Letra Cosmos conversa con Marta Ortiz sobre los talleres de lectura y escritura
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Texto completo:
-Contanos la historia de Ópera Prima. ¿Cómo y cuándo surgió?
-Abrir un espacio de taller ya existía entre mis proyectos cuando
recibí (año 2003) la propuesta de la escritora Marcela Atienza –a cargo
entonces del Café de la Ópera, anexo al teatro El Círculo-, de coordinar
grupos en ese ámbito, lo que explica el nombre Ópera Prima,
elegido por los talleristas. Empezamos en abril y se ofrecieron dos
instancias: el taller de Lectura y Escritura y el taller de Lectura.
El 2004, marcado por la expectativa en Rosario del II Congreso
Internacional dela Lengua Española, reportó la primera mudanza. Los tres
grupos (dos de lectura y escritura y uno de lectura) alcanzábamos
nuestra mesa de trabajo eludiendo boquetes, escombros, zanjas; aferrados
a pasamanos, sobre tablones, seguíamos los carteles indicadores que
diariamente modificaban el ingreso al Café. Imposible olvidar el
polvillo invasor que respirábamos, pisábamos y tocábamos. Asistíamos a
la destrucción constructiva de una esquina emblemática de la ciudad
(Mendoza y Laprida) en tanto se desplegaba el cauce de la literatura.
Polvorienta o no, ella marcaba y defendía su territorio. La calle
asfaltada volvió a ser de tierra y se colocó el “nuevo” adoquinado; como
en un sueño, la calzada retrocedía cien años para renovarse… Y la
mutación urbana nos empujó a un nuevo hogar ad-hoc, a solo media cuadra
del Café de la Ópera, donde por un misterio atribuido a préstamos
temporarios, usamos las mismas sillas que usaron los miembros dela RAE,
José Saramago y Sábato y Jorge Edwards y Ernesto Cardenal y tantos otros
escritores durante las sesiones del Congreso habidas en el teatro.
En diez años de actividad hubo otros puntos de reunión, siempre
bares. Alguna vez la errancia nos desbordó: en 2007, por ejemplo,
cambiamos tres veces de domicilio. “No es buena para el hombre la vida
errante”, se lee en La Odisea, que paradójicamente cuenta las peripecias
de un destino errante. El modelo mítico ayudó: elegimos apropiamos de
las historias derivadas y minimizar la ausencia de hogar fijo. ¿Cuánta
experiencia hubiera pasado des-apercibida, des-preciada, des-vivida, si
algo hubiese frenado la estrella itinerante de Ópera Prima? Finalmente, y
desde 2011, el taller se reúne en librería Ross (¿Ítaca? Quién pudiera
leer el futuro…) ya no “en” el bar pero siempre a mano del
imprescindible café.
-¿Qué es para vos un taller de lectura?
-Un espacio pensado para lectores que no se sienten inclinados a
transformar en escrituras sus experiencias, aunque leer sea una
modalidad peculiar de la escritura. Lectores que buscan en el libro un
viaje que de un modo u otro desestabilice o trastorne su paisaje
interior. Se sabe que la lectura no es un acto pasivo, que el lector
interpreta, devela la línea oculta, asocia, se apropia de, agrega,
retiene, olvida, opina, asiente o disiente. En definitiva, un trabajo
intenso que construye. Somos en alguna medida y entre muchas otras
cosas, la suma de lo que hemos leído. “A veces creo que los buenos
lectores son cisnes aún más tenebrosos y singulares que los buenos
autores”, escribió Borges en el prólogo a su Historia Universal de la infamia; donde incluso afirma que leer es una actividad “más resignada, más civil, más intelectual”.
Los recorridos propuestos en el taller son a veces temáticos, otras
por elección de autor o género. Si la hay, incorporamos también la
versión cinematográfica. Hicimos incluso la riquísima experiencia de
leer clásicos universales (El Quijote, La divina comedia, Las mil y una noches, entre otros). La
lectura compartida recupera, además de la cadencia y la modulación de
la voz, una vieja práctica oral nunca desaparecida y siempre mágica.
