El centro de la gravedad
Enrique Butti
(Editorial Palabrava, Santa Fe, 2012)
Mi comentario:
en Suplemento Señales, La Capital, Rosario,6 de enero de 2013:
De los mundos adyacentes
El centro
de la gravedad, Butti,
Enrique, editorial Palabrava, Santa Fe, 2012
Por Marta Ortiz
“El
centro de la gravedad”, nouvelle de Enrique Butti (Santa Fe, 1949), es la
segunda entrega (libro de invierno) del proyecto “Las cuatro estaciones de la
palabra”, que impulsan la editorial independiente Palabrava (creada
y dirigida por las escritoras santafesinas Patricia Severín, Graciela Prieto y
Alicia Barberis), y el diario local El Litoral. Se prevé la
publicación de cuatro libros anuales de autor santafesino a distribuir con El
Litoral al inicio de cada estación. “El infierno de los vivos”, de Alicia
Barberis, fue la entrega de otoño.
“Rodeado
de sus cuadernos y cintas grabadas en esta noche de lluvia, yo me decido a
ordenar […] su historia”, informa un narrador anónimo. Con el material a su
alcance (cintas grabadas y un diario personal) abordará en cuarenta y siete
capítulos breves la historia de María, adolescente que ha vivido una aventura
fantástica ligada a temas fetiche de la ciencia ficción: el viaje en el tiempo
y la exploración de mundos paralelos.
La trama se desovilla a partir de una
casita de barrio (suburbio de casas chatas que podríamos ubicar en cualquier ciudad
“anodina” de la pampa gringa), pero no elegida al azar sino tras un estudio
matemático exhaustivo de la cofradía secreta que integran Hermann, el padre de
María, y sus amigos Bernabé y Lhyas; casa que desmiente su insignificancia si
reparamos en el gran subsuelo, galerías subterráneas, recovecos que aportan la
atmósfera oscura, húmeda y misteriosa indispensable para la creación de un
ambiente gótico, donde el lector asistirá a más de una pesadilla. “Una leyenda
cuenta que los túneles bajaban hasta el fondo de los océanos y los atravesaban
para llegar a Roma”, se aclara.
María
–aunque dudosa de la gestión paterna–, decide colaborar con el proyecto y se
sienta al sillón del “laboratorio”, sitio al que regresará luego de cada
incursión (dos en total) al “otro mundo”, mundo paralelo en realidad, réplica
del original, solo que con otra textura y consistencia que se describe como hielo, vidrio, mármol, piedra, acero; mundo congelado, macizo, al modo de una captura fotográfica
que remite a la inmovilidad, como la que contagió al reino entero cuando su
princesa (La bella durmiente, de
Perrault) se duerme durante cien años, atrapado cada súbdito en un gesto o
movimiento inconcluso. Butti ha creado un curioso verosímil donde el tiempo tal
como lo concebimos, pilar de cualquier ficción en capítulos o secuencias al
modo lineal y sucesivo, ha sido abolido, la eternidad cabe en el instante; toda
marca temporal pierde sentido, sin anular por ello el sentido de la trama.
“¿Cómo podría volver al colegio, escuchar
conversaciones imbéciles […] sabiendo que todo es apariencia, reflejo, sombra
de otra posible realidad?”, se pregunta María luego de su visita al “otro
mundo”. Y en sus palabras se deja oír un leve susurro del mito platónico de la
caverna, como también se leen huellas de otros cruces, ecos o intertextos. Así, un recorte del memorioso Funes emite
señales cuando María se esfuerza por “escribir en la memoria” todo lo leído con
la intención de no olvidar (de darse continuidad) y armar su biblioteca en la
memoria, además de plasmar lo que ha visto; pero siente que la “empalaga tener
demasiada” (memoria); “… para agotar un solo instante no bastarán todas las
bibliotecas que se escribieron desde el principio de la escritura, ni siquiera
sumando las que pueda escribir todo el futuro”. Otro cruce: una viga detenida en
el trayecto de su caída desde lo alto, a pasos de Terence Filcraft que circula en
igual dirección (las imágenes de tragedias inminentes se sugieren congeladas, stand by, como figuras inmóviles de un
museo de cera),
alude al personaje homónimo de El halcón maltés (Dashiell Hammett), a quien en la
novela original la viga no tocará al caer, pero sí lo motivará a dar a su vida
un giro radical; anécdota que también recoge Paul Auster en La noche del oráculo. Incluso
leemos un guiño a la leyenda del judío errante en el vagabundeo de la
adolescente que busca a su madre, perdida en medio de la más desoladora
eternidad.
Explorar
características de “otro mundo” que duplica el mundo “real”, es también
pretexto para cuestionar aspectos negativos de la sociedad actual: la viajera
María, espía sin compromiso, fisgona entrometida, reflexiona: “Siempre tuve la
impresión de que en la TV ya está esa invención, que ahí más que mirar, la
gente es mirada en su mayor intimidad.” La felicidad es un bien esquivo, no
dura: “…está siempre yéndose, siempre fugaz.” La conmueven, a su paso, los
lectores de libros tanto como sufre viendo a quienes se dejan chupar por la TV.
Adicta a la lectura, su canon personal habla por sí mismo: K. Mansfield, Blake,
Jane Austen, Marosa Di Giorgio. El fuego purificador precipitará un final de
pesadilla. Solo tres pilares sobreviven al derrumbe: el amor, la literatura, la
música.
Una trama
impecable, el plus descriptivo de un “más allá” donde reina el oxímoron absurdo
(lluvia de mármol, océano de vidrio, sonidos congelados), la prosa
de ritmo ágil, un narrador que en pocas páginas abandona el yo
inicial y asume firme la voz de la protagonista, el suspenso que no cesa, humor
negro, pasajes de novela gótica, la galería de personajes “raros” o en extremo
cotidianos: todos estos elementos y más, en la pluma de un brillante oficio
narrativo, dan forma y color a un legítimo producto Butti. Para disfrutar.
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