OTRAS VOCES, OTROS ÁMBITOS

domingo, 29 de noviembre de 2015

Irma Verolín "DE MADRUGADA" -poesía, Ediciones del dock, 2014- (mi reseña en revista IRREVERENTES)





















 

 

 

 

"Morir, una tarea complicada"

por Marta Ortiz, en revista digital: IRREVERENTES

enlace:

http://periodicoirreverentes.org/2015/11/12/morir-una-tarea-complicada/

 

texto completo:

Morir, una tarea complicada
Por Marta Ortiz

Irma Verolín, De madrugada, Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2014

     “Lo escrito no adquirió la forma narrativa”, dice Irma Verolín en el prólogo a su primer poemario publicado, De madrugada, a modo de advertencia a su público lector (y tal vez sólo a sí misma), dado que la sutil materia abordada es recurrente en la mayor parte de su obra narrativa (por ejemplo en los cuentos y novelas: Hay una nena que gira, La escalera del patio gris, El puño del tiempo). Pero este libro maduró en otra sintonía, sobre el giro a una nueva modulación de la voz: la misma pulpa, pero otra: “en cada focalización se descubre una nueva veta, que antes pasó inadvertida en la madera del árbol”, leemos en la contratapa y de algún modo tales palabras develan una clave. La nueva “focalización” entrega al lector un diseño otro de la línea sobre la página: la puesta en valor del silencio, del espacio en blanco, la irrupción de la escritura poética despliega otro ritmo, otro orden, otra mirada sobre lo mismo.
      De madrugada es un largo relato en clave poética, que remite al triste suceso de la enfermedad y muerte de la madre de la poeta. Con la misma extrañeza asombrada nunca resuelta de la primera vez, ella retoma y ensaya y descubre qué nuevo sesgo de la experiencia quedará al descubierto a partir de lo escrito. Un yo lírico autorreferencial revisa los sucesos vividos a muy corta edad –la “pena incesante y obsesiva”, en el escenario que aporta el libro nuevo, organizado en torno a cinco apartados: Habitación, Antes, Hospital, Después y Descendiendo la áspera escalera, gradual re-presentación de la pena inmensa, en imágenes memorables que hacen del dolor una estación de la belleza.
      En el poemario, la ausente es aire y voz y también luz “una luz derretida en sus contornos” (20); la voz,  atrapada en la letra del poema: “ahora mi madre / acompaña este deslizamiento de mi mano / sobre la hoja blanca” (19).
La Habitación contiene a la enferma y su enfermedad, micromundo que concentra la atención familiar. Verso a verso se diluye la esperanza de hallar una explicación a lo inexplicable: “las palabras trazan en el aire geometrías absurdas” (20). No obstante, la mirada insiste “con los ojos agrandados por el esfuerzo de despejar el mundo de tanta bruma.” (20). La pregunta del millón ¿qué es la muerte?, nunca tendrá respuesta: Sólo es posible la conjetura: “…saber, lo que se dice saber / no es asunto del que nadie en esta casa pueda jactarse”. La conclusión, a los ojos de la niña de cinco años, cae por su propio peso: “morir por lo visto/resulta una tarea complicada /requiere de testigos /de una puesta en escena” (27). Así, la memoria recicla lo escenográfico en las imágenes encadenadas a una trama insostenible. Sólo el moribundo tiene la llave capaz de abrir el espectáculo: “La muerte es una caja que se abre desde adentro / hay que hacer mucha fuerza con el cuerpo / con los pensamientos / para que por fin se abra.” (22). El tiempo es latencia sostenida en tanto la muerte hace su trabajo solapado.
      En los poemas que componen la sección Antes, la mirada que observa como ubicada fuera del cuadro que describe, siempre detrás del asombro que transforma en extraordinario lo cotidiano, reconstruye escenas de la vida familiar, cuchicheos detrás de un vidrio esmerilado, la aparición en la casa de la radio a transistores y otros electrodomésticos “estrella” en ese tiempo, el tintineo de unas pulseras, el nombre materno que se repite en la poeta, “no por falta de imaginación sino por amor a los espejos” (35). Un fragmento en prosa intercalado relata la compra de un par de zapatos para la escuela, texto entrañable, casi la página escapada de un diario de infancia, el encastre perfecto de la lógica de la niña a la lógica materna: “con esos zapatos, dice, nada malo podrá pasarte en la vida cuando yo no esté” (39).
      En los poemas que siguen, la exploración de los vínculos parentales primarios muda de objeto y se dirige a la figura paterna. La palabra “desmesura” y la idea que encierra resumen la imagen del hombre de armas que ejerce su potestad inquebrantable: “la disciplina es el árbol de la vida” (46 ). Aún el Atlas de la infancia (libro desmesurado), es sujeto de la poesía de Irma Verolín, libro donde se remarcaban las cosas que hacían los héroes, como cruzar la cordillera, por ejemplo, emblemas que también aluden a la desmesura, y en franco contraste con una familia común, de carne y hueso. Hay algún sesgo en la inmensidad de este padre que asociamos otros padres que la literatura ha inmortalizado (Carta al padre de Franz Kafka y/o Daddy, de Sylvia Plath): “Papá derrama su ancha sombra de padre / sobre el cuerpo escuálido de mi hermano” (47).  De un modo semejante la patria (en un mundo imperfecto y apátrida), “se desmesura en un rincón/ del frágil corazón de mi padre”. Hay una cuota de ironía pasada por el tamiz de la aceptación mansa, en la voz que escribe, que no impide el registro de lo imposible de convalidar.
      Los poemas de Hospital intensifican los claroscuros: el blanco de las paredes contrasta con la negra enfermedad (espacio de tiempo suspendido, antesala del cementerio, lugar de tránsito entre el mundo de los vivos y de los muertos, donde sólo es posible escuchar una sentencia de muerte); el mundo infantil que la niña representa se opone al mundo adulto incomprensible: “algo que nos libere de estar suspendidas / entre este hilado de intangibilidades” (58)
      Después, como el adverbio lo indica, reúne los poemas que relatan la devastación posterior a la muerte anunciada. Resta una coartada, quizá la única matriz donde guarecerse: pensar la vida de atrás para adelante, hurgar en el secreto del lenguaje, de la ‛lengua madre’: “conversaciones que hilvano conmigo misma / en el desierto de esta página” (72), “hurgando en la piedra filosofal del lenguaje / el secreto más intacto” (67). El largo deseo de “ser”, de reponer, en la suya, la voz ausente: “En estas páginas digo / repito que la voz de mi madre impregna el aire” (68). Madre cuya pérdida temprana abona el terreno del mito, madre por siempre joven que en un acto de inicio impreciso aún inconcluso, continúa bajando una escalera familiar, sólo para que la poeta la vea bajar, la siga, baje con ella una y mil veces los escalones, mire su vestido floreado, de colores luminosos, ondulantes, en tanto la sueña y la escribe. Imagen, color, sonido. Luz.



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