Notas al margen de Regreso a la fuente
(Graciela Perosio,
Ediciones del Copista, Córdoba, 2005).
por Marta Ortiz
· Una aclaración leída en la solapa del
libro: el poemario expresa el diálogo de las voces del estudio erudito (tradición
grecolatina) emprendido o transitado, y la intuición lírica del
mundo, movimiento pendular que explica la búsqueda entre ambas vertientes, “una
palabra que traspase la primera piel de los sucesos, mostrando lo individual y
lo cósmico”, la búsqueda de un sentido que dé sentido a la existencia. Tal vez
por esa razón Graciela Perosio se lo dedica a los grandes humanistas del Quattrocento, ellos
también penetraron la selva espesa y oscura, entretejieron al pasado sus voces, irradiaron luz
(sentido) a las tinieblas.
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Es imprescindible interrogar las entretelas de la memoria, hallar “las extraviadas palabras del olvido”, rastrear la selva del conocimiento encontrar el jardín abandonado que oculta una fuente de agua clara. Desde el olvido, ella gime, atrae al caminante.
Es imprescindible interrogar las entretelas de la memoria, hallar “las extraviadas palabras del olvido”, rastrear la selva del conocimiento encontrar el jardín abandonado que oculta una fuente de agua clara. Desde el olvido, ella gime, atrae al caminante.
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Los dioses han sido desterrados, alumbra el relámpago y el viento arrasa y rueda entre las piedras. En medio de un paisaje que oscila entre la luz y la oscuridad, el cambio y la intuición del hallazgo próximo, “Una mujer busca, delicadamente, entre las hojas de la selva, el hilo de ámbar que la une al cielo”. Todo está pero nada es visto, la inocencia perdida. El mundo conocido se ha derrumbado, aguarda otro, entrevisto a partir de la Literatura, la Historia, mundo compuesto de visiones, de fragmentos.
Los dioses han sido desterrados, alumbra el relámpago y el viento arrasa y rueda entre las piedras. En medio de un paisaje que oscila entre la luz y la oscuridad, el cambio y la intuición del hallazgo próximo, “Una mujer busca, delicadamente, entre las hojas de la selva, el hilo de ámbar que la une al cielo”. Todo está pero nada es visto, la inocencia perdida. El mundo conocido se ha derrumbado, aguarda otro, entrevisto a partir de la Literatura, la Historia, mundo compuesto de visiones, de fragmentos.
Tiempo de cruzar el umbral, de iniciar el
viaje (el sueño) que la pasajera-poeta emprende: “Es preciso partir. Partir
hacia la selva”, hallar la luz que todo lo traspasa. El tiempo del silencio se
cumplió, hora de abordar la luz del conocimiento. Clausurada la infancia (el
pasado), es necesario volver a nacer desde lo impreciso, atraer nuevas
certidumbres, cifrar la fe en la luz presentida.
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Se perfila un puente que ha de cruzarse, el riesgo es la muerte, la que “hiere siempre en lo oscuro”. Cruzar el puente es entregarse al desamparo de lo desconocido, pero brilla con fuerza y guía la certeza aprendida: el sentido de la vida es andar, cruzar, penetrar la selva espesa: “el sentido del camino, del andar.”
Se perfila un puente que ha de cruzarse, el riesgo es la muerte, la que “hiere siempre en lo oscuro”. Cruzar el puente es entregarse al desamparo de lo desconocido, pero brilla con fuerza y guía la certeza aprendida: el sentido de la vida es andar, cruzar, penetrar la selva espesa: “el sentido del camino, del andar.”
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Tres poemas de Regreso a la fuenteClaude Monet, El puente japonés, 1899 |
Entre pinos, abetos y
cipreses,
traspasado el naranjal
de azahares,
indeciso en la bruma
asoma un puente,
tendido sobre un agua
lunar y suplicante.
Una capa de alilado
muaré,
entre sombras de luto,
desampara.
Frío hiriente separa
las dos márgenes
como si allí la vida se
hubiera detenido.
Anida el escorpión las
vetas de la piedra,
su celo escolta el
acceso elegido.
No sin temor cruzará la
viajera.
no sin hielo
coronándole el pecho.
Que el señor de la
Muerte
hiere siempre en lo
oscuro
y sin él no es posible
culminar ningún viaje.
Duelos difíciles a
saber:
el
de las ilusiones
los ideales y los
proyectos
lo
que suponíamos
bueno lo que suponíamos
malo.
Ofrezco todos los
márgenes,
cuantos órdenes
preservan mi cotidianeidad.
A esta altura del
dolor, se vuelve claro
que para ser de veras
libre,
no ha de poseerse la
libertad.
Sólo desear
que te atraviese.
Abandoné mi personaje,
y se deshizo el argumento.
Quedaron siquiera
lamparazos,
relumbrones sorpresivos
y breves,
fantasmagorías de
perfiles
en el evanescente
teatro de la vida.
Me senté a esperar
y aprendí a ver los
hilos
que nos manejan como
marionetas.
Hilvanes que, tal vez,
nosotras mismas tendimos
como peligrosas madejas
del pasado.
Comencé a destejer,
lavar la lana,
(enderezar la endecha)
y, calzado el cordón en
el huso,
nuevamente arremeter en
el telar del tiempo.
Vi, también, al final,
la tarea habitual amanecida.
el gran secreto de
estar sólo en los actos.
(*) Graciela Perosio nació en Buenos Aires en 1950. Graduada en la Facultad de Historia y Letras de la Universidad del Salvador en 1972. Dirigió el Departamento de Extensión Cultural del
Instituto de Cultura Religiosa Superior. Recibió la Beca de Investigación del
Fondo Nacional de las Artes para estudiar la obra del poeta argentino Carlos
Latorre. Tiene publicados siete libros de poesía: Del luminoso error,
Brechas del Muro, La varita del mago, La vida espera, La entrada secreta,
Regreso a la fuente y Sin andarivel. Desde 1968 coordina el taller Las
voces, dedicado al estudio y fomento de la creatividad aplicada a la
escritura. Su obra ha sido traducida al portugués y al italiano.
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