Los poemas, piezas breves y despojadas, bordan el tapiz absorbido de la cultura extraña. El viaje evocado contiene sueños: “mujeres que volaban sobre nubes/ clarinetes de papel”, cenotes mágicos como aguas amnióticas donde guarecerse, nubes de espuma y púas que rasgan y también calaveras en cuyos huecos “se abisma la mirada / en este desierto”, hasta encontrar restos vivos como ese sapo que, en tanto indaga el poema en la figura de Frida Khalo: “… destapa /algún silencio en la lluvia”.
Una estación primordial del itinerario es el estado
de Oaxaca, región donde ancló la cultura “mixteca”, nombre que significa “lugar
o país de nubes”, visible en algunos datos cargados de misterio: “nadie tiene
morada en la tierra “, “los relojes detienen / su pulso en lo antiguo”.
Espina de maguey
tiende una línea imaginaria entre el temprano deseo expreso de la niña: “Cuando
sea grande quiero ir a Latinoamérica”, y el avión que la devuelve a su patria a
la poeta: “Bajamos a las nubes, / veníamos caminando el cielo / y caímos”. El
viaje ya es pasado. Quedaron los restos atesorados, el papel picado que recorta
figuras o la certeza de que lo vivido no fue un sueño. Y el incesante trabajo de
la memoria: de la mano de la imagen nunca convencional, de la cadencia y el ritmo
que aportan sus filigranas a la poesía, regresa, una y otra vez, para contarlo.
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