Texto presentación de Lo imperdonable (Graciela Mitre, editorial Ciudad Gótica, Rosario, 2017)
COMO SALINA RESQUEBRAJADA
©Marta Ortiz
Texto presentación de Lo imperdonable, de
Graciela Mitre, editorial Ciudad Gótica, Rosario, 2017
Si el acto de perdonar ‒desanudado el
conflicto que le dio origen‒ remite a un estado de equilibrio, de re-conciliación;
por el contrario, aquello que una subjetividad o determinados códigos sociales etiquetan
como injustificable, somete a quien carga la herida, al peso de una insufrible mochila
de intranquilidad. La vieja espina lacera, lastima, sangra. Lo irremisible se
opone a cualquier forma de resignación y no parece posible absolver lo que no
se digiere ni se entiende: digo violencia, digo enfermedad, digo muerte, por
ejemplo. Digo ámbito privado, digo ámbito social. Y ninguna de estas variables es
ajena al quehacer poético en tanto manifestación humana de una percepción sensitiva
que todo lo toca y lo transforma en propuesta estética. Como esta entrega que Graciela
Mitre da a conocer en un libro que lleva la palabra perdón entre las letras que componen su título.
El color rojo en la ilustración de tapa,
obra del artista plástico Alejandro Merola, fue lo primero que me atrajo cuando
tuve en mis manos esta cuidada edición de la editorial rosarina Ciudad Gótica. El
rojo intenso eclipsó el resto de los colores, invadió, saltó y salpicó, en
dramático contraste con el blanco de la página. Como el fluido vital que cuando
fluye puede “aterrar-me”, dice un yo poético cercano, en primera persona: “Si
fuese menos roja / y no resaltara en el blanco”, agrega. Un fluido que, valga la
contradicción, fluye para asegurar la permanencia, para vivir, aunque el sólo
acto de recordar desbordes enrojece las líneas de los poemas Noche de sábado ‒‒corre allí la sangre como
un hilo rojo que viborea en la huella-, y Saña
-en cuyos versos la sangre es “el magma rojo que invade y devora territorios”-.
No obstante la difícil experiencia
evocada, es posible abandonar ese lugar de inmovilidad que insiste en la
reiteración de la imagen coagulada en la memoria, si se acepta que el sabor del
placer apacigua: un simple helado puede ser un escudo protector, aunque se
trate de un placebo.
Salitre es un poema
especialmente significativo, que en el conjunto alcanza el valor de un climax: “como
salina resquebrajada”, dice la potente imagen que ilustra un estado de ánimo
como ese lugar reseco a punto de estallido donde se guardó la memoria desencantada,
es decir, la furia, no el amor.
Si el primer poema de Lo imperdonable expone la secuela de un
veneno que se usa para ahuyentar pulgones, veneno que no perdona a quien lo
manipula, el siguiente relata la variada belleza de un jardín aéreo, donde no
es posible ocultar la trampa encerrada en la frase coloquial: la naturaleza es sabia. Agrega el verso:
“Aunque tantas veces se lleve lo nuevo/ lo recién hecho”, sin comprender el
sentido de la crueldad que se afirma.
En otros poemas el yo poético se ha desplazado
a la tercera persona ‒quizá el distanciamiento necesario para el abordaje de un
mapa que sólo ofrece estaciones dolorosas‒, y expone las muchas instancias que
implicaron el cuidado del Otro en el transcurso de una enfermedad que tampoco parece
dispuesta a perdonar, como el veneno para el pulgón. No obstante, ambas tareas contaron
con la entrega fiel y amorosa de la cuidadora: “Nada parece hacer mella / la
nacieron así / devota”. Y resistente “El deseo resiste a la oscuridad”, es
capaz de acallar el miedo a la pérdida, a vivir en el ojo de la pesadilla, a
las heridas abiertas con saña, al caos. Una vez más el salvavidas adopta la
forma de la resiliencia: no todo es oscuridad, hay un tiempo para curarse: “las
heridas sanan en silencio / cuando nadie las mira”; el tiempo sellará una
cicatriz, y cada cicatriz llevará un nombre “Lo perdonable no significa
olvido”, concluye la poeta, y el verso suena a
remate memorable.
Es preciso nombrar y re-nombrar lo
inevitable, lo indeleble, lo imperdonable, como morir a destiempo, por ejemplo.
El NO en el prefijo de negación presupone mucho que limpiar, barrer restos,
fluidos, mucho que sanar, mucho que absolver. En tanto, el juego de la vida
impone sus recetas: tal vez la consigna para no caer en la disolución sea el
movimiento constante, no importa el cómo, el cuándo, el porqué: “El tiempo
vacío se oxida/ La vida no perdona a los inmóviles”, escribe la poeta.
Existe un porvenir que apela al
olvido, aún a sabiendas de que la memoria no se dejará sobornar. Habrá un nuevo
punto de partida, aunque pueda eventualmente dislocarse el eje de allí nacido y
devenir en nuevo revoltijo. Cuestión de tiempo, son las reglas del juego.
Cada poema y su conjunto remiten al
duelo necesario ante la muerte que fue y la que acecha cada noche y no perdona.
“La noche es así/ desmantelada de ternura”, otra bellísima y elocuente imagen
tejida por quien sabe, ha intuido hasta qué punto la noche y la nada se funden,
hasta qué punto la noche es la nada, y quizá, sube la apuesta, “tal vez la
noche soy yo”, arriesga y por qué no, por extensión, todos somos la noche. Y
quizá sea esa caída diaria en la nada que es la noche que es la muerte, LO
IMPERDONABLE que dio origen y selló la escritura de este libro que hoy presentamos.
La muerte no perdona. La poeta tampoco.
En tal territorio de escritura, las
imágenes de lo que no se puede perdonar derivaron en producción artística, en
belleza. Enhebraron versos delicados que sin embargo exponen en toda su crudeza
aquello que, una vez más, alude a la vulnerabilidad de la condición humana.
Quizá la única posesión verdadera sea
el Lenguaje y el poemario una ruta de indagación, un gesto que permitirá
comprender, para poder aprender. La gran coartada es la palabra que salva, palabra
que en algún poema se define como conversación autista: “busqué mi charla y
logré salvarme”. Aunque se trate de una palabra amorfa, caída en un silencio
obsceno y sin luz, hablarse a sí misma fue el inicio del intento de comprensión
materializado en el montaje delicado de Lo
imperdonable, para deleite de sus lectores.
Cabe aquí citar la palabra de la
poeta Alicia Genovese, en uno de los ensayos de su libro Leer poesía: “El poema se construye en una grieta, en una búsqueda
de sentido donde un diccionario puede resultar un desierto”. Desierto –agrego-,
que será habitado por la intuición que desplaza lo opaco en torno a la
experiencia viva y decanta en el cuerpo del poema: “La piel es un diario que no
calla”. El arco se tensa entre lo conocido y lo desconocido que intentamos
descifrar; el proceso de escritura es siempre un gesto en el vacío, una búsqueda
de sentido que deviene aprendizaje. En definitiva, un proceso de conocimiento
que acabará mudando la piel de quien escribe.