-¿Y un taller de escritura?
-Una reunión de gente nada ortodoxa unida por la misma pasión,
locura, adicción, deseo, o como quieras llamarlo, cuyo único material de
trabajo es la palabra. Y la imaginación, que entreteje los hilos de la
fantasía con la experiencia vivida.
Lo asimilo a la posibilidad de aportar nuevas miradas. Los temas y
conflictos en la escritura de ficción se repiten, pero cada ojo registra
a su modo, cada subjetividad aporta lo suyo y sale de la galera el
texto flamante que siempre parecerá y en algún sentido “es” un nuevo
texto. Sí o sí partimos de la lectura –primer gran disparador de nuevas
escrituras‒, el texto busca y seduce a su lector. Luego la reflexión
sobre lo leído, el asombro renovado y el deseo inmediato de experimentar
qué giro adoptará mi propia voz, en qué inflexiones se distancia de lo
conocido, hasta qué límite voy a llegar con mi escrito, ni más ni menos
que una vía privilegiada de acceso al conocimiento, certeza que expresó
claramente Marguerite Duras en su bello texto Escribir: “La
escritura es lo desconocido. Antes de escribir no sabemos nada de lo que
vamos a escribir. […] Si se supiera algo de lo que se va a escribir,
antes de hacerlo, antes de escribir, nunca se escribiría. No valdría la
pena.”
Importa romper estereotipos, la búsqueda de la voz propia y el
aprendizaje constante de la corrección, este punto es tan importante
como partir de la lectura para despertar nuevas escrituras. Abelardo
Castillo habla de una ética de la forma, coincide con Paul Valéry (y yo
coincido con ambos) en considerar a la corrección de un texto no como a
una tarea retórica o estilística sino como una empresa espiritual de
rectificación de uno mismo.
-Ha sido muy compartida –aunque con los años se fue diluyendo
bastante-, una visión negativa, entre algunos escritores sobre
todo, sobre la utilidad de un taller. ¿Qué pensás vos que sos autora y
tallerista?
-Los talleres literarios son espacios de pertenencia y de resistencia
donde los grupos buscan reunirse con sus pares para compartir
experiencias. No creo en recetas ni en moldes, la creación literaria y
sus secretos son poco transmisibles, más allá de algunas consideraciones
formales y consejos expertos. No creo tampoco en espacios muy
estructurados ni demasiado light. Sí, se puede transmitir y
compartir una pasión creando el clima favorable a la reflexión en torno
al objeto o al deseo común que engloba por igual el trato con la
literatura y la idea de asumir un destino si visualizo que es el mío (el
del escritor/a), y para este objetivo sí es útil, o propicio, me gusta
más la palabra, un taller de escritura. De hecho participé en dos
espacios afines nada convencionales, por cierto: el de Imelda Ferrero y
los grupos de reflexión de Angélica Gorodischer, como también participé y
sigo haciéndolo, en múltiples grupos de trabajo. Siempre son
enriquecedores.
-¿Cuáles son las cosas que más te han gratificado como tallerista?
-La mística y el vínculo de amistad crecidos al calor de la palabra.
Sentir que aprendo en el intercambio tanto como compruebo la evolución
de los talleristas. La publicación en 2010 de Debe Haber Cuentos,
un libro que firmaron Marta Rodríguez y Oscar Tartabull (ambos miembros
de Ópera Prima), este último, un buen amigo y colega a quien siempre
extrañaremos. La edición de 6 números de la revista de cuentos Ópera
Prima. El libro en proceso de edición “Canon a nueve voces” concebido y
editado en su totalidad por un grupo de autoras del taller. Y muchas
pequeñas y grandes epifanías, derivas azarosas de la práctica,
imposibles de reproducir acá.
1 comentario:
Qué bien lo cuentas, Marta. Coincido en tus definiciones: he tenido experiencias magníficas con talleres de lectura, y fui miembro, hace más de veinte años, de una tertulia literaria que hacía las veces, también, de taller de escritura. La palabra que define las experiencias es, en efecto, enriquecimiento. Un saludo.
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