Tiempo, género, rebelión y divertimento
Por Graciela Aletta de Sylvas (*)
“Tirabuzón”, de Angélica Gorodischer. Editorial Fundación Ross, Rosario, 2011.
Angélica Gorodischer escribe su reciente novela
“Tirabuzón” en Garopaba, Brasil, resguardada del sol y el calor en una
casa con un gran ventanal frente al mar. Esa inmensidad de arena y agua
salobre incentivan su imaginación, que no es poca, y mientras otros y
otras convocan su presencia a gritos desde la playa, ella prefiere
teclear en su computadora este entramado de palabras que de a poco se va
convirtiendo en una novela en la que la luz del sol, la levedad del
clima y un aire de bienestar general la atraviesan de principio al fin.
Se trata de una historia que se lee con verdadero deleite, como un
divertimento que tiene un final feliz. Un lector ingenuo, ocupado en
leer el transcurso de la historia y la ligereza del tono, puede no
advertir que esta novela está apoyada en una concepción del tiempo, en
un posicionamiento de género y en el constante combate de los prejuicios
sociales.
La novela ha sido publicada por la Editorial Ross en
la colección Narrativas Contemporáneas dirigida por Gloria Lenardón y
Marta Ortiz. El objeto libro ha sido prestigiado por las fotos
originales de tapa y contratapa de la fotógrafa Cecilia Lenardón, quien
ha seleccionado exquisitos fondos de flores, pequeñas y delicadas
muñecas de porcelana, una de frente junto a un reloj taiwanés de los
años sesenta y otra de semiperfil saliendo de una vieja y oxidada lata
de té La Virginia. La presencia de esta figura femenina no es casual ya
que, ahora sí, el texto de la novela retoma los caminos del feminismo
que Gorodischer ha transitado con impronta literaria y militancia
política.
Helena, la protagonista, es una joven sometida a los
designios de un hermano sin escrúpulos quien, sin tener en cuenta los
deseos propios de la joven, resuelve su vida obligándola a dejar su
trabajo como profesora de francés para cuidar a su madre moribunda en
aras de la economía familiar. Pero Helena, como Emi, el personaje
femenino de la Fábula de la Virgen y el Bombero, como tantas otras de su
producción, se desempeña con soltura a partir de la muerte de su madre,
abre puertas y encuentra, a pesar de sus miedos, los caminos de la
liberación. No faltan los golpes de suerte que le permiten a nivel
económico y bien aconsejada, hacer negocios, viajar y encontrar un amor.
Reclama la plata de la herencia, su parte y su nombre. Claro que tiene
el apoyo de Max, su asesor financiero, un hombre de 86 años que también
debe dar su batalla en la empresa para demostrar que su eficiencia está
intacta y que su intuición para los negocios es más certera que la de
sus hijos, quienes sólo piensan en jubilarlo como si fuera un objeto
descartable. Ambos constituyen un par que se rebela contra las
convenciones y lugares comunes que circulan en nuestra sociedad acerca
de la edad (una por joven, otro por viejo) y los prejuicios de género.
Helena también cuenta con la ayuda y consejo de
escritores de otras épocas quienes se entremezclan con la vida real y
con quienes mantiene continuas conversaciones clave. Son sus amigos,
compañeros, fantasmas benéficos que la acompañan en la aventura de
vivir. El archivo de lectura de Gorodischer se refiere en esta novela a
la literatura francesa, como corresponde a la cultura de la
protagonista, y se evidencia en las citas y palabras de estos
personajes. Ellos impulsan a Helena para actuar prescindiendo de trabas a
pesar de los peligros en el camino, le dicen unas cuantas verdades y se
constituyen en sus otros yoes. Algunas mujeres como Colette, Olimpe de
Gouges, Christine de Pisan, Léonore de Aquitania, y algunos hombres como
Balzac, La Rochefoucault, Rimbaud, Michel Ney, Mariscal de Francia, no
agotan la lista pero dan una idea de sus posturas ante la vida.
La figura del tirabuzón es la metáfora del tiempo que
gira y vuelve: “... que muerde la carne del tiempo; el tiempo por el
que volvemos y volvemos a volver, el tiempo que nos recobra, el que
antes de soltarnos para que resbalemos hacia otra vuelta, nos permite la
mirada culpable de quien engaña, se engaña” (p. 115). Ese tiempo que
envuelve a Helena no como sudario, sino como pareo, sarape, tapiz,
rodeada de luz y niebla entre vueltas, regresos y adioses en la escala
redonda de un tirabuzón de oro que brilla en la noche que gira, pasa por
los lugares que ya pasó pero un poco más allá. Desaparecen así las
limitaciones geográficas y cronológicas, París es el umbral de su casa,
el periplo de viaje termina en el regreso pero de forma diferente, más
allá, como apunta la escritora, las voces de otras épocas resuenan con
vigencias actuales. El tiempo se recicla y avanza en esa espiral que
recrea e inventa el mundo, en ese milagro que posibilita que esta mañana
sea la misma “que vivió una multitud herida hace veinticinco siglos a
orillas de un río de nombre desconocido” (p. 128). Así lo anticipa el
epígrafe de Waqas Ahmad Kwaja, el escritor pakistaní y profesor de
literatura inglesa en el Agnes Scott College, que dice así: “On the
other side of the morning is morning again”.
No es la primera vez que Angélica proyecta su interés
por los ensayos científicos en sus textos narrativos. Ya en “Trafalgar”
(1979) incursiona en el tiempo sincrético y en la infinitas variantes
de tiempo. Sus lecturas de Mulnö (“Tres ensayos sobre el tiempo”), Woods
(“Times Time”) y de L’Ho (“Realité e irrealité du temps”), así como de
narraciones de Phillipe Dick y Kurt Vonnegut, cobran vida en el
entramado de sus cuentos. La ucronía y los condicionales contrafácticos
constituyen el tema de “Los gatos de Roma” y en “El inconfundible aroma
de las violetas silvestres” (“Las Repúblicas”) aborda la noción de la
teoría de la relatividad del tiempo de Paul Langevin.
No podemos dejar de mencionar el rol que el lenguaje
desempeña en esta novela. Con la maestría, creatividad y destreza que es
inherente a toda su producción, Gorodischer transita por los caminos de
lo coloquial y de lo poético, en una prosa que bajo la apariencia de
espontaneidad encubre la dedicación y pasión por las palabras.
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