo de sentir que nada desaparece porque no esté yo allí para dar prueba visual de su existencia; como querer atrapar la mirada de mi madre. Porque pienso hasta el último borde este pensamiento... (“Quiet Zone”, 113).

Esa mirada también puede ir a contrapelo del epígrafe de “Ejecución en la Piazza Navona”, una cita de Susan Sontag: “la horrible fabricación en serie de la muerte” (93). Un periódico abandonado por un turista reproduce la foto de dos hombres ante un pelotón de fusilamiento y el ojo recrea a partir de esa imagen el origen y los ancestros en el segundo culminante de un cuento que dice mucho en una extensión mínima: “El humo de la polvareda ha desaparecido y los olores se aquietaron dejando traslucir el aire limpio y un aroma renovado a café y confituras…… recojo el periódico que el turista sueco dejó en la mesa de hierro naranja que fosforece en la tarde. Lo guardo en mi bolso. No quiero olvidar para siempre. El contraste es más que un claroscuro, la grieta ilusoria se ha ensanchado y la sangre de allá salpica por acá, me salpica. La piazza asoma a través de un molesto cristal que la enrojece. La encharca (“Ejecución”, 96-97).

En el cuerpo de la narradora se acumulan los excesos, los sobrantes, las violaciones que germinan. Así en “Lunares, de sol”, que rompe la fórmula, para añadir al cristal de la narración una extraña adherencia, el diario de la mujer que se identifica con las mujeres violadas, y que recibe la semilla: “Hay un cuerpo extraño dentro de mí, rebalso archivos chismosos, una huella que a pequeñas dosis escupe… De cuando en cuando gotea un grito, una convulsión, un nombre y apellido, ratas, arañas…. Humo blanco, un chorro de humo blanco. Alguien levantará la cabeza y leerá lo escrito. Primero creerá en un juego inocente, pero una segunda lectura develará el dibujo oculto” (“Lunares de sol”, 124-125).

Este cuento habla de traicionarse, de “sellar un pacto novelesco”. ¿Puede un cuento simular una novela? El cuento ya no tiene límites, se ha roto, se ha mezclado, ha sido traicionado por la apertura del ciberespacio, que de algún modo va armando tramas de solidaridad, derivadas de la comunicación misma. El enamorado de una china de novela de Marguerite Duras no la busca acudiendo a un andén o a un aeropuerto, sino pescando en las aguas de Google, con la esperanza de una repuesta. La red vuelve al auxilio de una niña maltratada en “El cofre verde”, una rescritura del “Vanya” de Chéjov.

Cada cuento tiene su coreografía, giros elegantes entre planos y tiempos. Alguna relación tiene esa coreografía con el ojo Magritte convertido en una cámara cinematográfica, la que en un párrafo gira por un asilo de ancianos y ata las rutinas enajenadas de los viejos a los lugares del encierro. Es el caso de “Sector de abedules”,  que de todos los caminos que marca, escoge el cierre más humilde y conmovedor. Esos cierres son una nueva visita al hábito, incluso al gesto humano de caminar o de cerrar una puerta, apenas un cambio, una brusquedad en el gesto, la recuperación del color en el fondo de la sombra. Incluso un desvío o una distracción, como en aquel cuento inolvidable de Carver, dedicado a Chéjov.  

Estos cuentos espesos, armados con planos en contrapunto (entre las huellas prehistóricas de las manos de un niño en una cueva de la Patagonia, el “Vanya” de Chéjov y la niña abusada que envía un mensaje por Google) con la polifonía propia de la novela, tienen la intensidad de un licor fuerte. No se dejan leer de prisa. Entre ellos hay contrapuntos, como si en efecto se dejaran entrelazar como capítulos. No solo el oficio de escribir y la pasión de leer y la resistencia a la pobreza de los personajes, sino un pueblo llamado Pergamino, que se repite, como los andenes, y el gesto del desborde, “encharcar el papel con palabras vivas y pastosas, modelar la imagen que peleas por abstraerse del caos de óxidos y texturas en mi depósito de sentido” (“El cofre verde”, 155).

En algún lugar se menciona el aleph borgiano, pero en Colección de arena no abundan las enumeraciones, sino los cristales diminutos que se aglutinan con otros, en un reloj que pauta la forma y detiene el tiempo y lo fija como el instante del fusilamiento que se rescata en la lectura de un periódico abandonado en una heladería de Piazza Navona. El cristal, la luz, el tacto, con sus asperezas hirientes. El que haya tenido que esperar este libro para publicarse, a causa del clima social que tan bien se reproduce en estos cuentos (las paradójicas penurias de un país rico) les dio el tiempo justo para alcanzar su punto de cocción.
Colección de arena reclama el derecho a la belleza; la extracción de la belleza de la piedra bruta de la mercancía. Sus piezas facetadas quedarán como un lujo en las casas modestas, con la materialidad del libro hermoso. Estos relatos de la experiencia sórdida transformada en solidaridad sin programas ni cuotas son lujos de la escritura.

 



miércoles, 16 de octubre de 2013

"COLECCIÓN DE ARENA" Y "SHOPPING": EFICACES ESCRITURAS FEMENINAS


Gloria Lenardón y Marta Ortiz, directoras de la colección Narrativas Contemporáneas (fotografía: Leo Galletto)
 




enlace a la nota:: 

EFICACES ESCRITURAS FEMENINAS
por Graciana Petrone 
(diario El Ciudadano, publlicado en la edición impresa del 14 de octubre de 2013)

Texto completo:

La serie Narrativas Contemporáneas, de la Editorial Fundación Ross, acaba de publicar Colección de arena –compuesto por una serie de cuentos–, de Marta Ortiz, y Shopping, una novela de Gloria Lenardón. En concordancia con la avezada trayectoria de las autoras, las obras ofrecen relatos de cierta impecabilidad, en los que puede leerse la palabra precisa en cada una de sus páginas. Coherentes con el espíritu del proyecto, los ejemplares se distinguen por su elegancia y el cuidado estético de sus portadas, cuyo diseño e imágenes pertenecen a Cecilia Lenardón.
Encuentros, sentimientos inequívocos, personajes por momentos complejos y un exhaustivo trabajo en la descripción de los ambientes, el vestuario o la coyuntura (aunque también aparece lo aleatorio) son sólo algunos de los elementos con los que Ortiz construye los 23 relatos que forman el libro. “Es una característica mía. No puedo evaluarlo dentro de mi mismo trabajo, pero remitiéndome a lo que muchos me han dicho sobre eso, creo que es parte de mi mirada”, asegura la autora, quien además es una experimentada coordinadora de talleres de narrativa. “Por otro lado –agrega– nunca doy por terminado un cuento hasta que no me satisface a mí, lo que nunca ocurre con la primera versión: hay que retrabajarlo y pulirlo porque muchas veces no están claras las ideas y eso se va develando en la escritura”.
Así, el detalle más ínfimo se convierte en una pieza fundamental a partir de la cual la autora da vida a una narración con fuerte contenido político como es el caso de “Zapatos de fiesta”. En este relato, la protagonista abre un abanico de recuerdos de su época de estudiante universitaria, y escribe: “Mirabas para otro lado, vos y otros miraban más allá de la línea de fuego a pesar de los chicotazos que ennegrecían el ambiente y las corridas también, había que llevar zapatos cómodos, no las botas de caña alta cuando ibas a la facultad (…)”.
En “Lunares de sol sobre el verde del césped del parque”, en cambio, crea un personaje que guarda un secreto atroz y casi como una interpelación al lector apunta en un diario íntimo lo que no se anima a confesar: “Alguien me habló de una cronista guatemalteca, lleva un registro minucioso de esa napas inclasificables que en los libros se llama estupro y en la vida real violación (…)”. En todos los relatos de Colección de arena el arraigo en el pasado, la mujer frente al mundo o los recuerdos de la infancia destrozados por el paso del tiempo son una constante. En cada texto Ortiz hace que se desteja una madeja de frágiles y delgados hilos que se estiran y acomodan a medida que las páginas avanzan.


 
En Shopping, Lenardón realiza un trabajo narrativo en el que se destacan dos aspectos esenciales. El primero es que la novela transcurre en un único momento: cuando la protagonista asiste a la inauguración de un centro comercial a bordo de un viejo Renault 12. El segundo, es el impecable manejo de la palabra con el que produce imágenes en continuo movimiento y situaciones casi agobiantes, llenas de adrenalina, propias de los efectos del consumismo.
Y pese al terreno peligroso por el que puede caminar una trama sin detonantes y basada en lo anecdótico, la escritora mantiene en vilo al lector con maestría. No da tregua. “Me ocupo de la historia en sí, de cómo quiero contarla –explica–, de las dificultades con que me topo; con esta novela quería una anécdota mínima, una voz que fuera y viniera, un poco aquí y un poco allá, y un espacio muy grande donde hubiera amontonamiento, acumulación. Y también mucha distracción”.
El personaje de Shopping es una mujer cuyo único interés aparente es ingresar al complejo y a la que deslumbran el colorido de las vidrieras acondicionadas especialmente para la ocasión, el amontonamiento de gente, los adornos o los fuegos artificiales, mientras cuenta todo lo que ve: “Hay estrellas que revientan en puntos azules que de golpe son rojos, o de un blanco fosforescente”. De a ratos recuerda a su gata Lola, el balcón de su departamento y algunos instantes fugaces de su vida pero de inmediato vuelve a sumergirse en el escenario convulsionado del centro comercial.
Así, la historia de Lenardón transcurre entre una multitud de gente y marquesinas incandescentes, música y cientos de ofertas de productos de los más disparatados por los que la gente se agolpa a empujones para comprar antes de que se acaben. “Cuando quiero escribir una novela – dice la autora–, siempre tengo la sensación de estar metiéndome en un embrollo del que me va a costar salir, y aún más resolver. Con esa sombra encima lo primero que trato de evitar es lo solemne”. Esa parece ser la razón por la que eligió un shopping como escenario. “Porque me aportaba ideas que me divertían, pero hay que ver qué queda cuando se pasa la narración, y cuán dispuesto está un lector a ceder su seriedad”, apuntó.

Ejemplares de colección
La colección Narrativas Contemporáneas, de Editorial Fundación Ross, está dirigida por Lenardón y Ortiz. Debutó con las antologías Mi madre sobre todo y El río en 14 cuentos, a los que le siguieron seis libros más entre los que se encuentran La prueba viviente, de Patricia Suárez; Tirabuzón, de Angélica Gorodischer, y Santos y desacrosantos, de Enrique M. Butti. Las ediciones se distinguen por su cuidado estético y un particular diseño exterior en el que la fotógrafa Cecilia Lenardón crea imágenes que ocupan tapa y contratapa. “Como si se pudiera ingresar al interior del libro por ambos lados”, apuntó Ortiz. La serie, según explican las editoras, busca rescatar “la oferta del había una vez, la diversidad de escrituras, las ideas que se agregan y sus pretensiones, el fenómeno de lo que va y viene, su registro en el idioma. La trasgresión de lo cotidiano: un libro para hoy y otro para mañana”.



sábado, 5 de octubre de 2013

SHOPPING (Gloria Lenardón)

  
SHOPPING (novela), COLECCIÓN "NARRATIVAS CONTEMPORÁNEAS" (directoras, Gloria Lenardón y Marta Ortiz) para Editorial Fundación Ross, Rosario.

(Reseña por Evelin D'Angelo en Suplemento Señales (diario La Capital, Rosario), publicada el domingo 29 de septiembre de 2013)

Enlace:

http://www.lacapital.com.ar/ed_senales/2013/9/edicion_239/contenidos/noticia_5020.html