Marta Ortiz, Casa de viento, (Alción Editora, Córdoba 2015)
"Trazos sobre la pared del viento", por Lidia Rochaen la sección Artículos críticos, edición Nro 52 -año XII, abril de 2016-, revista Ómnibus (Madrid, La Mirada Malva).
Enlace:
http://www.omni-bus.com/n52/sites.google.com/site/omnibusn52/literatura/casa-de-viento.html
Texto completo:
Trazos sobre la pared del viento
(Alción editora, Córdoba, Argentina, 2015)
Por Lidia Rocha
Profesora en Letras y poeta argentina
“Un libro es una
casa de viento”, dice Marta Ortiz. Y aún sabiéndolo se dispone a llevar ese
aire en movimiento a las bibliotecas ajenas, a dejar que el pensamiento se haga sólido, a
permitir que su palabra viaje.
Nos lega así un
poemario que es uno y varios a la vez, desde el primero, Casa de viento, que da título al conjunto, hasta Condensados, que lo cierra, pasando por sumidero (entran a la casa los vientos más
soeces) y clausura, donde la invitada
feroz es la muerte: …ceñido el moño a la
mujer translúcida/que llevo cosida a
mi espalda. No camina sola, quien dialoga con la versión invisible de aquellos con quienes ha amado.
La casa es el
anhelo del hogar y el recuerdo del hogar. Lo que se desvanece y lo que perdura.
Lo que ya está en la casa y lo que se caza. Marta se balancea en esta
dialéctica fundada en el oxímoron porque
la casa permanece mientras que el viento disgrega, y ambos son transitorios en
su devenir.
Rota la cinta elástica/ partió en dos/ -la persiana-/ los
dominios/ el adentro y el afuera/ el aire y el des-aire. Juego de contrastes entre la naturaleza y el pensamiento, el adentro
y el afuera, el pasado y el presente, los vivos y los muertos, aquí es posible
que el canto de la madre se oiga, un milagro capaz de traspasar la delgada membrana que separa los mundos. Porque
hay una caja de tiempo que marcha en
contra de la otra casa, la de los relojes, la que decreta el límite con su naipe fatídico.
La casa paterna se
obstina en su presente, aunque la desmemoria le vaya comiendo vidrios,
cortinas, sonido de pedales. La memoria pretende atraparlos, es la caja de tiempo que preserva el antiguo patio, la bisagra desaceitada. Recupera lo que puede –retazos, imágenes
dispersas- y la palabra la ayuda en su
trabajo perpetuo: No se vuelve/ de la
lámpara quemada colgando del techo/que nadie cambiará/de la bisagra desaceitada
y la respiración arrítmica, porque –como dice William Goyen, “Nunca nos
recuperamos de nuestro lugar de origen”. Eso es la infancia: no se vuelve, pero
irse es imposible, como en una cinta de Moebius.
Y la otra casa, la
de las palabras, se guarece en la tinta, el papel, el cartón de las tapas, el
anaquel, la biblioteca, que también son cobijos a merced del viento. ¿Cuándo
volveremos a tocar algún libro? ¿Cuándo habrá sido o será la última vez que
pasemos los ojos sobre ese párrafo? Todo libro es un libro de arena, una casa
en la pared del viento: la biblioteca es
un desierto/ duna de papel toda escritura/ página errante/ que no volvemos a
encontrar. Y no obstante existe una
página de donde no se vuelve.
En ese amor por la
literatura, es fácil confundir la perspectiva: cruje a seda sonora la garganta del pájaro (…) / -¿Canta un ruiseñor?/ (he leído el cuento de Andersen)/ -Una alondra –corrige mi padre/ (No conozco la especie/ No leí aún Romeo y Julieta).
Marta ha tejido una
casa de viento como si las palabras fuesen inasibles y poderosas. Así el
lenguaje construye una morada evidentemente transitoria. Y, de todos modos,
único hogar. A sabiendas de que lo escrito es un trazo sobre la pared del
viento, la poeta se obstina en decir, en agregar espesor a la casa, sentido a
las cosas. Es su manera de estar en el mundo, de abrazarlo antes del desamparo.
Habitantes de lo precario nuestra vida es sólo el antes, el antes de la trampa / camuflada en la línea del tiempo. Así en
un pequeña escultura de cerámica madre e hija están aún unidas en el abrazo
primigenio: precoces cintas de Moebius /
tus brazos / mis brazos/ conjuran esmaltados / los mutuos futuros desamparos.
Y el mundo, el
afuera, puede ser despiadado. A esa conmoción le dedica un lugar en su casa de
viento. La llama sumidero, porque
habla del horror: un terremoto en Chile, dos niñas muertas Mosameet Hena, que
murió a latigazos y Anusha, quemada con ácido por sus propios padres.
Y el mundo, el de
adentro, no siempre es gentil, hay abrazos rotos, manos que se alejan. Así y
todo la poeta urde metáforas desde el jardín con un vaho picante a cardamomo/ jengibre/ motas de canela / pétalos de
rosa. ¿Por qué no sería posible renacer si la física dice que “existen diez
dimensiones / quien sabe si no once”? Así como el tronco exhausto del viejo paraíso / ha dado flores violetas.
Ella quiere reverdecer cada historia, cada ser. Seguir la voz de su hermana,
pidiéndole no permitas que tu jardín se
seque, y entonces recuperar las
rositas rococó/ la mata de lavandas/ los agapantos/ el malvón.
Tal es nuestra
naturaleza, habría que dejarse ir por la
corriente/la lucidez del agua que no cesa, escurrirse. Después de todo nada detendrá el Simurg/ reunido/ en la
acústica espesura / hasta secar el otoño / hasta partir el invierno.
Quizás el secreto
resida en preservar la duna/ su color y
consistencia/ el mar / la montaña/ subirlos al poema, insistir en el deseo
pánico de totalidad y finalmente unirnos a todo lo que existe.
http://www.omni-bus.com/n52/sites.google.com/site/omnibusn52/literatura/casa-de-viento.html |
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