Viaje al fondo del árbol
© Andrea Benavídez (San Juan, Argentina)
a Ceci-li.
Indicaciones de lectura: este cuento puede ser leído
de arriba hacia abajo o al revés, teniendo en cuenta los párrafos como unidad
de lectura, atentamente, la autora.
Siempre es más fácil fundirse con un árbol
solo que con todo un bosque. Tu rara costumbre de comerte las uñas te ha
llevado a un viaje irracional por las comisuras de la mesa de madera. La
lámpara que primero estuvo encendida y luego quién sabe cómo ni por qué se
apagó, anunció el inicio de un fantástico viaje que te llevó desde las puntas
de las ramas que tantas veces escudriñamos hacia un fragmento de la tierra bajo
tus pies.
Claro que todo hubiera sido imposible
si la superficie no hubiera cedido como lo hizo; pero las cosas fueron cambiando
desde que entraste por el pequeño ojo de la madera del árbol; para ver qué
pasa, dijiste. Y desde allí dentro guiñaste el otro ojo en señal de
ocultamiento. Te fuiste deslizando por la savia en el interior de la rama;
quién sabe hasta dónde te habrás corrido de la línea visual.
Todo se movía con el ir y venir del
viento que aún no llegaba, pero que podía presentirse cercano. Nada hubiera
sido tan fácil como salirte y hacer lo mismo de antes, lo mismo que todos y lo
de siempre, por el lado de fuera, claro. Pero no, tu aliento vital insistió en que
era preciso recorrer el lado de adentro…; entonces, como muchos creyeron, te dejaste
ir por el hueco sublime de las esperanzas.
Desde entonces te hemos perdido, sólo
parcialmente, algo de tu eco quedó andando entre nosotros y desde ese poquito
de humanidad que nos has dejado intuimos las quimeras por las que vas vagabundeando.
Bajaste a la parte troncal del sentido
abandonando los ayeres, que fueron tantos y tan densos que ya casi vale la pena
olvidarlos. Otros los hubieran dejado de lado sin ningún argumento
contradictorio, pero vos no, porque te da por acordarte de todo. De los
detalles no, casi nunca, pero si hay una lámpara y un fuego encendido, te acordás
de todo y lo rememorás despacio como para crearlo de nuevo y hacerte un lío.
A la hora de bañarte todo se te
mezcla y querés decir antes y decís ahora. Querés decir cuando los años han pasado y decís pronto pasará de nuevo. Te da vértigo que las cosas se circulen y
te dejen dentro de la argolla. No te molesta tanto estar atrapada como ser un
punto fijo. Te molesta muchísimo estar fijada a un centro. Concentrás toda tu
atención en descentrarte para poder así bajar por el árbol; porque si no, pensás
en voz baja, va a ser un poco difícil lograrlo.
Los ecos que llegan desde tu aurora advierten
que el olor a tierra mojada te llena de cangrejos los ojos y te enciende las
papilas. Ahora mismo te comerías todas las recetas de los postres de chocolate
checos. El hundimiento está cerca, pero eso es una realidad sólo para tus dedillos;
para todos nosotros es un misterio que no desentrañamos, que ni siquiera
sospechamos. Llegás más seguido que cualquiera de nosotros porque, como el árbol,
tu costra tiene muchas facetas y sólo vos sabés deslizarte de esa manerita por
dentro de ellas.
Es casi imposible mirarte desde el
espejismo que nos has dejado, en cambio igual te sabemos. Sabemos que has
enviado un centenar de enanitos del bosque para que se concilien con tu
ausencia, que ahora es tan repetitiva. Otros contarían en años, en meses, en cicatrices;
en cambio a tus historias las enumeras en piedras.
Esta piedra, decís, apoyada a la mesa
mientras la acariciás como si tuvieras en las manos a una tortuga, la encontré
el día de la vigilia amarilla; esta otra la trajo el viento y me pegó una cachetadita en la
cara, la guardé para recordar las lágrimas que ese día fueron vertidas. De
algunas de las piedras no has querido fundar palabras, sólo has puesto un tango
medio tristón y te has dedicado a mirar por una ventana.
Has servido todos los sonidos en una
copa de vino y tomás despacio para que no se note que de a ratos algo te envenena
las ganas de quedarte quieta.
La tierra te tiene lleno el vientre
de culebras. Algo te hace cosquillas cuando serpentea. Una antigua serpiente te
ha mandado un correo postal donde te hereda la ceguera que antes era de ella.
Como estás tan confundida no usás a las palabras para nada.
Ya no hay luna, ni soles, ni cielitos
lindos porque debajo de la tierra todo tiene una iluminación desconcertante. Optás
por la penumbra igual que en la superficie, igual que la serpiente; aunque
bajar hasta las capas geológicas te suena peligroso y por eso las dudas inciden
en tus decisiones. Los ruidos se agudizan de pronto y no decís que eso da miedo
ni que fumarías un cigarrillo en este preciso momento si lo tuvieras. No decís
nada porque el silencio te aporta más musicalidad que el misterio de
apalabrarte las sombras.
Encendés una estrellita de los fuegos artificiales y
seguís tramando el descenso, mientras duran los fulgores de la luz
intermitente. No sabemos casi nada de tus exploraciones: que vas a recorrer el
mundo has dicho, pero por el lado de adentro has dicho y todos nos hemos
quedado imaginando la ruta, disponiendo el equipaje que no te vas a llevar
porque, según tus ideas, bajo la tierra siempre hace frío y con un sobretodo
alcanza.
Antes de irte la lucificción de tus
ojos le ha pegado una tarjeta muy prolija a la hoja de tu cuaderno y la lista
de la compra ahora es una pequeña obra de arte digna de la Casa Foa. Has dicho yo y
yo y yo y yo de un tirón para que suene bonito y después has juntado toda esa melodía
dentro de un pocillo de café que terminarás por no beberte… hoy tampoco. Una sensación
minuciosa viene de la pensadería y balbuceás cosas: que cuando has creído llegar
por fin a la última capa geológica te has dado cuenta que aquello sólo era el
principio.
De un momento a otro has cambiado el
instrumento, has dejado el lápiz y has tomado las gubias y luego los cuchillos
y luego las agujas y luego los pinceles, para limpiar las capas de tu piel
rejuvenecida hasta ahora desconocida.
Los lugareños cuentan cosas que son
casi verdad, pero también cuentan cómo de pronto llega el viento que todo lo
transforma. ¿Volver desde el fondo de un árbol…? No, no es sencillo, nadie lo
dice, es uno de esos tanto secretos que circulan por lo bajo.
Te has aferrado a los
principios.
Te ves cerca pero no llegás todavía.
Te has venido a un frondoso
paisaje que te mantiene preñada.
Te has sedimentado tanto que
para narrarte hay que raspar un poco.
Te has metido la mano dentro
de la boca y te has jalado por el revés del interior de los talones hasta darte
la vuelta.
LOBRA NU ED ODNOF LA EJAIV
Te has aferrado a los
principios.
Te ves cerca pero no llegás
todavía.
Te has venido a un frondoso
paisaje que te mantiene preñada.
Te has sedimentado tanto que
para narrarte hay que raspar un poco.
Te has metido la mano dentro
de la boca y te has jalado por el revés del interior de los talones hasta darte
la vuelta.
Los lugareños cuentan cosas
que son casi verdad, pero también cuentan cómo de pronto llega el viento que
todo lo transforma. Volver desde el fondo de un árbol…, no es sencillo, nadie
lo dice, es uno de esos tanto secretos que circulan por lo bajo. De un momento
a otro has cambiado el instrumento, has dejado el lápiz y has tomado las gubias
y luego los cuchillos y luego las agujas y luego los pinceles para limpiar las
capas de tu piel rejuvenecida hasta ahora desconocida.
Antes de irte la lucificción de tus
ojos le ha pegado una tarjeta muy prolija a la hoja de tu cuaderno y la lista
de la compra ahora es una pequeña obra de arte digna de la Casa FOA. Has dicho yo y
yo y yo y yo de un tirón para que suene bonito y después has juntado toda esa
melodía dentro de un pocillo de café que terminarás por no beberte hoy tampoco.
Una sensación minuciosa viene de la pensadería y balbuceás cosas: que cuando
has creído llegar por fin a la última capa geológica te has dado cuenta que
aquello sólo era el principio.
Encendés una estrellita de los fuegos
artificiales y seguís tramando el descenso, mientras duran los fulgores de la
luz intermitente. No sabemos casi nada de tus exploraciones: que vas a recorrer
el mundo has dicho, pero por el lado de adentro y todos nos hemos quedado
imaginando la ruta, disponiendo el equipaje que no te vas a llevar porque,
según tus ideas, bajo la tierra siempre hace frío y con un sobretodo alcanza.
Ya no hay luna ni soles ni cielitos
lindos porque debajo de la tierra todo tiene una iluminación desconcertante.
Optás por la penumbra igual que en la superficie, igual que la serpiente;
aunque bajar hasta las capas geológicas te suena peligroso y por eso las dudas
inciden en tus decisiones. Los ruidos se agudizan de pronto y no decís que eso
da miedo ni que fumarías un cigarrillo en este preciso momento si lo tuvieras.
No decís nada porque el silencio te aporta más musicalidad que el misterio de
apalabrarte las sombras.
La tierra te tiene lleno el vientre
de culebras. Algo te hace cosquillas cuando serpentea. Una antigua serpiente te
ha mando un correo postal donde te hereda la ceguera que antes era de ella.
Como estás tan confundida no usás a las palabras para nada.
Has servido todos los sonidos en una
copa de vino y tomás despacio para que no se note que de a ratos algo te
envenena las ganas de quedarte quieta.
Esta piedra, decís, apoyada a la mesa
mientras la acariciás como si tuvieras en las manos a una tortuga, la encontré
el día de la vigilia amarilla; esta otra la trajo el viento y me pegó una
cachetadita en la cara, la guardé para recordar las lágrimas que ese día fueron
vertidas. De algunas de las piedras no has querido fundar palabras, sólo has
puesto un tango medio tristón y te has dedicado a mirar por una ventana.
Es casi imposible mirarte desde el
espejismo que nos has dejado, en cambio igual te sabemos. Sabemos que has
enviado un centenar de enanitos del bosque para que se concilien con tu
ausencia, que ahora es tan repetitiva. Otros contarían en años en meses en
cicatrices; en cambio a tus historias las enumeras en piedras.
Los ecos que llegan desde tu aurora
advierten que el olor a tierra mojada te llena de cangrejos los ojos y te
enciende las papilas. Ahora mismo te comerías todas las recetas de los postres
de chocolate checos.
El hundimiento está cerca, pero eso
es una realidad sólo para tus dedillos; para todos nosotros es un misterio que
no desentrañamos, que ni siquiera sospechamos. Llegás más seguido que
cualquiera de nosotros porque, como el árbol, tu costra tiene muchas facetas y
sólo vos sabés deslizarte de esa manerita por dentro de ellas.
A la hora de bañarte todo se te
mezcla y quieres decir antes y decís ahora. Quieres decir cuando los años han pasado y decís pronto pasará de nuevo. Te da vértigo que las cosas se circulen y
te dejen dentro de la argolla. No te molesta tanto estar atrapada como ser un
punto fijo. Te molesta muchísimo estar fijada a un centro. Concentrás toda tu
atención en descentrarte para poder así bajar por el árbol; porque si no,
pensás en voz baja, va a ser un poco difícil lograrlo.
Desde entonces te hemos perdido, sólo
parcialmente, algo de tu eco quedó andando entre nosotros y desde ese poquito
de humanidad que nos has dejado intuimos las quimeras por las que vas
vagabundeando.
Bajaste a la parte troncal del sentido abandonando
los ayeres, que fueron tantos y tan densos que ya casi vale la pena olvidarlos.
Otros los hubieran dejado de lado sin ningún argumento contradictorio, pero vos
no, porque te da por acordarte de todo. De los detalles no, casi nunca, pero si
hay una lámpara y un fuego encendido, te acordás de todo y lo rememorás
despacio como para crearlo de nuevo y hacerte un lío.
Todo se movía con el ir y venir del
viento que aún no llegaba pero que podía presentirse cercano. Nada hubiera sido
tan fácil como salirte y hacer lo mismo de antes, lo mismo que todos y lo de
siempre, por el lado de fuera, claro. Pero no, tu aliento vital insistió en que
era preciso recorrer el lado de adentro…; entonces, como muchos creyeron, te
dejaste ir por el hueco sublime de las esperanzas.
Claro que todo hubiera sido imposible
si la superficie no hubiera cedido como lo hizo; pero las cosas fueron
cambiando desde que entraste por el pequeño ojo de la madera del árbol; para
ver qué pasa, dijiste. Y desde allí dentro guiñaste un ojo en señal de
ocultamiento. Te fuiste deslizando por la savia en el interior de la rama;
quién sabe hasta dónde te habrás corrido de la línea visual.
Siempre es más fácil fundirse con un
árbol solo que con todo un bosque. Tu rara costumbre de comerte las uñas te ha
llevado a un viaje irracional por las comisuras de la mesa de madera. La
lámpara que primero estuvo encendida y luego quién sabe cómo ni por qué se
apagó, anunció el inicio de un fantástico viaje que te llevó, desde las puntas
de las ramas que tantas veces escudriñamos, hacia un fragmento de la
tierra bajo tus pies.
(*) Andrea Benavídez (1976), nació en San Juan-Argentina. Es Licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de San Juan, Máster en Pensamiento Contemporáneo y Dra. En Estudios Literarios por la Universidad de Alicante. Es docente de la UNSJ y escritora. Escribe narrativa corta y ha publicado varios cuentos en revistas y blogs especializados de literatura en USA, México, Puerto Rico y España.
1 comentario:
Un buen relato.
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