OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

domingo, 9 de marzo de 2014

ALEJANDRA MENDEZ: "TARDE ABEDUL"

 Colectivo Editorial La Pulga Renga, Rosario, 2013
 























Reseña publicada en la edición impresa del diario El Litoral (Santa FE), el 07/03/2014

Enlace:  
http://www.ellitoral.com/index.php/diarios/2014/03/07/opinion/OPIN-02.html

Texto completo: 


Un pensamiento alto como un árbol
 Por Marta Ortiz
 
Tarde abedul, primer poemario editado de Alejandra Mendez (1979, San Cristóbal), abre un interrogante: escribir poesía: ¿un destino o un desatino?  Dice el epígrafe de Ezra Pound: “Eres violetas agitadas por el viento. / Una niña –tan alta– eres; / Y todo esto es un desatino ante el mundo”; Antschel (a Celan), en el cierre del libro, agrega: “Me creció un pensamiento/ (alto como un árbol) en la mano”. Antes, Alejandra había escrito: “El poema debe dejarse morder/ por un hombre casi como en el silencio”. Entre estas líneas marcadas se sucede la escritura de Tarde abedul, libro que, si en su conjunto cobrara la forma de un caligrama, veríamos alzarse sobre el papel blanco, un árbol de versos, más precisamente advertiríamos un abedul de tronco firme y corteza fina y sedosa como de papel donde inscribir la letra, porque de abedul es la raíz que alimenta a la poeta, de abedul la fuerza líquida que empuja desde el origen (el desatino de ejercer la poesía: la savia/ sabia, alimento de exilios varios en el entramado ancestral). 

 Ordenado como un árbol genealógico, Tarde abedul rescata en Raíz los orígenes familiares. Se detiene en el primer brote de sombra que cobijó la infancia –Al Pie–; sube luego por el tronco jugoso de savia nueva o el descubrimiento del Otro (que no soy yo pero es mi espejo), miradas que mutarán en poesía –Tronco–. Los días y sus tardes entretejidas de palabras, los juegos de memoria y olvido (palabra sostén que el viento arremolina en lo alto del ramaje), el lugar asumido de cara a los contenidos sociales: el color y la textura de Ramas.

Raíz, primer apartado, revisa las voces ancestrales desenterradas. Son entrañables las evocaciones de la abuela rusa (Mamoushka): la imagen que el ojo fija la ve atravesar las heladas tierras nativas: “el frío nómada que solo / un samovar lleno lo calma”; el relato grabado en la memoria va naciendo poesía, las “épicas” cotidianas brillan en los ojos helados de Lena. La misma tanza enhebra al collar otros abalorios que reescriben los rescates necesarios: la historia del abuelo polaco Bronislaw (Ventana de un sueño), y la imagen de la abuela que aportó el brillo cantábrico a la raíz: se sigue oyendo, tras la lectura de Caracola, la rompiente de acantilados a lo lejos. Lo alquímico derivado del batido de sangres múltiples son muchos de los tu que dialogan con la voz del yo asumido como depositario de “…los secretos / toscos y huesudos / de los rasgos”.

La tarde es la dimensión temporal que cifra la tristeza ligada a experiencias puntuales: “Asomo la curiosa /visión esa tarde / […] / El corazón palideció entonces / para siempre”. Los versos de Colibrí, aluden a una cicatriz que no acaba de cerrarse, “en la acardia de la tarde”. Ausente de latidos, la hora remite al dolor incrustado en el alma. La escritura deviene testimonio, memoria, lugar donde el recuerdo se congela: el blanco de la página remeda aquella nieve antigua: “…todo es blanco, nieve, olvido / Pienso en ellos; / en los escasos alimentos de mis ancestros”. 

Los poemas que articulan Al pie, connotan una dimensión espacial: lugar de origen, zona, punto de partida: el pueblo natal, sus pasarelas y andenes. La categoría temporal reitera la hora de la tarde que evoca la forma del abedul “el aroma del viento / trae de los árboles aquel invierno”. Ancestros, lugar y tiempo dan forma a la cantera donde abreva la poesía de Alejandra, lugar donde la lluvia se acompasa o se crispa, donde hay nieve y dolor, la pampa gringa y sus pájaros y árboles y también el río: “Al Colastiné bebemos por paisaje / los poetas de viento húmedo”. Todo cabe en la materia que la Tarde Abedul amasa.

Tronco y Ramas completan la silueta del árbol. El yo se ha desplazado a la experiencia de la otredad; la mirada se detiene en lo humano que registra vestigios inmutables aunque su origen hoy sea nada más que polvo. La construcción de una ética personal alcanza su cenit en el poema En vuelo –homenaje al militante social Pocho Lepratti asesinado a mansalva en Rosario en 2001–, cruce dialógico con Trece formas de mirar un mirlo de W. Stevens. Poema bisagra o ética poética: las palabras no se callan con balazos, sentencia la poeta, y advierte: “Cuando la hormiga / toma revancha / levanta la piedra”; y la ética asumida alcanza su deriva natural en la forma de resistencia que supone el ejercicio indeclinable de la poesía.

“No hay resguardo del destino” dice el último verso de Restos: la evidencia niega entonces el desatino, escribir poesía es para Alejandra Mendez un “destino” o el vuelo ingobernable de una sintaxis propia, desobediente en el juego lúdico y en la sabia decisión que desafía las retóricas vigentes; el trabajo sobre la letra delata la laboriosidad de la hormiga, símbolo preciso que identifica un modus operandi caro a la poeta. No hay retorno ante la urgencia indeclinable del destino: si de descifrar el código genético de Alejandra se trata –“yo (es decir) esta casa blanca / de pálida luz en cencerros / […] / yo (es decir) pueblo, soledad / garganta o fantasma”–, la poesía es clave dominante.  




No hay comentarios: