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He recorrido la lectura de Diario de la plaza y otros desvíos,
de Marta Ortiz, como una visita al jardín. ¿Propio del poeta? ¿Común? Quién
sabe. Quizás sea el del edén, que pocos han visto pero nadie discute ya porque
cuanto más duro es el tormento de la contemporaneidad, más fuerte se afirma en
nosotros la esperanza.
¿Y qué visita al jardín ha sido ésta? Exploratoria, confirmatoria.
La experiencia nunca basta y la mirada del poeta tiene tantas facetas como el
más exquisito de los diamantes:
llueve cadencias / -poemas- /dentro de mí.
La mirada del poeta es una joya puesta a boyar en la confluencia del
espacio interior y del vacío exterior:
La ventana revela / la boca del balcón / abre el vacío
Los aterrizajes en la realidad, las agresiones, la conciencia de nuestra
fragilidad temporal, las condenas de algunos vínculos y las alas que vuelven a
descubrirse reiteradamente, siempre como si fuera por primera vez, son
estaciones donde se detienen las ansias, el jolgorio y el dolor:
A destajo descuajo
la excrecencia
preservo la carne viva
acaricio el hueso.
Oigo la música del vuelo
hundo el ojo en el cáliz, toco
la guata en la piel de la orquídea.
Huelo la gualda lujuria en lo oscuro.
Sabemos ya que nadie (¿nadie?) podrá abastecernos fielmente de todo lo
que necesitamos en nuestra escueta vida de coleópteros vagando por el jardín.
También lo sabe Marta:
Lo que pesa es la intemperie / el borde del abismo / y ya nada / nadie
me sostiene
Pero en su poesía hay respuestas contundentes, que nos sirven a todos.
Experiencias que nos alcanzan: las que donaron aquellos poetas de habla inglesa
que devolvieron la poesía a la objetividad que merecíamos, después de los
malones románticos, simbolistas y sus derivaciones:
Que una mosca colgada de la tela / tiemble espasmódica / en el
intento de escapar / y ese gesto / resulte más digno o más lógico / que la
tensión de mi cuerpo y la mirada
Hemos tenido la fortuna de aquilatar
experiencias poéticas en tiempo común al de maestros que perviven y continúan
sorprendiendo. A veces creemos que todo lo que hacemos son simples variaciones
de los que ellos entregaron. Es bueno confesarlo:
yo era de comunión diaria / con libros como hostias / las voces me
habitaban / en ese tiempo eran Julio / y Alejandra desvelada / pasajera de la
noche.
Al final del recorrido, la experiencia rinde frutos. Así como traemos
ramos de azahares y espigas de trigo del recorrido vital, también hemos
recogido tiestos y floreros en mapas, en derroteros que fija el diario. Y nos
perdemos en un profundo placer al compartir las miradas; de Roma, por ejemplo:
Tres destellos cortan
el espejo turquesa de la fuente (…)
Mucha luna. Mucha.
O de la única y siempre deseable Valparaíso:
Pende. / La ciudad engarza cruces, cúpulas / se sale de sí / replica
Traemos el calzado cubierto de barro y sentimos
la brisa verde en el pecho y en la cara. La lectura siempre alumbra, y en el
caso de este libro de Marta Ortiz es un lazarillo que deleita.
Una última reflexión acerca del libro-objeto que tenemos aquí.
Exteriormente es un reflejo de su riqueza interior. Suave, tierno entre las
manos, solo de los colores que pueden experimentarse en la poesía de Marta.
Dignísima forma que nos hace pensar en el futuro tan extraño e impredecible del
libro.
(03.12.2012)
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