OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

sábado, 9 de abril de 2011

Inés Legarreta, "Tristeza de verse lejos", nouvelle


Inés Legarreta, Tristeza de verse lejos, Nuevohacer, Buenos Aires, 2010

Escribí estas notas a medida que leía Tristeza de verse lejos, nouvelle de factura impecable, complementaria de El abrazo que se va, comentada en este mismo blog:
http://marta-ortiz.blogspot.com/2010/04/ines-legarreta-el-abrazo-que-se-va.html

El vértigo y la soledad

por Marta Ortiz

El abrazo que se va (Nuevohacer, Bs. As. 2008) y la reciente Tristeza de verse lejos (Nuevohacer, Bs.As. 2010), dos nouvelles que en un lapso relativamente breve publicó Inés Legarreta (Chivilcoy), narradora de sólida trayectoria, se leen como estaciones de una misma historia: toman sus nombres de las pinturas homónimas de Cristian Mac Entyre que ilustran ambas portadas y reflejan dos tiempos eslabonados en la vida de la protagonista ligados a su intensa relación con el tango y entorno: una mujer madura que escribe y baila, que baila para escribir. En cada gesto relacionado con el acto de bailar tango ella encuentra el giro deseado para su escritiura.

El abrazo… marca un primer tanteo, viaje de reconocimiento signado por el flujo de la pasión. Tristeza, suma la profundidad de lo aprendido en el contacto con la filosofía tanguera, el reconocimiento de los códigos. Desde su lugar de escritora, la narradora protagonista plantea las idas y vueltas, los caminos sinuosos, prefigurados o inesperados que adopta su letra. Ha ganado experiencia. Mujer anónima, “ella” advierte que ciertos personajes, entre una nouvelle y la otra, se cruzan. Se cruzan de novela como se cruzarían a la vereda de enfrente. Invirtiendo la búsqueda pirandelliana, en Tristeza de verse lejos, es la autora de la nouvelle que se va escribiendo, quien rastrea un personaje capaz de protagonizar la historia, ¿el rubio, el alto, el flaco, el “nene bien”? Pero la escritura, como el tango, es equívoca, cree haberlo hallado pero no tarda en descubrir que se trata sólo de un engaño: “Desde el principio lo sospechaba: no tenía la consistencia para ser un verdadero personaje”.

· "Ella" frecuenta la milonga no solo para encontrar el cauce de su novela, también, como para otros, el baile provee un antídoto contra la soledad. Aprende los códigos, sabe que a en el transcurso de la tarde bailada aflorarán romances y hostilidades, respeto y recelo, sentimientos contradictorios y simultáneos. Aprende que el tango es peligroso y a la vez benévolo, sabe que existe una “densidad” invisible que ciñe a los habitués, merodea, circula la “desesperación”, esa intuición de que fuera de ese espacio existe solo el vacío: “Afuera es nada. Y adentro…, sombras” Pero así como admite el vértigo de la nada fuera de ese orbe cerrado de códigos inflexibles, el tango provee también un conjuro o antídoto deseable: el abrazo, fingido o sentido: “el consuelo está allí, mullido, junto al corazón”, se dice. Mentiroso pero de efecto benéfico, el tango hace pensar: “¿Es el tango esta quimera, la posibilidad de olvidarse de sí mismo bailando lo que provoca esto? ¿Este vértigo, este desmadre, el tango? ¿O es la pura soledad?”

· No sin resignación se registra la coexistencia del tango for export basado en estereotipos, y una nueva invasión de “inmigrantes turistas”, valga la contradicción, el turista es ave de paso, pero juntos son aluvión. Lo que “ella” oye es la versión de un nuevo cocoliche, al que denomina el cocoliche del bicentenario: “El tango es ahora el país de los sueños, El Dorado del Bicentenario.”

· Tristeza... plantea el cierre de una etapa. Su protagonista se reconoce cansada de robar historias ligadas al tango. Razones de salud la obligan a alejarse, y esa es la razón de la tristeza, verse lejos del baile, del hechizo. Tristeza cuyo reverso se revela como ese lugar privado intransferible que más allá de lo contingente, permanece, tanto para “ella” como para Inés Legarreta, habitante crónica y exquisita de la página en blanco, lugar donde, como en un pase mágico, se puede plasmar la forma perfecta del deseo: un par de zapatos de tango maravillosos, como los de Cenicienta, “Del color del cristal, que al bailar lanzaran destellos, que buscaran el piso y el cielo y que se transformaran o, mejor dicho, transformaran sus pies comunes en pies alados, pies de bailarina”.

2 comentarios:

Juan Herrezuelo dijo...

Me asomo por vez primera a esta tu casa, la recorro, percibo sensibilidad literaria en todos los rincones: ahí estamos, habitando de manera crónica la página en blanco. Un saludo desde España.

Marta Ortiz dijo...

Gracias, Juan,por tu visita y tu comentario amigo. Sí, somos todos crónicos habitantes de la página en blanco y el viento de internet nos arremolina en la misma dirección.