OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

sábado, 9 de mayo de 2015

Aída Albarrán: ARENA DE VOCES (a propósito de COLECCIÓN DE ARENA, de Marta Ortiz)



 


















Copio aquí la excelente y sensible reseña que  la Profesora y Licenciada en Letras 
Aída Albarrán, dedicó a mi libro de cuentos “Colección de arena.
Publicada en ALBA DE AMÉRICA (revista anual del Instituto Literario y Cultural Hispánico –ILCH-; ISSN 0888-3181); volumen 34, octubre de 2014, pág. 317 (Aída Albarrán, “Arena de Voces”; Marta Ortiz, Colección de Arena).


Arena de voces



Marta Ortiz: “Colección de arena”, Editorial Fundación Ross –colección Narrativas Contemporáneas–, Rosario, Argentina, 2013.

                                                  Por Aída Albarrán


 “Colección de arena”, antología de cuentos de Marta Ortiz, suma otro título de excelencia a la ya reconocida Colección “Narrativas contemporáneas” que publica  Editorial Fundación Ross y dirigen  esta narradora junto con Gloria Lenardón.


  ¿Se puede coleccionar arena?, ¿trasegar la desmesura del desierto?; en el desierto “no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso”, expresa el narrador en uno de los relatos de Borges. (1) Atentos a la orfandad del personaje concluimos que no hay artificios que lo resguarden de la nada, está solo en su laberinto, pero al concluir el relato una cita remite a otro relato del mismo autor en una serie que no tiene fin porque nada se agota cuando entra a tallar la ficción que restituye, pesca, selecciona, rescata y da forma a los “trastos inútiles” que arroja el tiempo, una marea que  desgasta pero que también deja sedimentos en la orilla. En el borde de la nada trabaja el lenguaje.


  En “Colección de arena”, el hilo discursivo transita la metáfora; no trata de ceñir o aprisionar la arena, no es  conveniente; la metonimia puede resultar irrisoria si no se adecua al hilo narrativo que deja escurrir las historias y  desenvuelve en filigrana evocaciones sutiles, exentas de inocencia.  Los pasos precavidos, la mirada cautelosa no admiten la seducción del pasado,  la escritura no acepta caminar a ciegas, sabe “que la memoria ofrece caramelos donde hay mierda” (2). Es un  buen comienzo. La hoja en blanco espera.


 En estos cuentos, Marta Ortiz se reafirma como una narradora exquisita; explora diversos registros con naturalidad; la mirada funda lo observado, le otorga sustancia, lo interroga, lo expone: “el súbito recorte de mi figura en el marco de la puerta (…) atrajo el brillo curioso de las miradas…” (23); “…los ojos de la mujer son opacos, parecen atravesados por el desierto, ojos de piedra que ella no quiere ver porque son una tortura”(37); “le mostró el dibujo terminado al padre, pero él ni siquiera la miró a ella y menos miró el dibujo” (49), las citas pueden ser innumerables. La mirada se apropia del otro, lo deja en la oscuridad que ignora o en el brillo que desnuda. Por el contrario, las palabras, el lenguaje, se adhieren a las grietas, a los quiebres de la luz cuando sólo quedan las cenizas: arena de la memoria.


  Los relatos van hurgando en los restos sin condescendencia; transitan lo íntimo y lo público, dan cuenta de otros relatos, incrustan con precisión de orfebre en la filigrana del discurso el eco de otros textos  pero jamás adhieren a ríos o corrientes pasajeras porque parafraseando a Camus “el arroyo y el río pasan. El mar pasa y permanece. Así sería menester amar siendo fiel y fugitivo” (3) La escritura de Marta Ortiz es un acto de amor hacia la literatura, -fiel y fugitiva-  “se queda con la mar”; crea historias, inventa nombres, concibe  un nombre y un espacio: “La Desolación”. Lo habita con palabras, le da nuevo sentido, de eso se trata, el acto de escribir, implica soledad, hay que cultivar en la arena y afianzar los retoños a fuerza de trabajo y empecinamiento; siempre hay un oasis en medio de la nada.


  En el discurrir de la marea, los relatos  van  y vienen de lo público a lo privado.  “Zapatos de fiesta”  es un cuento que aborda la historia reciente de un modo  despiadado, -merece el párrafo- la narradora despelleja el tiempo de la dictadura con una lucidez  y honestidad intelectual pocas veces apreciada en otros narradores argentinos. Hay que exponer el alma para desnudar una época sin conmiseración ni subterfugios. Si las historias -como expresa el epígrafe - comienzan a ras del piso, se elevan y adquieren alas gracias a la maestría del narrador. Marta Ortiz tiene vuelo propio; con sutileza dinamita todos los clichés sobre la memoria de un tiempo feroz en la Argentina. La mirada –de nuevo la mirada- nos deja sin máscaras y sin excusas. Los detalles nimios, que a veces rozan lo naif agigantan la presencia de lo soterrado que sólo se sospecha pero que se aparta como si fuese un obstáculo para la felicidad; las imágenes son confusas, ¿se trata de un sueño o de una pesadilla?;  de repente la memoria pisa el vientre fétido de una araña y se desprenden una multitud de arañuelas, el vientre expulsa la cizaña.  El huevo de la serpiente anida en la conciencia,  la escritura es perversa cuando escarba en los lugares incorrectos y pone sus garras donde no debe. Con  naturalidad brutal la narración se mete con nuestro silencio, se mete en nuestra conciencia, es políticamente incorrecto  y se constituye en una de las mejores ficciones que aborda un tiempo que muchos quisieran olvidar.


  “Coser, enhebrar, pulir, aderezar”, Marta Ortiz enumera verbos que explicitan su labor; la narradora zurce los colgajos de algo que fue y se vuelve fantasmagórico y  la escritura borda, se somete al rigor de la puntada fina, pule, pero no quiere lograr el brillo que enceguece; a menudo prefiere la penumbra porque difuma los bordes y los vuelve inquietantes como esas historias  que parecen sujetas a un costumbrismo demodé, cuando de repente suelta amarras, da  un golpe de timón y navega sobre la rémora,  escarba en la anodina felicidad de la vida familiar y de la sociedad; la ironía y el humor corrosivo son otras de las características de sus historias que ofrecen una visión corrosiva de la realidad.


    Un desierto de arena: la hoja en blanco; cuando el autor acepta el voluptuoso diálogo que le impone la hoja emprende una travesía en la mayor soledad; el acontecimiento es la ficción, si la ficción permite el goce de la lectura la arena se esparce sobre la libertad del lenguaje y adquiere forma. Celebramos este libro de imprescindible lectura.




(1)   Jorge Luis Borges, “Los dos reyes y los dos laberintos”, El Aleph,  Obras Completas, Emecé Editores, Buenos Aires, 1972


(2)   Marta Ortiz, “Zapatos de fiesta”, antología citada


(3)   Albert Camus, Diario de a bordo, “El verano, Bodas”, Ed. Pocket, Edhasa, España 1980.





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