Mini- notas acerca de El corazón del daño
(María Negroni, Random House, 2021)
· Escribe su autora
en la Advertencia inicial: “Más probable es que la vida y la literatura, siendo
ambas insuficientes, alumbren a veces –como una linterna mágica‒ la textura y
el espesor de las cosas, la asombrada complejidad que somos”.
El corazón del daño es un libro inclasificable que “dice lo que dice y además más y otra cosa” (no se me ocurre una frase más gráfica que esta de Pizarnik sobre el valor polisémico de la palabra, para expresar la multiplicidad de efectos de sentido que despierta su lectura). Hay algo de réquiem o de suma de cuestionamientos post mortem o de descargo emocional, los tres formatos y sus quiebres caben. Y en paralelo, el dibujo de un recorrido literario personal y galería de autores leídos a través de sus citas.
El universo que se recrea obedece a sus propias reglas, como una fruta que brilla en el centro del lenguaje y de la cual solo podemos absorber los reflejos. Reflejos que admiten la duda, la probable aserción y también su negación. Acaso los enunciados que aportan una luz más potente a este (bello y triste a la vez) texto equilibrista entre ficción y experiencia, sean los siguientes:
“Tanto esfuerzo para llegar a esto.
Tanto renglón ingenioso y ninguna caricia.
Me estoy haciendo añicos melodiosamente”.
· A medida que avanzamos
en la lectura, lo leído se transforma en una experiencia intransferible en la
que es posible saborear el plus de una sintaxis depurada y exquisita ‒marca registrada de María Negroni‒, y una
cadencia única en la voz que narra. Escrito con y desde el corazón ‒“Se oyó
latir un corazón en la coraza”‒, el gran protagonista es el lenguaje: “… eso
interno, desafinado y díscolo, que se esconde siempre en la lengua materna,
irreconocible de tan verdadero”.
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