Texto completo de Atlas, prólogo a Espina de Maguey
Atlas
Por Marta Ortiz
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sombras
del pensamiento más que pasos,
por el camino de ecos
que
la memoria inventa y borra:
sin caminar caminan
sobre este ahora, puente
tendido entre una letra y otra.
Octavio Paz
Recrear un paisaje muchas veces escrito sin caer en
el cliché. El desafío de olvidar la imagen entrevista que se lleva pegada al cuerpo en la serie de versiones
escuchadas a partir del atlas ajeno. Otorgarle a la mirada el sesgo que la
poesía, por su sola naturaleza, transformará en objeto único. Detenerse en el
detalle mínimo: la espina del cactus, el pliegue del vestido, “este desorden de
colores/ que flota entre los árboles”.
Evocar un viaje es volver a viajar.
Como quien se dispone a relatar su asombro ante la
real y maravillosa belleza de América Latina, Mariana Vacs entrega en Espina de maguey una cartografía personal
hecha de impresiones que la memoria reconstruye a partir de retazos significativos.
Dice Borges en el prólogo a su Atlas:
“…hemos compartido el hallazgo de sonidos, de idiomas, de crepúsculos, de
ciudades, de jardines y de personas”; del mismo modo leemos en Espina… los versos que dan relieve y
color a una geografía compuesta de imagen, sonido, viento, piedra, cielo, nube,
volcán, cactus, desierto, leyenda, historia, arte, ruina. Las páginas-mapas
encierran topónimos que suenan a redoble de tambor: Tenochtitlán, Teotihuacán,
Amatlán, Tepoztlán, sitios cargados de historia donde conviven los dioses
nativos con los vivos y los muertos también nativos: “Todos los hombres están
ahí, /aunque solo nos llegue /su murmullo antiguo”.
La tierra visitada imprimió una huella que la poesía
traduce: “Ombligo de la luna/ pájaro que ves nacer el sol/ desde tu morada de
cielo”; tierra donde el día de los muertos se exhibe como un conjuro de fiesta
y celebración, efímero reinado de Catrinas o Lloronas, en tanto las vidrieras comestibles
ofrecen parcas y pequeñas calaveras de mazapán. Placebo contra la muerte, el 1°
de noviembre se carga de “cempasúchiles naranja /flores de esponja amarilla /
para que no se opaque el alma.”
Hay sitio en el paisaje animal para las emblemáticas
águila y serpiente, y sobrevuelan búhos, murciélagos y venturillas y el lagarto
vigila en la piedra: “El mar vierte la sabiduría / en sus escamas de ceniza.”
El diario de viaje se conduele de la cultura
originaria arrasada, tal como lo expresó Siqueiros en su mural El tormento de Cuauthémoc: “su dolor es
mudo: / reconoce al saqueador y calla /…. / La Malinche interpreta/ y se
rasgaría la lengua/ con espinas de maguey”. Espinas de cactus, de nopal, de maguey.
Tierra con demasiadas púas, a pesar del flamboyán que también existe. En la
ruta a Oaxaca el desierto “se eleva/ en un altar de espinas” y la iglesia
abandonada ve crecer un cactus en la piedra. El yo lírico ha observado hasta
pulverizarse los ojos esas púas vegetales que en algún punto del recorrido se
asocian a sus propias lágrimas: “En la noche / agujas se desprenden de mis ojos
/ y ya no puedo ver.”
Los poemas, piezas breves y despojadas, bordan el
tapiz absorbido de la cultura extraña. El viaje evocado contiene sueños: “mujeres
que volaban sobre nubes/ clarinetes de papel”, cenotes mágicos como aguas
amnióticas donde guarecerse, nubes de espuma y púas que rasgan y también
calaveras en cuyos huecos “se abisma la mirada / en este desierto”, hasta
encontrar restos vivos como ese sapo que, en tanto indaga el poema en la figura
de Frida Khalo: “… destapa /algún silencio en la lluvia”.
Una estación primordial del itinerario es el estado
de Oaxaca, región donde ancló la cultura “mixteca”, nombre que significa “lugar
o país de nubes”, visible en algunos datos cargados de misterio: “nadie tiene
morada en la tierra “, “los relojes detienen / su pulso en lo antiguo”.
Espina de maguey
tiende una línea imaginaria entre el temprano deseo expreso de la niña: “Cuando
sea grande quiero ir a Latinoamérica”, y el avión que la devuelve a su patria a
la poeta: “Bajamos a las nubes, / veníamos caminando el cielo / y caímos”. El
viaje ya es pasado. Quedaron los restos atesorados, el papel picado que recorta
figuras o la certeza de que lo vivido no fue un sueño. Y el incesante trabajo de
la memoria: de la mano de la imagen nunca convencional, de la cadencia y el ritmo
que aportan sus filigranas a la poesía, regresa, una y otra vez, para contarlo.
Cuatro poemas de ESPINA DE MAGUEY, por Mariana Vacs
Cuatro poemas de ESPINA DE MAGUEY, por Mariana Vacs
ROPA TENDIDA
En Amatlán, un patio descuida
la ropa al sol y la montaña
protege mi sombra del abismo.
La soga enarbola manteles:
los borda de pájaros y frutas,
y el cielo va secando
despacio
este desorden de colores
que flota entre los árboles.
EL TORMENTO DE CUAUHTÉMOC
(mural de David Siqueiros)
Cuauhtémoc tiene los pies
de incendio y la boca muerta.
No confunde espejos negros
con regresos de deidades.
Su dolor es mudo:
reconoce al saqueador y calla.
La Malinche interpreta
y se rasgaría la lengua
con espinas de maguey.
SUEÑO MEXICANO
Soñé que tu nombre
y el mío
estaban escritos
en un códice antiguo.
Leía los dibujos bordados
sobre una tela blanca,
tejidos con hilo lunar:
mujeres que volaban sobre nubes,
clarinetes de papel.
No pude descifrar el mensaje,
y lloré.
CENOTE MATERNO
Me adentro en el hueco de tu cuerpo,
cenote mágico que me integra a la vida.
Un murmullo de agua
se acomoda en tu vientre
y escucho las canciones de infancia.
Tu voz de sirena
me obliga a sujetarme
para no morir.
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