El Sunya como materia prima del poema
Susan Sontag
en su ensayo sobre la fotografía, habla de un heroísmo en la visión, no como
aquellos observadores realistas al modo de escribas o una copia fiel de lo
real, sino de aquellos fotógrafos comprometidos en su hacer, al modo de poetas.
Las imágenes que se escapan en esas pequeñas soledades de las que estamos
hechos, el instante que capturan no alcanza para aprehender la cosa, que ya es
otra y otra, según el ojo.
Desde
el título la autora nos va sugiriendo apenas la Touché, citando a Lacan
podríamos decir: la ocasión, el encuentro, lo real en su expresión infatigable.
Por esto, las imágenes poéticas representan algo que nosotros no podemos ver,
un más allá de la captura, aquello impreciso y que es necesario que se mantenga
en su velo:
entendí
que la
fuerza de tu sonrisa
venía de las astillas perdidas
de la
inmortalidad
que
apenas sujetábamos
entre
los dedos.
Hay en Fuera de foco un modo de representar los momentos
inaccesibles como una súplica de la detención, un deseo de perpetuarlos porque
podrían ser los últimos. También se escribe en mirada retrospectiva, con cierta
nostalgia del futuro, donde el silencio es una manera de despedirse:
dormías
un sueño inducido
de hilo
tu voz moduló un lenguaje nuevo.
rodaba
–implacable– la gota de suero en la cánula
–no te
vayas… –mi plegaria se astillaba en tu oído
como la
gota erró en lo imposible.
A veces
en primer plano, donde nos hace sentir el desborde en la pasividad de
espectadora, o la desesperanza en la espera (que es líquida y prolongada) y otras
veces, el paisaje se abre y nos brindan esos filamentos emocionales como vistos
desde arriba, haciéndonos parte:
rehogar
otra forma de tiempo
–vigilia líquida–
línea de puntos sin completar.
secas
las vísceras una sombra menos sombrea el mundo.
no
alcanza a calentar el sol.”
hubo un
tiempo leve
celeste tedio
como esas nubes que en verano
pasan lentas por las ventanas de los
hospitales
tiempo
de historias mínimas
que
serán olvidadas
como esos papelitos que afuera el viento
mueve y
esparce
con
desgano.
El
budismo emplea la palabra Sunya (el vacío) para designar la realidad. Ahí, entre
lo real y lo irreal, entre el sueño y la vigilia, hay poetas que pueden hacer
de lo inasible una condición tangible o viceversa.
Marta
Ortiz trabaja con nítida inteligencia sensible, al modo de soliloquios aísla y
analiza los sentidos y nos da la posibilidad de identificarnos poéticamente.
Ella sabe del arte en la orfandad, donde
puede ser alojado, sin embargo, todo lo vivido, lo concreto y lo
imaginado, lo doméstico, lo orgánico, lo político, lo que envejece, lo que muere,
lo desconocido, todo es material poético. La voz, su voz, que es también la voz
del ser amado, es un lenguaje nuevo, el lenguaje del poema.
Con
valentía, nos hace vivir, nos hace pasar por ese sentido experimentado, con el
cual entramos en esa movida y borrosa mirada del dolor y del recuerdo. El
recorte que va construyendo en forma de cuadro fotográfico, y sumado al montaje
impreso del pensamiento, va abriendo la imagen en multiplicidad metafórica.
Es la
voluntad de escribir sostenida en el vacío, en el Sunya, como quien conoce de
la fuerza acuosa del poema, y se encuentra en el anverso de las cosas.
Sobre Fuera de foco, de Marta Ortiz
©Lisandro González
Este libro de Marta, en buena parte, trata del dolor, de la muerte, de la
ausencia, pero no es un libro lúgubre. Tampoco obviamente es festivo, pero hay
un tono preciso que permite que los temas y los sentimientos puedan decantar en
buena poesía y que se lo puede leer desde lo existencial y aún desde lo
trascendente.
Justamente dice Marta “así como la muerte/ aclara el sentido de la vida”.
Es una poesía confesional, pero que hace pie entre lo poético y la
subjetividad auténtica. No son meras anécdotas pero tampoco se tejen acertijos
personales que hacen que uno piense que se está perdiendo algo por desconocer
determinadas circunstancias.
Nuevamente recurro a Marta cuando explica en un reportaje “en otras palabras, lo que escribo es tributario
de la experiencia, argamasa tan sutil y maleable como escurridiza.”
En el primer poema del libro (Profecía), como una suerte de prólogo, se
lee:
Miré el vaticinio delante de mí
como quien ve una moneda de oro
en la transparencia del arroyo
y no arriesga el gesto de
tomarla.
Esa “moneda de oro” me llevó a la “moneda de fuego” de Raúl Gustavo Aguirre
(“haber dejado una moneda de fuego en la mano de otro”).
En definitiva, esa moneda en el arroyo que es la poesía que se vislumbra, y
esa moneda de fuego que lleva el poema en los dientes y encuentra la mano de
ese otro –lector real o hipotético-.
(Y en el texto siguiente, de nuevo la moneda, pero como claro símbolo del azar, el
destino.)
En la primera parte del libro –Ilación de la
ausencia- encontramos poemas escritos a quien fuera su compañero, en el camino
de la enfermedad y la partida. Algunos de ellos poemas sanatoriales, que me
hicieron pensar en aquellos textos finales de Edgardo Zotto. Todos los que
hemos estado en una sanatorio sabemos que el tiempo toma otra dimensión ahí,
otra densidad. Y algo esa percepción particular aquí se advierte. “Como esas nubes que en verano pasan
lentas por las ventanas de los hospitales.”
Y ese “fuera de foco sobre contornos vacíos” que tan ajustadamente da
título al libro. Cuando alguien con quien compartíamos la cotidianeidad parte –
Marta habla de esa jarra de agua que se vacía sobre la tierra seca-, la vida,
lo existente se nos muestra claramente “fuera de foco”, perdemos ese “tiempo
mágico/ anterior a los vidrios triturados.” Empezamos a transitar un
enrarecimiento existencial del cual da cuenta esta escritura.
Si bien la partida del compañero resulta nodal, también otros
elementos reverberan, como la infancia, otras partidas y sus presencias y
resonancias; la mirada social crítica ante la realidad descarnada; los viajes
–buscando los rastros del ser amado, el que en definitiva ha emprendido otro
viaje ya definitivo-; la cotidianeidad –como rallar una zanahoria-; y también
la propia poesía y la cultura, precisamente en la sección final del libro que
Marta titula como “lecturas”. Se cruzan en esos textos –una suerte de homenaje
al bagaje que la constituye a Marta como poeta-, con referencias a la cultura y
autores en particular.
En definitiva, un libro visceral, pero sólido, con un trabajo
esmerado sobre la palabra y un conocimiento en la construcción de los poemas,
donde el dolor es sustancia, palpita pero no desborda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario