OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

domingo, 14 de marzo de 2021

SOLTAR LA CASA, de Lidia Rocha (anotaciones a partir de la lectura)


 

Notas a la lectura de Soltar la casa

(Lidia Rocha, Soltar la casa -La mariposa y la iguana, Buenos Aires, 2020-)

©Marta Ortiz   

      El patio, reducto elegido de la infancia, es sinónimo de magia, esparcimiento y libertad. Vale arriesgarse a saltar por la ventana “como si un hada/ esperase en el patio/ donde un caballo duerme”, dice el poema.  A la vez habitado y vacío, la memoria lo visita de noche. Soportó aguaceros, sequías “mapas de barro seco / donde antes hubo renacuajos”, viento. Allí nació y se guardó la impronta del arte: “por el patio que fue una vez /comencé la pintura”. 

      Arrasado por acción del tiempo, aún resplandece. Los ojos de la poeta permiten revisitarlo con ojos de niña: “ella sigue mirando por mis ojos /me retiene/ en la pura expectativa.” Ambas, indisolublemente enredadas al árbol futuro.

      Una y dos, como en un paso de baile, remite al va y viene de un ser desdoblado. El poema dice: “le pido perdón a la tarde / porque me demoré / en la raíz del tiempo”, versos que podrían oficiar de prólogo o epígrafe general.

   Desdoblamiento, ser dos y una, demorarse en el tiempo primigenio mientras se habita el actual. La síntesis cabe en bellísimo vocablo que la poeta toma prestado del japonés: komorebi: (la luz que se filtra a través de las ramas de los árboles y la sombra que al mismo tiempo se proyecta). Juego de correspondencias entre aquella raíz temporal y el tiempo transcurrido. La poeta sabe que todo no es recuperable, hay puntos perdidos en el camino, aunque algún “pespunte de sol” pueda rescatarse. Asumirse como proyección de la que fue en el origen: “un corazón que replica/las intermitencias de la luz”. Pero, ¿cuántas vidas pueden caber en una vida?

    Arena (ultima parte) esboza una respuesta. Las dunas cambian de forma, como muchas vidas caben en una vida aunque estas páginas acaben cuestionando la recurrencia al pasado: “quizás no haya lugar/ para la arqueología / sino para que espese la palabra / y haga salir la voz / de su escondrijo”. El pensamiento viaja entre la noche que inventa monstruos y la luz que emite la infancia, cuyo brillo atrae con intensidad. El tironeo constante (vaivén) desgasta, abona la idea de abandonar aquel recinto (paraíso perdido): “¡Tiene tanta fuerza / el apego / a ese país imaginario!”.  

     El planteo deviene otro, lo entrevisto brilla tanto como aquel patio que se visita de noche: tal vez sea hora de soltar la casa de la infancia, hacerle espacio a la casa de la poesía, habitar la permanencia de la voz, del canto: “el pájaro / regresa a su nido en mí”. Hora del rescate, de recibir y asumir el don: “todavía veo sus alas más allá de los truenos / su azul deshecho a la hora de la estrella”.

  Soltar la casa, poemario articulado en tres partes como tres momentos o capas de pensamiento que interpelan y entrecruzan la temática referida, involucra al lector en la experiencia que de uno u otro modo todos hemos o habremos de vivir: la casa (espacio-tiempo) que nos ha cobijado en el origen, a medida que crecemos sobrevive en nuestra ensoñación, en el hilo invisible que nos conecta a la infancia. Asumir la madurez implica soltar para permitir que se acomode y expanda lo que vendrá.

    Un libro donde es posible rastrear sutiles correspondencias entre palabras, saltar de un poema a otro y encontrar y unir retazos del viaje interior que impulsó la escritura de este luminoso conjunto de poesías de Lidia Rocha.








viernes, 12 de marzo de 2021

TALLERES ÓPERA PRIMA 2021 (temporada XIX)

 


“Se puede hablar de un mal del escribir.  No es sencillo lo que intento decir, pero creo que es algo en lo que podemos coincidir, camaradas de todo el mundo. Hay una locura de escribir que existe en sí misma, una locura de escribir furiosa, pero no se está loco debido a esa locura de escribir, Al contrario.” 
(Marguerite Duras, en Escribir)

Cada libro —novela, cuento, poema— contiene, con mayor o menor felicidad, una lectura del mundo, y leer lo que fue escrito es ingresar al registro de la memoria de una sociedad, a lo que esa sociedad considera (y esto no es orégano sino un verdadero campo de batalla) por alguna razón, perdurable; es entrar a ese inmenso tapiz tejido bajo distintas circunstancias por tantos seres, a lo largo del tiempo.
(María Teresa Andruetto en La lectura, otra revolución)

Leer es, en un sentido amplio, develar un secreto. El secreto puede estar cifrado en imágenes, en palabras, en trozos privilegiados de ese continuum que llamamos “realidad”. Se lee cuando se develan los signos, los símbolos, los indicios. Cuando se alcanza el sentido, que no está hecho sólo de los significados de los signos sino que los engloba y los trasciende.
(Graciela Montes, en La frontera indómita)